Aquel día Achamán había interrumpido sus quehaceres habituales para sentarse en el Echeide a contemplar el mundo a su alrededor. Las rocas desprendían una agradable calor que contrastaba con la fresca brisa que llegaba del mar. Con un leve movimiento de cabeza Achamán podía ver en la clara mañana las bestias correr por los prados, las aves en el cielo, las estelas de los grandes peces, mientras escuchaba el rumor del viento en los pinos y el crujir de las rocas al calentarse bajo el sol. A su lado un lagarto avanzaba lentamente, la vista puesta en un saltamontes que mordisqueaba una hoja.
Mientras observaba el ondular de la espalda del reptil notó un movimiento sobre él: unos pinzones azules se perseguían en pleno cortejo. Más allá de ellos un águila volvía a su nido sujetando entre sus garras un pez cuyas escamas lanzaban destellos al sol.
Achamán sintió como su pecho se llenaba de alegría ante la belleza desplegada frente a sus ojos. Pero la sonrisa se borró de su rostró al crecer en su interior un pensamiento incómodo: ¿qué sentido tenía toda esa belleza si él era el único capaz de apreciarla?
Fruto de una súbita determinación Achamán se puso en pie, provocando el vuelo del saltamontes y la huida de un lagarto asustado al ver moverse lo que hubiera jurado que era parte de la montaña. Desde el hueco entre dos piedras observó como Achamán caminaba ladera abajo, el rostro serio mientras una idea iba abriéndose paso en su interior.
Unos días después volvió a sentarse en el mismo sitio, de nuevo sonriente mientras observaba a los primeros hombres abrir los ojos y mirar asombrados a su alrededor.
En los violentos fuegos que arden dentro del Echeide desde donde Achamán contemplaba el mundo estaba el hogar de Guayota. Donde Achamán representaba la vida, Guayota era la muerte, donde la creación, la destrucción. Guayota odiaba las criaturas con las que Achamán había poblado el mundo, y por encima de ellas a su última creación, los hombres.
Sin atreverse a atacarlos directamente por miedo a Achamán, el malvado Guayota tramó un, nunca mejor dicho, oscuro plan. Por medio de engaños atrajo a Magec, que llenaba el mundo de luz desde los cielos, hacia el interior del Echeide donde podía usar todo su poder para apresarlo.
El terror se adueñó del corazón de los hombres al darse cuenta de que había desaparecido el sol. Desesperados acudieron al mismo Achamán pidiendo que intercediera ante ellos. Lleno de ira, el dios se dirigió a la cumbre del Echeide, al gran cráter que daba entrada al reino de Guayota. Bajo él los fuegos se agitaban llamándole por su nombre. En medio de ellos Guayota esperaba, confiado al sentirse en su elemento.
Ausente Magec del cielo para marcar el paso del tiempo, los hombres fueron incapaces de saber cuántos días se prolongó la lucha. Bajo ellos la tierra temblaba incapaz de contener el terrible combate que se desarrollaba en su interior.
Cuando al fin llegó la calma, los hombres salieron de sus refugios y contemplaron como la cima del Echeide empezaba a brillar en la oscuridad. Los más agoreros se lanzaron al suelo anunciando a gritos la llegada de Guayota, que descendería rodeado de fuego para acabar con todas las criaturas vivas.
Pero en lugar de bajar por la ladera, la luz se hizo más fuerte hasta que fueron incapaces de mirarla, y así supieron que era Magec que escapaba. Tras él surgió Achamán, que corrió a cerrar el cráter tras de sí con una gran roca, justo a tiempo para evitar la salida de Guayota.
El dios de los infiernos luchó, empujó y golpeó la roca con todas sus fuerzas, generando tal terremoto que partió la isla donde estaba el Echeide en siete trozos, que ahora conocemos como Islas Canarias. En su montaña más alta, la que hoy llamamos Teide, sigue encerrado Guayota bajo la piedra que puso Achamán, el último cono blanquecino que corona volcán, y que recibe en nombre de Pan de Azúcar.
Desde ese día, cada vez que la tierra temblaba y el brillo del fuego asomaba en la cima del Teide, los antiguos guanches prendías numerosas hogueras por los campos. Unos dicen que para asustar a Guayota. Pero otros, sabiendo que el fuego es su elemento natural, afirman que es para que Guayota se confunda y, pensando que aún continúa en los infiernos, continúe su camino.
El Teide con el Pan de Azúcar en su cumbre. Fotografía de darksidex. |