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viernes, 8 de septiembre de 2017

De cómo el hijo del Rajá consiguió a la princesa Labam

Hoy os traigo un cuento de la India, recopilado por Joseph Jacobs en su libro Indian Fairy Tales. El libro fue publicado en 1892, es de dominio público y puede encontrarse en Archive.org. La traducción es mía, y puede usarse libremente siempre que indiquéis la fuente (ver al final de la entrada). He incluido las ilustraciones que aparecen en el libro, obra de Gloria Cardew.
Tenéis disponibles las versiones en epub y mobi por si queréis leerlo en vuestro dispositivo electrónico.




En cierto país había un Rajá cuyo único hijo salía a cazar todos los días. Un día la Rani, su madre, le dijo:
—Puedes cazar donde quieras en estas tres direcciones, pero nunca debes aventurarte en la cuarta.
Dijo esto porque sabía que, si se dirigía hacia allí, oiría hablar de la hermosa princesa Labam y dejaría a su padre y a su madre para lanzarse en su busca.
El joven príncipe obedeció durante un tiempo. Pero un día, mientras cazaba en las tres direcciones a donde le permitían ir, recordó lo que le había dicho su madre y decidió averiguar por qué le había prohibido viajar hacia la cuarta. Allí encontró una jungla, sin más habitantes que una bandada de loros. El joven Rajá hizo algunos disparos e inmediatamente todos huyeron levantando el vuelo. Todos salvo uno, llamado Hiraman, que era su Rajá.
Al verso solo Hiraman llamó a los otros loros: 
No me abandonéis bajo el fuego del hijo del Rajá. Si me dejáis así se lo diré a la princesa Labam.
Entonces los loros regresaron entre parloteos junto a su Rajá. El príncipe, muy sorprendido, dijo:
—¡Vaya, estos pájaros pueden hablar! —y les preguntó—. ¿Quién es la princesa Labam? ¿Dónde vive?
Pero los loros no querían contárselo.
—Nunca llegarás al país de la princesa Labam —fue todo lo que dijeron.
El príncipe se puso muy triste al ver que no lograba sacarles nada más; arrojó su escopeta y regresó a su hogar. Cuando llegó no habló con nadie ni quiso comer nada, sino que se tumbó en su cama durante cuatro o cinco días, y parecía estar muy enfermo.
Finalmente les contó a su madre y su padre que quería partir en busca de la princesa Labam.
—Debo ir —les dijo—; debo ver cómo es. Decidme cuál es su país.
—No sabemos dónde está —le respondieron.
—Entonces debo salir a buscarlo.
—No, no —le dijeron—, no debes dejarnos. Eres nuestro único hijo, quédate a nuestro lado. Nunca podrás encontrar a la princesa Labam.
—Debo intentarlo; tal vez Dios me muestre el camino. Si mi destino es vivir y encontrarla volveré con vosotros. Pero quizás muera y nunca vuelva a vuestro lado. Aun así debo partir.
Así que le dejaron marchar, entre lágrimas. Su padre le dio hermosas vestiduras y un hermoso caballo. Y él tomó su escopeta, su arco y flechas y muchas otras armas “porque”, pensó, “puedo necesitarlas”. Su padre le dio también una gran cantidad de rupias.
Entonces preparó su caballo para el viaje y les dijo adiós a su padre y a su madre. Su madre tomó su pañuelo, envolvió en él algunos dulces y se lo dio a su hijo.
—Hijo mío, cuando estés hambriento toma uno de estos dulces.
Entonces comenzó su viaje, cabalgando sin cesar hasta que llegó a una jungla donde había una charca a la sombra de unos árboles. Se bañó y bañó a su caballo en la charca y se sentó bajo un árbol.
—Ahora —se dijo— comeré algunos de los dulces que mi madre me preparó, beberé algo de agua y continuaré mi viaje.
Abrió su pañuelo y tomó un dulce. Encontró una hormiga en él. Tomó otro; también tenía una hormiga. Así que dejó ambos dulces en el suelo y cogió otro, y otro, y otro, hasta que los sacó todos, y en cada uno había una hormiga.
—No importa —se dijo—, no comeré dulces, que se los coman las hormigas.
En ese momento apareció ante él el Rajá de las Hormigas, que le dijo:
—Has sido bueno con nosotros. Si alguna vez te encuentras en problemas, piensa en mí y acudiremos.
El hijo del Rajá le dio las gracias, montó en su caballo y continuó su viaje. Cabalgó sin cesar hasta que llegó a otra jungla, donde vio a un tigre con una espina en su pata, que rujía fuertemente por el dolor.
—¿Por qué ruges así? —preguntó el joven Rajá—. ¿Qué te ocurre?
—He tenido doce años una espina en mi pata —respondió el tigre— y me duele. Por eso rujo.
—Bien, yo te la quitaré. ¿Pero es posible, siendo un tigre, que después me devores?



lunes, 28 de octubre de 2013

En la víspera de noviembre, de Lady Wilde (leyenda irlandesa)

November Eve es una de las leyendas incluidas en Ancient Legends, Mystic Charms, and Superstitions of Ireland, de Lady Francesca Wilde (1821 - 1896). La traducción la he hecho yo mismo y aquí podéis encontrar su versión original. 




Fairy song
A fairy song, illustración de Arthur Rackham.
Se considera una muy mala idea entre los habitantes de la isla salir durante la víspera de noviembre a ocuparse de cualquier asunto, pues es cuando las criaturas mágicas tienen sus reuniones y no les gusta que las vean o las observen. Y todos los espíritus acuden junto a ellas y les ayudan. Pero los mortales deben quedarse en en casa, o sufrir las consecuencias, pues las almas de los muertos tienen poder sobre todas las cosas en esa noche del año, y celebran una fiesta con las hadas y beben vino tinto de las copas de las hadas, y bailan la música de los duendes hasta que la luna se oculta.

Hubo un hombre de pueblo que se quedó hasta tarde una víspera de noviembre pescando, y no pensó en duendes hasta que vio un gran número de luces agitándose, y una multitud pasando deprisa con cestas y sacos, todos riendo y cantando y divertiéndose mientras marchaban.

—Sois una alegre pandilla —dijo—, ¿hacia dónde os dirigís?

—Vamos a la feria —dijo un pequeño anciano que llevaba un elegante sombrero con una cinta dorada alrededor—. Ven con nosotros, Hugh King, y tendrás la más deliciosa comida y la más deliciosa bebida que hayas visto jamás.

—Y llévame esta cesta —dijo una pequeña mujer pelirroja.

Así que Hugh la agarró y fue con ellos hasta que llegaron a la feria, que estaba abarrotada con una multitud como no había visto en la isla en toda su vida. Y bailaban y reían y bebían vino tinto en pequeñas copas. Y había flautas, y arpas, y pequeños zapateros arreglando zapatos, y las cosas más hermosas del mundo para comer y beber, como si estuvieran en el palacio de un rey. Pero la cesta era muy pesada, y Hugh estaba deseando dejarla y poder ir a bailar con una pequeña belleza de largo pelo rubio que reía frente a él.

—Bueno, deja aquí la cesta —dijo la mujer pelirroja—, ya que veo que estás muy cansado —y la cogió y quitó su tapa, y de ella salió un pequeño anciano, el duende más feo y contrahecho que imaginarse pueda.

—Ah, gracias, Hugh —dijo el duende educadamente—, por haber cargado conmigo tan bien. Soy de miembros débiles, de hecho no tengo nada que pueda llamarse piernas. Pero te pagaré bien, mi buen amigo. Acerca las manos —y el pequeño diablo dejó caer sobre ellas oro, oro y más oro, brillantes guineas doradas—. Ahora vete —le dijo— y bebe a mi salud, y pásalo bien, y no tengas miedo de nada que veas u oigas.

Y le dejaron solo, salvo por el hombre con el sombrero elegante y el fajín rojo alrededor de su cintura.

—Espera un poco —dijo—, pues el rey Finvarra y su esposa se acercan a ver la feria.

Según hablaba se escuchó el sonido de un cuerno, y apareció un carruaje tirado por cuatro caballos blancos, y de él bajó un espléndido y solemne caballero vestido completamente de negro y una hermosa dama con un velo plateado sobre su cara.

—Este es el mismísimo Finvarra y la reina —dijo el pequeño anciano. Pero Hugh estuvo a punto de morirse el susto cuando Finvarra preguntó:

—¿Quién ha traído a este hombre?

Y el rey frunció el ceño y le miró tan sombriamente que Hugh casi se desmayó de miedo. Entonces todos rieron y rieron tan alto que todo pareció temblar y agitarse con el sonido de las risas. Y los bailarines se acercaron y bailaron alrededor de Hugh, e intentaron cogerle de las manos y hacerle bailar con ellos.

—¿Sabes quienes son estas gentes, y los hombres y mujeres que bailan alrededor tuya? —preguntó el anciano—. Míralos bien, ¿los habías visto antes?

Y cuando Hugh miró vio una muchacha que había muerto el año anterior, y luego otro y otro de sus amigos que sabía que habían muerto hacía mucho, y entonces vio que todos los bailarines, hombres, mujeres y muchachas, eran los muertos en sus largos sudarios blancos. E intentó escapar de ellos, pero no pudo, porque se arremolinaron a su alrededor y bailaron y rieron y lo agarraron por los brazos, e intentaron arrastrarlo al baile, y sus risas parecían atravesar su cerebro y matarlo. Y cayó ante ellos, como atrapado por el sueño, y no supo nada más hasta que le encontraron a la mañana siguiente acostado dentro del círculo de piedra de un fuerte de las hadas sobre la colina. Era evidente que había estado entre criaturas mágicas, nadie podía negarlo, ya que sus brazos estaban negros por el toque con las manos de los muertos cuando habían intentado arrastrarlo al baile. Pero ni una pizca del oro rojo que le había dado el pequeño diablo pudo encontrarse en su bolsillo. Ni una sola moneda dorada. Todo se había perdido para siempre.

Y Hugh regresó triste a su casa, porque ahora sabía que los espíritus se habían reído de él y lo habían castigado por haber molestado sus celebraciones de la víspera de noviembre, esa noche entre todas las del año en que los muertos pueden dejar sus tumbas y bailar a la luz de la luna sobre la colina, y los mortales deben quedarse en casa y no atreverse nunca a contemplarlos.


FIN

sábado, 19 de enero de 2013

Los amigos del gato (leyenda africana)


Hace unas semanas, al pasar por la cocina, vi como mi Santa se afanaba en crear otra de sus estupendas tartas, esta vez decorada con animales de África. "Si le pones una jirafa entonces es como la leyenda de los amigos del gato", le comenté, y allí sobre la marcha surgió la idea de hacer dos entradas en paralelo, tarta y cuento a la vez. Aunque, como es habitual, ella fue mucho más eficiente que yo y la he tenido esperando mientras terminaba de escribir esta antigua leyenda africana, que nos explica cómo comenzó la relación entre la humanidad y los gatos. Para alegrar el relato he incluido fotos de detalles de la tarta, que podéis ver completa al final del cuento.




Nuestra historia empieza donde suelen hacerlo las leyendas: hace mucho, mucho tiempo. Estamos en la sabana africana. Amanece y los primeros rayos de sol nos revelan a un pequeño gato bebiendo en una charca solitaria. Está encogido, desconfía, levanta la cabeza tras cada sorbo y no vuelve a bajarla hasta estar seguro de que no hay ningún peligro cerca. No era fácil ser un gato: la comida es poca y los riesgos muchos. Nuestro amigo no es feliz con esta vida llena de sobresaltos. Pero claro, que otra opción tiene un pequeño gato de...

¡Croac!

¡Alarma! ¡Agacharse! ¡Uñas! ¿Qué ha sido eso? Se prepara para la huida, busca a su alrededor al autor el rugido que le ha sobresaltado.

¡Croac!

Un momento, eso no es un rugido, eso parece más...

¡Slurp!¡Croac!

Una enorme rana descansa sobre un montón de tierra que aflora del agua. Parece ajena al mundo que la rodea, pero entonces hay un restallido y la lengua vuelve a la boca llevando una libélula. El gato se acerca a la orilla lanzando miradas nerviosas a su alrededor y la llama:

—¡Psssssss!

La rana se vuelve lentamente, parece no encontrar nada que merezca su atención.

¡Croac! ¡Slurp!¡Croac!

 —¡Eh, tú! —insiste— ¡Aquí!

—Ya sé que estás ahí. Lo que no sé es por qué quieres interrumpir mi desayuno.

—Mira, déjalo, solo quería ayudar —mientras se marcha deja caer un consejo—. Con tanto ruido vas a acabar atrayendo a un cazador.

—Bah, cazadores... Se ve que no sabes con quién estás hablando.

El gato detiene su retirada. No deja de ser un gato, y aún es muy joven para saber lo que se dice de ellos y la curiosidad.

—¿No tienes miedo de los cazadores?

—¿Debería? —y se responde a sí misma—. No. Soy la reina de esta charca. Estos son mis dominios y en ellos actúo —¡slurp!— como se me antoja.

El gato no puede evitar sentirse fascinado por la calma que transmite ese pequeño animal, ajeno al miedo que siempre guía sus pasos. Entonces le asalta una idea genial.

—¿Puedo quedarme contigo? —la rana entorna los ojos, extrañada— Sin duda una gran reina como tú podría enseñar muchas cosas un pobre gato.

Y de camino podría disfrutar de tu protección, termina la frase en su cabeza. Su descarado halago parece hacer mella en la rana que detiene, por primera vez desde que empezó la conversación, su cacería.

—Ciertamente, ciertamente... ¿Por dónde podríamos empezar? ¿Te gustan las libélulas? Bueno, todo es acostumbrarse. De momento puedes quedarte ahí y contemplarme mientras termino el desayuno. Sabes, esto de cazar bichos voladores no es tan fácil como pudiera parecer, hace falta...

El gato asiente y finge prestar atención mientras deja que su cuerpo se relaje por primera vez en... no sabría decirlo. Mucho tiempo. Se estira para recibir mejor los rayos de sol. El lugar es un poco húmedo, pero puede acostumbrarse.

domingo, 28 de octubre de 2012

Kathleen, leyenda irlandesa (con una segunda interpretación)

Una muchacha de Innis-Sark tenía un joven y agradable novio que falleció en un desgraciado accidente, dejándola llena de tristeza.

Un atardecer, mientras lloraba desconsolada a un lado del camino, se acercó a ella una dama completamente vestida de blanco, que le tocó la mejilla diciéndole:

—No llores, Kathleen, tu amado está bien. Mira a través de esta guirnalda de hojas y lo verás. Está en buena compañía, y lleva una corona dorada en la cabeza y un fajín escarlata en la cintura.

Así que Kathleen cogió la guirnalda y miró a través de ella. En efecto, allí estaba su amado en medio de un gran grupo que bailaba sobre una colina. Estaba pálido, pero más bello que nunca, con la corona dorada ciñéndole la cabeza, como si le hubieran hecho príncipe.

Kathleen soñando con su amado.
(En realidad es una ilustración de Edward y George
Dalziel para una edición de 1865 de Cenicienta).
—Aquí dijo la dama, tengo una guirnalda mayor. Tómala, y cada vez que quieras ver a tu amado arranca una hoja y quémala. Se levantará una gran humareda y caerás en trance. Mientras estés en él tu amado te llevará a su lado a la colina de las hadas, donde podrás bailar con él toda la noche sobre la hierba. Pero no reces ni te persignes mientras esté brotando el humo o perderás a tu amado para siempre.

Desde ese momento se obró un gran cambio en Kathleen. Dejó de rezar y de asistir a misa, y ya nunca se persignaba. Pero cada noche se encerraba en su cuarto y quemaba una hoja de la guirnalda. Cuando surgía el humo caía en un profundo sopor. En esos momentos, aunque su cuerpo estuviera tendido en la cama, en realidad ella estaba lejos, en la colina de las hadas bailando junto a su amor. Era muy feliz en su nueva vida, y quería saber nada de curas, rezos o misas. En sus viajes ahora también estaban todos sus conocidos que habían muerto, que le daban la bienvenida ofreciéndole vino en pequeñas copas de cristal, pidiéndole que volviese pronto y se quedarse con ellos y su amado para siempre.

La madre de Kathleen era una buena mujer, honrada y piadosa, que se preocupó mucho del cambio de humor de su hija. Sospechando que había sido encantada por las hadas empezó a vigilarla. Una noche en la que Kathleen, como era habitual, se encerró en su cuarto, su madre se acercó sin hacer ruido y espió por una grieta de la puerta. Vio como Kathleen tomaba la guirnalda de su escondite, arrojaba una hoja al fuego y se levantaba una gran humareda, cayendo su hija sobre la cama en un profundo trance.

La mujer no pudo guardar silencio por más tiempo, pues había reconocido la obra del diablo. Cayó de rodillas y rezó en voz alta:

—¡María, madre, aleja los malos espíritus de esta niña!

E irrumpió en la habitación haciendo el signo de la cruz sobre la muchacha dormida, que inmediatamente se incorporó gritando:

—¡Madre! ¡Madre! ¡Los muertos vienen por mí! ¡Están aquí! ¡Están aquí!

Su cuerpo se agitaba con fuertes sacudidas. La pobre madre mandó a buscar al cura, que roció a la joven con agua bendita mientras rezaba por ella. Luego tomó la guirnalda de su lado y la maldijo. Instantáneamente las hierbas se convirtieron en polvo y cayeron al suelo formando un montón de cenizas. En ese instante Kathleen se tranquilizó, y pareció que los espíritus malignos la abandonaban. Pero estaba demasiado débil como para moverse, hablar o rezar. Y esa noche, antes de que el reloj diera las doce, falleció.

FIN

Leyenda de las islas occidentales de irlanda recopilada por Lady Jane Wilde Speranza (1821-1896). Traducción propia. Podéis ver descargar el original en inglés aquí.

Si habéis llegado hasta aquí quizá os estéis preguntando por la segunda interpretación a la que hace referencia el título. Pensad en lo que acabáis de leer: una leyenda de hadas y encantamientos, ¿verdad?

Eso pensé yo la primera vez. Pero tras pensar un poco en ella se me ocurrió otra interpretación de la historia: una joven en plena depresión por la pérdida de su novio se dedica a inhalar el humo de unas hierbas que le hacen tener alucinaciones. Llega un momento en que lo más importante para ella es su viaje de todas las noches y empieza a abandonar sus hábitos normales (no ira a misa en aquella época era algo serio, la gota que colmaba el vaso). Su madre se preocupa el día que la sorprende en un mal viaje y quema su reserva. Por supuesto, y para que la historia sea lo bastante ejemplarizante, la pobre muchacha acaba muriendo.

Esto no deja de ser una interpretación sin ninguna base, pero no me extrañaría que lo que pasó a la historia como una leyenda de espíritus no tuviera también su lado ejemplificador en un primer momento. Un cuentecito para disuadir a las jóvenes de jugar con ciertas hierbas.

Así que ya sabéis, niños y niñas, no aceptéis guirnaldas de desconocidos.

sábado, 31 de marzo de 2012

El sueño igual

(Hoy quiero compartir con vosotros uno de los mejores regalos que me han hecho. Cuando mi santa le dijo a mi hija Paula que se acercaba mi cumpleaños, ella en seguida supo qué tenía que regalarme: "Un cuento, que le gustan mucho a Papá". Así que a sus cinco (casi seis) añitos se puso a dictarle a su madre la historia que os reproduzco a continuación, que la encuadernó incluyendo los dibujos que Paula hizo para ilustrarla.)

Erase una vez un corazón que se llamaba Paula y que un día iba caminando por el bosque, y se encontró a su amiga la estrella Ana. Paula le dijo:

―¿Qué estás haciendo?

―Estoy corriendo ―le contestó Ana― del Lobo grande y feroz y toda su pandilla de lobos y zorros.


Paula dijo:

―¡Oh, no! ¡Eso es terrible! Vamos a salir las dos huyendoooooo.

Entonces se encontraron a su amiga la Luna, que le dijo a Ana:

―¿Qué estás haciendo, hijita?

Ana contestó:

―Estamos huyendo del Lobo grande y feroz y su pandilla de lobos y zorros.

Entonces, la Luna le dijo:

―Dale de la mano al corazón y ¡vuela!

―¡Pero es que nos persiguen el Lobo grande y feroz y su pandilla de lobos y zorros!

―Pues yo os ayudaré para ir más rápido ―contestó la Luna.

Entonces se puso como una catapulta hasta el cielo y salieron volando y por el cielo se encontraron a su mejor amigo, el Sol.


Ana dijo:

―Sol, Sol ¡Ayúdanos! Es que yo vuelo poco y quizás me caiga, o no, pero el gran Lobo feroz y su pandilla nos está persiguiendo y que si puedes apuntarles con tus rayos si ves que vamos a caer por donde ellos están o cerca.

El Sol contestó:

―Pues veo que los lobos y zorros van hacia tu casa. Ve volando hasta tu casa, entra por la chimenea y cierra la puerta con 8 candados.


Y así lo hicieron, volaron rápidamente hacia la chimenea y entonces, en el momento en que estaban al lado de la chimenea a punto de entrar, y justo entonces, se cayó, porque era el momento en que ella paraba de volar. Entonces se pusieron a jugar hasta que el corazón Paula se convirtió en la estrella Ana y la estrella Ana se convirtió en el corazón Paula, porque era un sueño.

FIN

Paula

martes, 27 de marzo de 2012

De piojos y hombres

No falla. Es ver el letrero en la puerta de la clase de mi hija invitándonos a revisar regularmente el pelo de los niños y empezar a picarme la cabeza. Por un instante estoy totalmente seguro de cobijar una colonia entera de piojos y me sube un escalofrío por la espalda. Y eso que, de hacer caso a la mitología china, no debería sentir repulsión por estos bichitos. Dejad que os cuente una leyenda:

Hace mucho, mucho tiempo, en el principio de la existencia, el Universo era un caos que mezclaba cielo y tierra en un todo... con forma de huevo. Dentro del huevo dormía P'an-Ku. Venía haciéndolo desde hacía 18.000 años (mes arriba, mes abajo), y si hubiera seguido haciéndolo no estaríamos aquí y el caos seguiría reinando en el Universo.

Pero un día (o noche, que en aquel entonces aún no existía ni una cosa ni la otra) P'an-Ku despertó. En seguida se sintió incómodo, encerrado en ese pequeño huevo que contenía todo lo que existía. Así que agarró un hacha (sí, había un hacha dentro del huevo. A mí no me miréis, yo no he sido quien se ha inventado la historia) y se puso a golpear a un lado y a otro hasta que se liberó.

P'an-Ku pudo al fin estirarse, y al hacerlo la parte clara y ligera del huevo subió con él dando lugar al cielo, mientras que la más turbia y pesada se quedó abajo formando el suelo. Cielo y tierra se expandieron durante otros 18.000 años (más o menos) y P'an-Ku creció con ellos, haciendo de columna que les impedía volver a mezclarse.

Pero 18.000 años son muchos, incluso para P'an-Ku, y acabó llegado su hora. Afortunadamente su labor había tenido su fruto y cielo y tierra estaban separados ya para siempre. 

¿Y eso que tiene que ver con los piojos de los que hablaba al principio, os preguntaréis?

Pues veréis, la muerte del gigante sirvió para llenar el mundo de nuevas cosas: sus ojos formaron el sol y la luna, su aliento el viento y su voz el trueno. De sus brazos y piernas surgieron montañas entre las que corría su sangre hecha agua. Sus músculos se volvieron fértiles campos recorridos por venas convertidas en caminos, y sobre ellos brillaban las estrellas que habían nacido del pelo de su barba. La piel y el vello de su cuerpo se tornaron árboles y flores que recibían la lluvia y el rocío en que se transformó su sudor (vale, esta parte no es tan bonita. Nunca voy a poder volver a ver la lluvia igual).

¿Y los piojos? Pues mira a tu alrededor. Nosotros somos los descendientes de los piojos y pulgas de P'an-Ku. Así que la próxima vez que te pique la cabeza (no mientas, te acabas de rascar) piensa que tal vez sea algún primo lejano tuyo que no terminó de convertirse en humano.


Malapata


Notas:
  • El texto es una reescritura de una leyenda que conocí en un libro sobre cosmología china que podéis descargaros en la biblioteca Cervantes Virtual.
  • Podéis saber más sobre nuestros primos en en Otros cuentos imposibles.

Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.

sábado, 31 de diciembre de 2011

Las entradas más visitadas de 2011 (II)

Continúo con la lista de entradas más vistas de 2011 que empecé ayer. Tenemos un Top 5 eminentemente fotográfico, una categoría que tenía un poco olvidada y he retomado recientemente. Y vistos los resultados parece que para vuestro agrado.

5.- Falling things - Martin Klimas: Llegé a la web del autor después de ver unas fotografías suyas de jarrones con flores estallando. Pero curioseando acabé en su serie de objetos cayendo y fue amor a primera vista. La fotografía de las canicas que os pongo a continuación sigue siendo una de mis favoritas de entre todas las que he publicado hasta ahora en el blog.

Fotografía de Martin Klimas.

4.- Explotando burbujas con Richard Heeks: Un día stumbleando llegué a una fabulosa galería que mostraba el proceso de un pompa de jabón explotando. Mi primera intención fue compartirla inmediatamente por Twitter y Divoblogger, que es donde suelo dejar caer mis descubrimientos. Pero antes me percaté de que el autor del blog no se había molestado en indicar el autor de las fotografías. Así que me puse manos a la obra y al cabo de un rato estaba disfrutando como un niño en la cuenta de Flickr de Richard Heeks, donde había fotos tan alucinantes como esta:

Spider (Popping Bubble)
Spider (Popping Bubble), de Richard Heeks.

viernes, 30 de diciembre de 2011

Las entradas más visitadas de 2011 (I)

Se termina un nuevo año y, clásico que es uno, llega el momento de recapitular y ver cuáles son las entradas que más os han gustado o, al menos, las que más visitas han tenido de las publicadas a lo largo de 2011. De momento hoy os dejo las que ocuparon las posiciones del 6 al 10. El resto, mañana mismo.

10.- El ruiseñor - Hans Christian Andersen: Cerrando la lista un cuento clásico. No lo conocía hasta que a mi hija mayor le cayó por Reyes una versión abreviada. Me picó la curiosidad por conocer cómo era realmente y acabé cayendo en una página donde aparecía una colección de hermosas ilustraciones de principios del siglo pasado como la que os dejo a continuación:

Ilustración de Edmund Dulac.

9.- Mis favoritos del IX Notodofilmfest: Para los que no lo conozcáis, el Notodofilmfest es un popular concurso de cortometrajes con duración menor de tres minutos y medio. Este año me dediqué, por primera vez, a verme todos los finalistas y, aunque reconozco que la mayoría no me dijo gran cosa, encontré también un buen puñado de piezas que me gustaron bastante. Por ejemplo, este Not Again de David Galán Galindo.



viernes, 23 de diciembre de 2011

Las medias de los flamencos - Horacio Quiroga

Cierta vez las víboras dieron un gran baile. Invitaron a las ranas y a los sapos, a los flamencos, y a los yacarés y a los peces. Los peces, como no caminan, no pudieron bailar; pero siendo el baile a la orilla del río, los peces estaban asomados a la arena, y aplaudían con la cola.

Los yacarés, para adornarse bien, se habían puesto en el pescuezo un collar de plátanos, y fumaban cigarros paraguayos. Los sapos se habían pegado escamas de peces en todo el cuerpo, y caminaban meneándose, como si nadaran. Y cada vez que pasaban muy serios por la orilla del río, los peces les gritaban haciéndoles burla.

domingo, 10 de julio de 2011

El chico inteligente (cuento iraní)

Un hombre había puesto sobre el lomo de su burro dos alforjas de trigo. Lo conducía hacia el molino cuando encontró una posada en el camino. Dejó atado el burro y entró en ella. Cuando salió, no lo encontró. Mientras buscaba al burro vio a un chico y le preguntó:

—¿Has visto mi burro?

El chico le contestó:

—¿Es un burro que tiene el ojo izquierdo ciego, es cojo de la pata derecha y lleva una carga de trigo?

El hombre se alegró mucho y dijo:

—¡Sí, así es mi burro! ¿Dónde lo viste? El chico contestó:

—No he visto a tu burro.

Al oír esto, el hombre se enfadó mucho y llevó al muchacho ante el alcalde. El alcalde preguntó:

—Mi querido chico, si no has visto al burro, ¿cómo es que conoces todas sus características?

El chico contestó:

—Desde el principio del camino vi el rastro del burro. La huella de su pata derecha era menos profunda que la de su pata izquierda. Por eso supe que el burro cojeaba de la pata derecha. Algún animal había comido el césped del lado derecho del camino, pero el césped del lado izquierdo estaba intacto. Por eso pensé que sería porque el burro no había visto el césped del lado izquierdo. Y por esa misma razón supuse que no veía con el ojo izquierdo. También había granos de trigo caídos sobre la tierra y por eso imaginé que la carga del burro era de trigo.

El alcalde felicitó al chico por su inteligencia y su buen juicio y el hombre tuvo que pedir perdón al muchacho.

FIN


sábado, 28 de mayo de 2011

El viejo guardián - Tradicional japonés

(Esta es una historia que conocí hace bastante tiempo, pero me había olvidado de ella hasta que hace poco he regalado a una amiga un libro de cuentos que lo contenía. Lo he visto aparecer con diferentes títulos, como Yon y su abuelo o Incendio en los arrozales. Antes de intentar reproducirlo de memoria he preferido traeros la versión que he encontrado en BVH, extraída de un libro de leyendas de 1938.)

¡Qué gusto daba mirar desde lo alto de los barcos que resbalaban sobre el mar como un espejo! El pequeño Yon se sentía feliz en la cima de aquel monte. Sin padres, había ido a vivir con su abuelo en aquella casita de la montaña, en medio de los campos de arroz, dorados como el oro. Gozaba allí de aire puro y sol y libertad como los pájaros. Podía correr y jugar alegremente. ¡Qué bien se vivía en aquella paz campesina!

El pueblecito estaba allá abajo, a lo largo de la costa, frente al mar incendiado del sol. Yon veía las casas, pequeñitas, blancas, limpias; todo el pueblo como un lindo juguete. Y a los hombres y a los niños los veía como hormigas grandes y hormigas pequeñas.

Entre el monte y el mar sólo había una estrecha faja de tierra donde los hombres construyeron sus casas. Los campos cultivados estaban en aquella planicie de la montaña, húmeda y fértil, donde vivía Yon. El abuelo era el guardián de los extensos arrozales del pueblo.

El niño amaba los grandes campos de arroz. Siempre estaba dispuesto a ayudar en el trabajo de abrir las acequias de riego, y nadie como él ahuyentaba los pájaros en la época de la siega. Yon se sentía feliz. Abuelo lo quería mucho. Vivían los dos en la casita menuda y limpia, y estaba seguro de que los otros niños le tendrían envidia. Aquel viejo fuerte y serio era el mejor de todos los hombres.

Un día en que las espigas amarillas brillaban al sol, el viejo guardián miraba a lo lejos, al horizonte del mar. Su mirada era fija y llena de sorpresa. Una especie de nube grande y negra se elevaba en el confín como si el agua se revolviera contra el cielo. El viejo seguía mirando fijamente. De pronto, se volvió hacia la casa y grito:

-¡Yon!, ¡Yon!, trae del fuego una rama encendida.

El pequeño Yon no comprendía el deseo de su abuelo, pero obedeció al momento y salió corriendo con una tea en la mano. El viejo había cogido otra y corría hacia el arrozal más próximo.

Yon le seguía sorprendido. ¿Sería posible? Y al ver horrorizado que tiraba la tea hecha llamas en el campo de arroz, gritó:

-¡Qué haces,abuelo! ¡Qué quieres hacer!

-¡De prisa,de prisa,Yon, prende fuego a los campos!

Yon quedó inmóvil. Pensó que su abuelo había perdido la razón, y todo su cuerpo se llenó de espanto. Pero un niño japonés obedece siempre, y Yon tiró la antorcha llamenate entre las las espigas.

Primero fue una lumbre débil donde se retorcían los tallos resecados; después se extendió el fuego en llamaradas rojas, y bien pronto fueron los arrozales una inmensa hoguera. La montaña se elevaba hasta el cielo en una columna de humo.

Desde allá abajo, los habitantes del pueblecito vieron sus campos incendiados y, dando gritos de rabia, corrieron desesperados, trepando por los senderos tortuosos del monte; subiendo,subiendo hasta agotar las fuerzas. Nadie quedaba atrás. También las mujeres subían con los niños a la espalda. Al llegar al llano y ver los extensos arrozales devastados, la indignación se oyó en un grito de furia:

-¿Quién ha sido? ¿Quién es el incendiario?

El viejo guardián se adelantó a los hombres y dijo con serenidad:

-¡Yo he sido!

Yon sollozaba.

Un grupo los rodeó en actitud amenazadora, gritando.

-¿Por qué lo han hecho? ¿Por qué?

El viejo se volvió severo y extendió la mano señalando el horizonte.

-Mirad allá- dijo.

Al fondo, donde unas horas antes la gran superficie del mar era plana como un espejo, se levantaba ahora hasta el cielo una espantosa muralla de agua. Una ola oscura y gigantesca avanzaba amenazadora desde el confín.

Hubo un momento de horror. Ni un grito... Los corazones latían con fuerza.

La muralla de agua avanzó hasta la tierra con un ronco bramido, se volcó sobre la costa deshaciéndolo todo, invadiéndolo todo, y fue a romperse, en un trueno desgarrado y furioso, contra la montaña... Una ola más. Después otra más débil... Luego, el mar se fue retirando con un rugido sordo.

La tierra apareció revuelta y socavada. El pueblecito había desaparecido, deshecho y arrastrado por aquella ola inmensa.

El viejo guardia miró satisfecho a todos los habitantes bien seguros en la cima del monte.

Su presencia de ánimo los había salvado de la invasión del mar.

miércoles, 16 de marzo de 2011

El cortador de bambú - Tradicional japonés

Un anciano cortador de bambú, de nombre Taketori no Okina (el anciano que cosecha bambú),  se dirigía como cada día a recolectar los tallos con los que se ganaba la vida. Pero esa mañana iba a ser distinta a las demás: al caminar por el bosque encontró frente sí un tallo de bambú que brillaba misteriosamente. Con mucha precaución procedió a cortarlo, para descubrir en su interior un hermoso bebé del tamaño de su pulgar.

Cuando se recuperó de su sorpresa, Taketori acunó a la pequeña con cuidado entre sus manos y la llevó a su casa. Su esposa y él tomaron la aparición de la niña como una bendición, y decidieron cuidarla como la hija que nunca habían tenido, llamádola Kaguya-hime (radiante princesa de la noche).

Taketori no Okina lleva a Kaguya-hime a su casa. Dibujo de Tosa Horomichi (1650).
Fuente Wikipedia Commons.

Tras ese día, cada vez que Taketori no Okina salía a cortar bambú, dentro de cada tallo encontraba pequeñas nueces de oro. Pronto se hizo rico, mientras Kaguya crecía hasta convertirse en una mujer extraordinariamente hermosa. Aunque el anciano intentó mantenerla aislada del mundo exterior, no pudo evitar que se extendiera la noticia de su belleza.

miércoles, 16 de febrero de 2011

La única hazaña

Un soberano que se aburría pidió que le buscaran a alguien capaz de una hazaña que sólo él pudiera llevar a cabo.

Sus emisarios buscaron mucho tiempo antes de encontrar a un hombre que podía lanzar un hilo y, a distancia, hacerlo pasar por el ojo de un aguja. Se trataba de una proeza inimaginable que el hombre realizó varias veces en presencia del soberano y de toda la corte.

El rey le dijo a su primer ministro que se le dieran a aquel hombre cien monedas de oro y cien bastonazos.

-¿Por qué cien bastonazos? -preguntó el hombre.

-Las cien monedas de oro recompensan tu hazaña -le dijo el rey- porque, en efecto, nadie en el mundo puede imitarte. Los cien bastonazos que vas a recibir son el castigo por haber perdido tanto tiempo en semejante tontería.

FIN

Lo cuenta Jean-Claude Carriére en El segundo círculo de los mentirosos. Cuentos filosóficos del mundo entero.

lunes, 7 de febrero de 2011

El sol, la luna y las estrellas - Leyenda de Madagascar

Zanahary ("el Creador" en la religión popular malgache) tenía tres hijos, que eran Ramasoandro ("sol"), Ravolana ("luna") y Rahona ("nubes"). Cuando se hicieron mayores de edad, Zanahary les dio a cada uno su parte de herencia. Y les dijo:

- Ramasoandro, eres el primogénito: te daré doce cebúes. Ravolana, mi hija preferida: te daré siete cebúes. Y para ti, mi hijo menor: tendrás derecho a un cebú. Cuidad de vuestra herencia, porque yo no estaré vivo eternamente, y tenéis que aprender a cuidar de vosotros mismos desde ahora.

Así que los tres cogieron sus cebúes y volvieron a su casa. Los años pasaron. Un día, Zanahary cayó enfermo y el mpimasy ("brujo adivino", "curandero") le dijo que su único remedio era la sangre de un cebú. Zanahary llamó a su consejero y envió a un mensajero a buscar un cebú a casa de Ramasoandro. Zanahary dijo:

- Ramasoandro tiene muchos cebúes; seguro que no le pasaría nada si me diera uno para salvarme la vida. Vete a casa de Ramasoandro y dile que necesito un cebú.

El mensajero se fue, pero cuando le hizo saber la razón de su visita a Ramasoandro, éste le contestó:

- Lo siento, pero no puedo darte ninguno de mis cebúes. ¿Por qué mi padre ha pensado enseguida en que yo podría dártelo, si somos tres hermanos? Vete a ver a mi hermana, ella te lo dará.

Y el mensajero se fue a casa de Ravolana. Pero ésta le dijo:

- Mi hermano mayor tiene más cebúes que yo, porque nuestro padre le ha dado más. No puedo darte ninguno porque, como ves, tengo muchos hijos (se refiere a las estrellas). Así que, cuando me muera, quiero que tengan por lo menos un cebú cada uno. ¿Por qué no te vas a casa de Rahona? Estoy segura de que te lo concederá.

Entonces, el mensajero se fue a casa de Rahona, y le contó que su padre estaba enfermo, y que su único remedio era la sangre de un cebú. Ni siquiera tuvo tiempo para pedirle un cebú, porque Rahona inmediatamente le dijo:

- ¿Cuál es el problema? Ahora mismo te daré un cebú. Te acompañaré al palacio de mi padre y llevaremos el cebú con nosotros. No quiero que mi padre se muera.

Cuando llegaron al palacio de Zanahary, el mpimasy preparó el remedio, y el enfermo se curó. Entonces, Zanahary llamó a sus hijos y les dijo:

- Escúchame, Ramasoandro. Puse toda mi esperanza en ti cuando te di los doce cebúes; sin embargo, me has decepcionado profundamente. Has dado pruebas de egoísmo, y ésa no es una buena actitud. Ravolana, tú has dado pruebas de que eres una chica buena porque has pensado en el futuro de tus hijos, pero también has olvidado que soy tu padre y que me estaba muriendo. Rahona, me alegro de ver que no me has guardado rencor por haberte dado un solo cebú. A pesar de eso, has acudido a verme, y tu generosidad me ha salvado la vida. Así que, a partir de ahora, vosotros dos, Ramasoandro y Ravolana, tendréis que acatar y mostrar profundo respecto ante vuestro hermano menor, porque es un ser generoso y os ha superado en todo. Ramasoandro: brillarás sólo de día; Ravolana: brillarás sólo de noche con tus hijos. Pero cuando pase Rahona, os ocultará y no podréis brillar. Por más que brilléis, no podréis mostrar ninguna luz cuando vuestro hermano menor pase ante vosotros.

Por eso, el sol brilla sólo de día y la luna brilla sólo de noche; pero ninguno puede lucir cuando las nubes pasan por el cielo, puesto que ésa fue la voluntad de Zanahary.


FIN

La leyenda aparece recopilada en Mitos y leyendas de Madascar de Harinirinjahana Rabarijaona. La conocí gracias al mapa de esa gran idea que fue La vuelta al mundo en 80 cuentos

sábado, 8 de enero de 2011

El ruiseñor - Hans Christian Andersen

En China, como sabes muy bien, el Emperador es chino, y chinos son todos los que lo rodean. Hace ya muchos años de lo que voy a contar, mas por eso precisamente vale la pena que lo oigan, antes de que la historia se haya olvidado.

El palacio del Emperador era el más espléndido del mundo entero, todo él de la más delicada porcelana. Todo en él era tan precioso y frágil, que había que ir con mucho cuidado antes de tocar nada. El jardín estaba lleno de flores maravillosas, y de las más bellas colgaban campanillas de plata que sonaban para que nadie pudiera pasar de largo sin fijarse en ellas. Sí, en el jardín imperial todo estaba muy bien pensado, y era tan extenso que el propio jardinero no tenía idea de dónde terminaba. Si seguías andando, te encontrabas en el bosque más espléndido que quepa imaginar, lleno de altos árboles y profundos lagos. Aquel bosque llegaba hasta el mar hondo y azul; grandes embarcaciones podían navegar por debajo de las ramas, y allí vivía un ruiseñor que cantaba tan primorosamente, que incluso el pobre pescador, a pesar de sus muchas ocupaciones, cuando por la noche salía a retirar las redes, se detenía a escuchar sus trinos.

-¡Dios santo, y qué hermoso! -exclamaba; pero luego tenía que atender a sus redes y olvidarse del pájaro hasta la noche siguiente, en que, al llegar de nuevo al lugar, repetía-: ¡Dios santo, y qué hermoso!

De todos los países llegaban viajeros a la ciudad imperial, y admiraban el palacio y el jardín; pero en cuanto oían al ruiseñor, exclamaban:

-¡Esto es lo mejor de todo!

De regreso a sus tierras los viajeros hablaban de él, y los sabios escribían libros y más libros acerca de la ciudad, del palacio y del jardín, pero sin olvidarse nunca del ruiseñor, al que ponían por las nubes; y los poetas componían inspiradísimos poemas sobre el pájaro que cantaba en el bosque, junto al profundo lago.

Aquellos libros se difundieron por el mundo, y algunos llegaron a manos del Emperador. Se hallaba sentado en su sillón de oro, leyendo y leyendo; de vez en cuando hacía con la cabeza un gesto de aprobación, pues le satisfacía leer aquellas magníficas descripciones de la ciudad, del palacio y del jardín. «Pero lo mejor de todo es el ruiseñor», decía el libro.

«¿Qué es esto? -pensó el Emperador-. ¿El ruiseñor? Jamás he oído hablar de él. ¿Es posible que haya un pájaro así en mi imperio, y precisamente en mi jardín? Nadie me ha informado. ¡Está bueno que uno tenga que enterarse de semejantes cosas por los libros!»

Y mandó llamar al mayordomo de palacio, un personaje tan importante, que cuando una persona de rango inferior se atrevía a dirigirle la palabra o hacerle una pregunta, se limitaba a contestarle: «¡P!». Y esto no significa nada.

-Según parece, hay aquí un pájaro de lo más notable, llamado ruiseñor -dijo el Emperador-. Se dice que es lo mejor que existe en mi imperio; ¿por qué no se me ha informado de este hecho?

-Es la primera vez que oigo hablar de él -se justificó el mayordomo-. Nunca ha sido presentado en la Corte.

-Pues ordeno que acuda esta noche a cantar en mi presencia -dijo el Emperador-. El mundo entero sabe lo que tengo, menos yo.

-Es la primera vez que oigo hablar de él -repitió el mayordomo-. Lo buscaré y lo encontraré.

martes, 14 de diciembre de 2010

El soldado y la Muerte (cuento popular ruso)

Un soldado, después de haber cumplido su servicio durante veinticinco años, pidió ser licenciado y se fue a correr mundo.

Anduvo algún tiempo, y se encontró a un pobre que le pidió limosna. El soldado tenía sólo tres galletas y dio una al mendigo, quedándose él con dos. Siguió su camino, y a poco tropezó con otro pobre que también le pidió limosna saludándolo humildemente. El soldado repartió con él su provisión, dándole una galleta y quedándose él con la última.

Llevaba andando un buen rato cuando se encontró a un tercer mendigo. Era un anciano de pelo blanco como la nieve, que también lo saludó humildemente pidiéndole limosna. El soldado sacó su última galleta y reflexionó así:

«Si le doy la galleta entera me quedaré sin provisiones; pero si le doy la mitad y encuentra a los otros dos pobres, al ver que a ellos les he dado una galleta entera a cada uno se podrá ofender. Será mejor que le dé la galleta entera; yo me podré pasar sin ella.»

Le dio su última galleta, quedándose sin provisiones. Entonces el anciano le preguntó:

-Dime, hijo mío, ¿qué deseas y qué necesitas?

-Dios te bendiga -le contestó el soldado-. ¿Qué quieres que te pida a ti, abuelito, si eres tan pobre que nada puedes ofrecerme?

-No hagas caso de mi miseria y dime lo que deseas; quizá pueda recompensarte por tu buen corazón.

-No necesito nada; pero si tienes una baraja, dámela como recuerdo tuyo.

El anciano sacó de su bolsillo una baraja y se la dio al soldado, diciendo:

-Tómala, y puedes estar seguro de que, juegues con quien juegues, siempre ganarás. Aquí tienes también una alforja; a quien encuentres en el camino, sea persona, sea animal o sea cosa, si la abres y dices: «Entra aquí», en seguida se meterá en ella.

martes, 2 de noviembre de 2010

El rey, el abad y el cocinero

Érase una vez un rey poderoso y cruel, que vivía en un castillo del que no salía sino para guerrear. Además, sus caprichos no conocían límites.

Un día tuvo el antojo de salir de caza para distraerse y persiguiendo un ciervo de extravió en el bosque. Ya era de noche, cuando a través de los árboles pude ver unas luces hacia las cuales encaminó su caballo.

Era un convento. Pidió asilo. Le dieron de cenar y, en su orgullo, no dijo ni gracias. Los frailes que le servían estaban asustados y temblaban de miedo. Uno de ellos reconoció al rey y fue a avisar al padre abad para que saludase al monarca.

-Tengo noticias de vuestro convento –le dijo el rey-. Sé que dais de comer a muchos pobres de la comarca, pero también me han dicho que vos, padre abad, no sois muy estudioso y esto no convienen al cargo que desempeñáis.

-Señor –contestó temblando el humilde fraile-; procuro cumplir con mi deber lo mejor posible.

-Está bien –dijo el monarca-. Y para convencerme de que desempeñáis bien vuestro cargo os voy a proponer tres preguntas. Si las solucionáis bien ganaréis dos cosas: la primera, que haréis pasar por mentirosos a todos los que os han calumniado y la segunda que os confirmaré en vuestro cargo para toda la vida. Si no acertáis a contestar, lo siento, pero habré de nombrar otro abad.

lunes, 4 de octubre de 2010

La sombra y su cazador (fragmento)

Según una antigua creencia maya, que se puede encontrar todavía hoy en algunos pueblos apartados de Guatemala, cuando morimos el cuerpo se destruye, pero nuestra sombra permanece sobre la tierra. Las sombras vagan, sobre todo por la noche, un poco perdidas, débilmente conscientes, rodeadas de amenazas. A cada momento pueden toparse con un "cazador de sombras" venido del más allá con unas peculiares armas. Estos cazadores, que son feroces, acosan a las sombras obstinadas, las capturan y las arrastran, a su pesar, a los territorios de la nada.

No obstante, hay un lugar en la tierra, situado precisamente en una montaña de Guatemala, donde las sombras pueden encontrar un refugio contra los cazadores. Se trata de una gruta oscura y profunda, de difícil acceso, cuya entrada, rodeada de plantas espinosas, se encuentra a más de dos mil metros de altitud.

Cuando un cuerpo muere, dondequiera que eso ocurra en la tierra, su sombra se libera de la carne muerta y parte en busca de esa gruta. Avanza por instinto, como las aves migratorias, según unos indicios que solo pueden reconocer las sombras. A lo largo de su camino, que puede durar años, los cazadores las acechan, les tienden trampas y con bastante frecuencia las apresan. Algunas, sin embargo, llegan a buen puerto y se reúnen con las supervivientes en la gruta de Guatemala. Los montañeros que han osado aventurarse hasta el acceso de la gruta (aunque nunca nadie ha entrado en ella) dicen que allí se oye de continuo un tremendo roce, como si hubiera "millones de murciélagos".

De El segundo círculo de los mentirosos. Cuentos filosóficos del mundo entero de Jean-Claude Carriére.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Itimad

Invisible tu persona a mis ojos, está presente en mi corazón.
Te envío mi adiós, con la fuerza de la pasión, con lágrimas de pena, con insomnio.
Indomable soy, tú me dominas y encuentras la tarea fácil.
Mi deseo es estar contigo siempre. ¡Ojalá pudieras concederme ese deseo!
Asegúrame que el juramento que nos une no se romperá con la lejanía.
Dentro de los pliegues de ese poema, escondí tu dulce nombre, Itimad.
El Reino de Sevilla fue una de las taifas más importantes de la España musulmana del S. XI. Uno de sus reyes fue Al-Mutamid, que reunió a su alrededor una corte de literatos y poetas, en la que se valoraba especialmente la habilidad para improvisar versos.

Según cuenta la leyenda, cierto día Al-Mutamid paseaba con su amigo y antiguo tutor Abenamar junto al Guadalquivir. Atardece, y el sol se refleja sobre el río. El rey se siente inspirado y lanza un verso, desafiando a su amigo a terminarlo:
El viento teje lorigas en las aguas
Abenamar reflexiona, pero antes de que sea capaz de contestar llega hasta ellos una voz femenina:
¡Qué coraza si se helaran!
Al girarse comprueban sorprendidos que el verso proceden de una joven esclava que se dirige con su borrico de vuelta a Triana.  El rey queda prendado de la belleza e ingenio de la joven, de nombre Romaiquía, y la lleva consigo a palacio. Poco después, ante el asombro de la corte, se casa con ella, adoptando la nueva reina el nombre de Itimad.

A pesar de su humilde origen, Itimad se integra fácilmente en la corte sevillana. Ambos reyes se profesaron siempre un profundo amor, intercambiándose versos apasionados como el que encabeza esta entrada. No hubo deseo de su esposa que Al-Mutamid no se apresurara a complacer, hasta el punto en que sus súbditos acabaron manifestando su descontento.

La leyenda nos cuenta como una vez Al-Mutamid encontró a Itimad triste y melancólica. La razon: a pesar de tenerlo todo en palacio, la antigua esclava echaba de menos cuando pisaba el lodo con sus compañeras para fabricar ladrillos. Según cuenta D. Juan Manuel en el Libro de los ejemplos del Conde Lucanor y de Patronio:
"El rey, para complacerla, mandó llenar de agua de rosas un gran lago que hay en Córdoba; luego ordenó que lo vaciaran de tierra y llenaran de azúcar, canela, espliego, clavo, almizcle, ámbar y algalia, y de cuantas especias desprenden buenos olores. Por último, mandó arrancar la paja, con la que hacen los adobes, y plantar allí caña de azúcar. Cuando el lago estuvo lleno de estas cosas y el lodo era lo que podéis imaginar, dijo el rey a su esposa que se descalzase y que pisara aquel lodo e hiciese con él cuantos adobes gustara."
En otra ocasión en que la reina volvió a mostrar su tristeza, al preguntarle el rey Itimad se quejó de que, por muchas que fueran su riquezas, no podría nunca gozar de la contemplación de un paisaje nevado. Al-Mutamid quedó rumiando aquello, pues no había en su reino lugar donde la reina pudiese ver la nieve. 

Pasa el tiempo. Buscando distraer a su esposa de su melancolía Al-Mutamid la lleva a visitar los palacios de  Córdoba. Una mañana Itimad despierta contemplando desde su ventana un paisaje blanco. Llena de alegría corre a buscar a su esposo para anunciarle la nevada. Al-Mutamid se sienta con ella a contemplar la vista. Sonríe; ha hecho traer de la vega de Málaga más de un millón de almendros para plantarlos en la sierra cordobesa que acaban de florecer.

Fuentes:

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miércoles, 14 de julio de 2010

Los zapatos de hierro (cuento de hadas español)

Pues señor, érase una vez un joven cordobés, llamado Luis, que se encontró una noche en una posada con un caballero desconocido que se hacía llamar el Marqués del Sol.

Pusiéronse a jugar a cartas y el forastero ganó sin cesar, mientras que Luis, ansioso de tomar el desquite, perdía onza a onza toda su fortuna. Empezó perdiendo el dinero, luego se jugó el caballo y lo perdió; a continuación su espada y la perdió.

Finalmente, desesperado, dijo:

- ¡Ya no me queda más que mi alma! ¡Me la juego!

Y la perdió también.

Levantóse el forastero para marcharse y el joven, recobrando el buen sentido y dándose cuenta de su locura, exclamó:

- Caballero, me ha ganado usted mi espada, mi caballo y mi fortuna... Son suyas las tres cosas; consérvelas y que le duren mucho, pero devuélvame mi alma.

- Se la devolveré, - replicó el otro - cuando haya gastado usted este par de zapatos.

Y el Marqués del Sol, entregando a Luis un par de zapatos de hierro, se marchó, llevándose su alma.
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