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miércoles, 31 de agosto de 2016

Lucio Domicio Enobarbo o cuando es mejor pensarlo dos veces antes de actuar

Leyendo una biografía de Julio César me he encontrado con una curiosa anécdota. Su protagonista es Lucio Domicio Enobarbo, un aristócrata romano que hubiera deseado haberse parado a pensar un poco antes de actuar. En particular en cosas como, por ejemplo, su propio suicidio.

Estamos en el año 49 a.C. Julio César acaba de cruzar el Rubicón, iniciando una guerra civil y, de paso, creando una expresión que sigue usándose 2.000 años después. Para detenerle el Senado confía en su antiguo aliado Cneo Pompeyo Magno. Pompeyo es consciente de que César tiene ventaja en Italia, mientras que las fuerzas del Senado son mayoría fuera de la península. Así que ordena una retirada hacia Grecia, donde espera reclutar un ejército con el que aplastar la insurrección. Le acompañan numerosos senadores, que abandonan la península a regañadientes.

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Julio César frente al río Rubicón. El derecho romano fijaba que ningún general podía cruzarlo al frente de sus tropas. Al franquearlo César se declaraba en rebeldía e iniciaba la Segunda Guerra Civil de la República Romana.
No está entre ellos Lucio Domicio Enobarbo. Miembro de una importante familia aristocrática, Domicio tiene una inquina personal hacia César. Sus últimos años han sido una continua lucha política contra él y sus aliados. Una lucha bastante poco afortunada, además. Por si fuera poco acababa de ser nombrado gobernador de la Galia, sustituyendo al propio César, y por culpa de la rebelión no iba a poder disponer de su cargo. Ser gobernador significaba todo un honor, una posición de poder y confianza por parte del Senado. Eso sin tener en cuenta la posibilidad de llenarte los bolsillos hasta arriba estrujando todo lo posible a tus gobernados. Pero por culpa de ese traidor va a quedarse compuesto y sin provincia.

La cólera le domina. No va a retirarse con el rabo entre las piernas; se enfrentará a César y le parará los pies, demostrando de lo que está hecho un auténtico romano. 

martes, 3 de enero de 2012

Celestino V, el Papa que renunció

De entre la larga lista de nombres que han ocupado la silla de San Pedro, uno de los que cuenta con una historia más curiosa es Celestino V. Ocupó el cargo durante sólo cinco meses en el año 1296 y ha sido uno de los pocos (hay quien dice que el único) papas en renunciar a su puesto por propia voluntad; un puesto al que nunca aspiró y que no hizo mas que traerle desgracias.

Antes de conocer su historia debemos ponernos en antecedentes. Durante gran parte de su existencia el papado unió bajo su mitra dos aspectos bien distintos: uno espiritual y otro eminentemente mundano como era ser la cabeza de los Estados Papales. Durante siglos los Papas fueron uno más entre los actores que conspiraban y guerreaban entre sí por la hegemonía de la península italiana, una de las zonas más agitadas de la Edad Media.

En los años previos a la entronización de Celestino V el asunto más candente en la zona era la lucha que llevaba a cabo la Casa de Anjou, de procedencia francesa y que reinaba en Nápoles, contra la Corona de Aragón a cuenta de la isla de Sicilia. Este enfrentamiento tenía su reflejo directo en el cónclave que había de elegir al nuevo Papa, dividido entre pro-franceses y pro-aragoneses, ninguno con los votos suficientes para imponer a uno de sus candidatos.

Así fue pasando el tiempo, hasta que tras dos años separarse y volverse a reunir, los cardenales aún no habían sido capaces de elegir un nuevo Papa. Las presiones para que tomaran una decisión fueron incrementándose hasta que finalmente optaron por el comportamiento habitual de la curia en estos casos: si no podemos ponernos de acuerdo, optemos por alguien de fuera.

lunes, 16 de mayo de 2011

Nada más que vender, las cartas sin respuesta de Alfonso I de Kongo

Cuando los portugueses llegaron por primera vez al lago Malebo, en la parte baja del río Congo, en 1483, encontraron una serie de prósperas comunidades bendecidas por una situación privilegiada, en la que se aunaban tierras fértiles con yacimientos minerales y la confluencia de varias rutas comerciales. Los habitantes de la zona se agrupaban en varios reinos, en el que ocupaba un papel preponderante el Reino de Kongo. Los portugueses, bien recibidos por los habitantes, supieron apreciar las grandes posibilidades de la zona, construyendo en posteriores visitas un fuerte de piedra entre las choza de barro de Mbanza Kongo, que serviría de base para comerciantes y misioneros.

Las élites de Kongo fueron receptivas a la evangelización y pronto empezaron las primeras conversiones, incluyendo al propio manikongo (rey), que fue bautizado con el nombre de João I en homenaje al entonces rey portugués João II. Aunque en la mayoría de las ocasiones esto no supusiera más que añadir nuevos elementos a las creencias tradicionales de los conversos, que sumaban los ritos cristianos a los propios, sí hubo al menos una conversión que pareció total y devota. Nzinga Mbemba, hijo del manikongo y bautizado como Alfonso en honor del heredero portugués, abrazó con fervor la fe cristiana y los modos europeos.

A la muerte de su padre en 1507, Alonso fue elegido como nuevo rey (el manikongo era un cargo electivo, no hereditario), tomando el nombre de Alfonso I de Kongo. Con ayuda portuguesa (aunque Alfonso afirmase que se debió a una aparición de Santiago el Mayor y el Espíritu Santo que dio fuerzas a sus hombres) venció a su medio hermano que reunía a los descontentos de la influencia extranjera, y se lanzó a la misión de europeizar Kongo. Rebautizó su capital como San Salvador y construyó en ella iglesias para atraer misioneros que irradiaran hacia el resto del país. También se lanzó a un programa de construcción de escuelas, buscando alfabetizar a las élites del país, y mandó jóvenes nobles a educarse a Portugal, siendo uno de sus hijos el primer africano negro en ser nombrado obispo.

Escudo de armas que Alfonso I adoptó para el Reino
de Kongo,  simbolizando la intervención del Espíritu Santo
en la batalla que le llevó al trono (Wikipedia).

Al tiempo que trabajaba en el interior del país se dedicó también a extender sus fronteras, apoyándose en el superior armamento de mercenarios portugueses. Parecía que su sueño de crear una monarquía europea en el corazón de África iba camino de convertirse en realidad.

Pero la ayuda portuguesa no era desinteresada. Al margen de los motivos que hubieran guiado su política inicialmente, ahora los portugueses tenían una gran necesidad de un producto concreto y Alfonso debía suministrárselo si quería seguir contando con su favor.

En aquellos años Europa entera suspiraba por el azúcar. El gusto por lo dulce se había ido extendiendo por el continente desde que las cruzadas lo habían puesto en contacto con los productores asiáticos. Portugal estaba decidido a cubrir esa necesidad haciendo uso de sus recién conquistados territorios.

Uno de los lugares elegidos para el cultivo a gran escala fue la Isla de Santo Tomé. Los portugueses desplazaron a la isla un gran número de colonos, incluyendo a 2000 niños judíos arrebatados a sus padres durante la explusión, llegando a convertir la isla en el primer suministrador europeo de azúcar a principios del siglo S. XVI.

Pero este proyecto necesitaba de grandes cantidades de mano de obra; y aquí es donde entra en escena el rey Alfonso. Sus proyectos podrían contar con el apoyo portugués mientras a cambio les suministrase esclavos para sus plantaciones.

martes, 16 de noviembre de 2010

Ibn Ammar, el poeta que pudo reinar

Hace un tiempo publiqué aquí la leyenda sevillana de la esclava-reina Itimad. Ésta empezaba con un paseo junto al Guadalquivir del rey de la Taifa de Sevilla Al-Mu'tamid y su amigo Ibn Ammar (Abenamar para los cronistas cristianos). Buscando más información descubrí la interesante biografía de Ibn Ammar: un poeta cuyo talento y ambición le hicieron elevarse desde unos orígenes humildes a ser uno de los hombres más importantes de la península en el S. XI. Llegó a acariciar el sueño de gobernar su propio reino, pero fue su propia sed de poder la que le hizo caer hasta acabar ejecutado a manos de su mejor amigo.


Juventud y llegada a la corte abadí

Abu Bakr Ibn Ammar nació el año 1031 cerca de la ciudad de Silves, capital de la Taifa de Silves que abarcaba la parte occidental del Algarve portugués. Procedente de una familia humilde, mostró desde joven un gran talento para la poesía, convirtiéndose en uno de los más grandes poetas de los reinos de taifas, época en que la poesía llegó a sus niveles más altos en Al-Ándalus. Pasó su juventud recorriendo los reinos musulmanes de la península, recitando panegíricos a todo aquel que pudiera pagárselos. Fueron tiempos duros para el joven Ibn Ammar, descrito según fuentes de la época como "un pobre poeta joven desconocido y mal trajeado que provocaba la risa de unos y la compasión de otros, por su larga pelliza y su pequeña gorra; se consideraba dichoso si cualquier hombre rico se dignaba arrojarle las migajas de su mesa, a cambio de sus versos".

La suerte de Ibn Ammar cambió cuando logró una audiencia en la corte abadí de Sevilla en 1052. El rey Al-Mu'tadid  había heredado la taifa que fundó su padre Abú al-Qasim en 1023 y la convertiría en una de las potencias de Al-Andalus. Belicoso y cruel (mató a uno de sus hijos con sus propias manos y gustaba de conservar los cráneos de sus enemigos), también fue poeta y mecenas, reuniendo a su alrededor una corte digna de los príncipes del Renacimiento.

Expansión de la Taifa de Sevilla (Wikipedia)

Ante esta corte de literatos y poetas Ibn Ammar desplegó su talento, recitando un panegírico que exaltaba la figura del rey, tras el cual "Al-Mu'tadid ordenó que se le entregara dinero, vestido y una mula para cabalgar, y que su nombre fuese inscrito en el registro de los poetas pensionados de la corte". Allí conoció al príncipe  Al-Mu'tamid, que a sus doce años ya mostraba gran talento para la poesía. Ibn Ammar, unos nueve años mayor que él, fascina al joven príncipe y se convierte en su amigo y confidente. Cuando un año después el príncipe recibe el encargo de su padre de gobernar la recién conquistada Silves Ibn Ammar le acompañará como ministro.

La relación entre estos dos personajes ha sido objeto de discusión. Mientras que para algunos fue de una profunda amistad cimentada en la admiración que el joven Al-Mutamid sentía hacia el poeta de Silves, otras fuentes llegan más lejos, apuntando a una relación sentimental entre ambos. Según el biógrafo de Al-Mu'tamid, sus relaciones amistosas "eran más íntimas que las de un hermano con un hermano y las de un padre con su hijo".

sábado, 6 de marzo de 2010

Su graciosa y poco agradecida majestad: la última voluntad de Lord Nelson

Adorado por el pueblo al que sus victorias habían devuelto la ilusión de derrotar a Napoleón, Lord Horatio Nelson (1758-1805) era en cambio criticado por el rey Jorge III y la alta sociedad británica debido a su vida sentimental, llegando al extremo de negar su última voluntad al héroe al que tanto debían.

Estando destinado en Nápoles, Nelson había sido acogido por el embajador británico Sir William Hamilton. Sir William estaba casado con Emma Hamilton, una mujer famosa en su época y 34 años más joven que él. Horatio y Emma se enamoraron y comenzaron una relación al parecer consentida y alentada por Sir William, que sentía un gran respeto (que era mutuo) por el marino.

 
Emma Hamilton por George Romney. Imagen tomada de Wikipedia.

Nelson estaba casado con una mujer a la que no amaba y de la que acabó divorciándose. Aún así la alta sociedad británica no podía perdonarle el cada vez más evidente triángulo que formaba con los Hamilton. A tanto llegó el escándalo que en 1799 el almirantazgo decidió enviar a Nelson al mar para mantenerlo alejado de Emma.

En 1801 Emma tuvo una hija, Horatia, que Nelson reconoció como suya. Dos años más tarde fallecía Sir William. Nelson decició esperar entonces a conseguir una gran victoria que acallara las críticas antes de casarse con Emma. La oportunidad llegó en 1805, cuando recibió el mando de la flota del Mediterráneo para enfrentar la amenaza de la flota combinada franco-española. En la batalla de Trafalgar Nelson destruyó el poderío naval de estos dos países y apartó para siempre la amenaza de una invasión francesa de Inglaterra.

Esta victoria podría haber sido la consagración que hiciera acallar las voces contra él y Emma, pero Nelson no vivió para comprobarlo. Herido de muerte por una bala de mosquete, sus últimas palabras fueron: "Recordad que dejo a la señora Hamilton y a Horatia, mi hija, como un legado a mi país. Nunca olvidéis a Horatia. Doy gracias a Dios por permitirme acabar mi vida cumpliendo con mi deber".

Sin embargo la última voluntad del héroe no fue escuchada. El primer ministro británico ignoró el testamento de Nelson en el que repartía su herencia entre su ex mujer y Emma, negándole a esta última cualquier compensación. Se llegó al extremo de prohibirle su asistencia al funeral de su amado. Emma fue abandonada por todos y acabó en prisión por deudas, muriendo arruinada en Francia, donde se había exiliado para huir de los acreedores.

Fuentes:

lunes, 11 de enero de 2010

Paul von Lettow-Vorbeck (IV): Epílogo. Los últimos askaris

Os dejo la última parte de la historia de Paul von Lettow-Vorbeck, comandante de las tropas alemanas en África Oriental en la I Guerra Mundial, durante la que llevó a cabo una constante guerra de guerrillas contra tropas muy superiores en número, entregando las armas al acabar la contienda sin haber perdido una sola batalla. La entrada de hoy narra una emotiva historia acaecida tras la muerte del general, relativa sus antiguos soldados nativos, los askari, según aparece reflejada en el libro El sueño de África de Javier Reverte.

Von Lettow murió en 1964, el mismo año en que el Parlamento alemán acordaba, al fin, pagar los sueldos y las pensiones que se debían a los askaris de la Schutztruppe. Y el epílogo de la historia se escribió de una forma curiosa: incapaz de organizar la forma de efectuar el pago, el Gobierno alemán tramitó el asunto a través del tanzano. El Gobierno de Dar, no sabiendo tampoco muy bien qué hacer, publicó en los periódicos un anuncio informando que, en la ciudad de Mwanza, al sur del lago Victoria, se efectuaría el pago de la deuda a los antiguos askaris que se presentaran allí, en una fecha señalada, y pudieran probar que sirvieron en el ejército germano entre 1914 y 1918. Un pagador alemán viajó con el dinero desde Bonn a Mwanza y la mañana de la cita encontró ante sí a un grupo de unos trescientos ancianos. Pero eran muy pocos los que conservaban el certificado que, en 1918, Von Lettow había extendido, uno por uno, a todos sus soldados.

Compañía askari de la Schutztruppe (1914). Foto tomada de Wikipedia.

El pagador tuvo entonces una feliz idea. Comenzó a ordenar, en alemán, movimientos de instrucción militar: firmes, presenten armas, descansen, marchen... Ni uno solo de aquellos ancianos dudó y todos ejecutaron a la perfección las órdenes del pagador. La deuda de Lettow quedó así saldada con los supervivientes de su particular guerra.

Y hasta hace una decena de años, según cuenta Charles Miller, todavía podía encontrarse, en alguna remota aldea de Tanzania, algún viejo que decía en swahili a los viajeros: Mimi ni askari Mdaichi, o lo que es lo mismo: "soy un soldado alemán".

Entradas relacionadas:

miércoles, 6 de enero de 2010

Paul von Lettow-Vorbeck (III): Alemania y vuelta a África

Como ya hemos contado en anteriore entradas, Paul von Lettow-Vorbeck era el general al mando de las tropas alemanas en África Oriental cuando estalló la I Guerra Mundial. Tras una primera victoria al rechazar un desembarco inglés en Dar es Salaam, von Lettow se embarca en una guerra de guerrillas ante tropas muy superiores en número que logra su principal objetivo: distraer un gran número de soldados aliados de los campos de batalla de Europa. Sin haber perdido una sola batalla Lettow se rinde finalmente tras la capitulación de Alemania.

Tras el armisticio, von Lettow regresa a Alemania, donde desfila bajo la puerta de Brandenburgo al frente de algo más de un centener de sus Schutztruppe aclamado como un héroe. No sólo no ha perdido una sola batalla, sino que además ha sido el único general alemán en toda la contienda en invadir territorio inglés.

Desfile de von Lettow en Berlín. Foto tomada de Wikipedia.

martes, 29 de diciembre de 2009

Paul von Lettow-Vorbeck (II): Guerra de guerrillas

En una entrada anterior habíamos contado como Paul von Lettow-Vorbeck había recibido el mando de las fuerzas alemanas en África Oriental, la Schutztruppe, poco antes del comienzo de la I Guerra Mundial. A pesar de la desproporción de fuerzas, von Lettow rechaza el primer intento de invasión británica en la batalla de Tanga.

Von Lettow pronto se dio cuenta de que era inútil esperar refuerzos ni material desde la metrópoly. Estaba solo, rodeado de territorio hostil y con los británicos dominando las aguas, pero aún así se esforzó en hacer todo lo posible para ayudar a su país. Era consciente de que África era un teatro de operaciones secundario; la guerra iba a decidirse en los campos de batalla de Europa. Decidió entonces que su mejor contribución a la victoria de Alemania era convertirse en una constante molestia para los aliados: cada hombre destinado contra él sería un soldado menos luchando en Europa.

Los alemanes se dedicaron a hostigar las comunicaciones entre los territorios británicos. Al mismo tiempo von Lettow reclutaba nuevos soldados para su Schutztruppe llegando hasta los 14.000 hombres, el 90% de ellos africanos. Del crucero alemán SMS Königsberg rescata sus piezas de artillería, ordenando a los talleres  de Dar es Salaam que construyan carros para transportarlas. Serían las mayores piezas de artillería de todo el frente de África Oriental.

Cañones del Königsberg en tierra. Foto tomada de Wikipedia.

En los primeros combates von Lettow aprende una dolorosa lección: la victoria no compensa la pérdida de hombres bien entrenados que no puede reemplazar. Desde entonces optará por evitar el enfrentamiento directo.

martes, 22 de diciembre de 2009

Paul von Lettow-Vorbeck (I): Comienza la guerra en África

Empiezo aquí una serie de entradas dedicadas a contar la historia de Paul von Lettow-Vorbeck, comandante de las fuerzas alemanas en África del Este durante la I Guerra Mundial y considerado como uno de los mejores estrategas de la guerra de guerrilla de la historia. Tras mantener en jaque durante toda la contienda a fuerzas que multiplicaban varias veces su número, viviendo del terreno y combatiendo con las armas que arrebataba a sus enemigos, se rindió al finalizar la guerra sin haber perdido una sola batalla.

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