Retrato de Felipe II de Sofonisba Anguissola (wikipedia) |
"Contra los hombres la envié, no contra los vientos y el mar" es la frase que le atribuye su biógrafo Baltasar Porreño a Felipe II al conocer el fracaso de la que había sido su empresa más ambiciosa. El Gran Designio de Inglaterra era un plan de invasión que involucraba lo mejor de su ejército junto con una gran armada, "la mayor y más poderosa combinación jamás reunida en la Cristiandad", como la describió en una carta llena de preocupación uno de los capitanes ingleses que se enfrentó a ella.
Una jugada arriesgada que, de haber tenido éxito, habría cambiado de manera crítica el equilibro de poder en Europa.
Génesis del proyecto
La década de 1580 había empezado bien para el soberano español. Acaba de unir a su corona la portuguesa con todos sus territorios de ultramar, la amenaza turca en el mediterráneo había desaparecido de momento al estar su atención dirigida hacia sus fronteras orientales, y el tradicional enemigo de España, Francia, se hallaba en plena crisis interna, envuelta en una lucha entre católicos y protestantes. Pero, como si el principio de un cómic de Asterix se tratase, había un pequeño territorio que resistía tenazmente.
Los Países Bajos españoles en 1579. En azul oscuro las zonas controladas por la rebelde Unión de Utrecht (wikipedia) |
La guerra con los rebeldes de los Países Bajos duraba ya más de diez años. Diez años de avances y retrocesos que estaban resultado onerosos para la siempre escasa tesorería española. Desde 1577 se hallaba al frente de las tropas españolas Alejandro Farnesio, duque de Palma, uno de los más grandes generales de su tiempo y un experto en la guerra de sitio. Bajo su mando, los endurecidos tercios españoles estaban recuperando terreno poco a poco a los rebeldes, que empezaba a ver peligrar su causa.
Retrato de Isabel I realizado para conmemorar la victoria sobre la armada española (wikipedia). |
Puestos entre la espada y la pared, las Provincias Unidas buscaron ayuda exterior. Primero en Francia y luego, ante la impotencia de dicho país, se pusieron en manos de Inglaterra. No necesitaron mucho para convencer a su reina. Isabel I sabía que una victoria española supondría la irrupción de un vecino muy poderoso y potencialmente hostil al otro lado del canal. Soldados y subsidios empezaron a fluir hacia los rebeldes, al tiempo que realizaba una campaña de acoso marítimo al comercio español con las Indias.
Enfrentado a este nuevo jugador, Felipe tomó la que sería una de las apuestas más arriesgadas de su reinado en un intento de eliminar a Isabel del tablero, lo que sería conocido como el Gran Designio de Inglaterra.
El Gran Designio
Felipe II mandó reunir una gran armada en Lisboa, capaz de superar cualquier otra que los ingleses le opusieran y que debía navegar hacia el canal de la Mancha. Pero no con el fin de invadir Inglaterra, sino para servir de protección a la verdadera fuerza de invasión, formada por los endurecidos veteranos del duque de Parma. Estos cruzarían el canal en lanchas de desembarco para dirigirse luego hacia Londres mientras que la armada avanzaba por el Támesis cubriéndole el flanco.
Si Alejandro Farnesio lograba desembarcar la victoria estaría al alcance de la mano. Los ingleses no disponían de un ejército capaz de hacerle frente, ni de fortificaciones capaces de detenerle. En pocos días podría llegar a Londres para deponer a Isabel y colocar en su lugar a un rey católico favorable o, en el peor de los casos, lograr un acuerdo que garantizase la salida de los ingleses de los Países Bajos, que quedarían solos para enfrentar la siguiente acometida.
En cualquier caso no parece que el objetivo fuese una invasión completa de Inglaterra, una empresa demasiado ambiciosa para las capacidades (y, sobre todo, la tesorería) españolas. Eso sin descartar que el verdadero objetivo no fuese presionar a los ingleses para abandonar los Países Bajos con la amenaza de la invasión, en cuyo caso la armada podría desviarse hacia las costas de las rebeldes Provincias Unidas.
Primeros enfrentamientos
El 30 de mayo de 1588 partía de Lisboa la armada, una tremenda fuerza naval con más de 130, 19.000 soldados y 7.000 marineros al mando de Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia. Frente a él se encontraba Charles Howard, al mando de 105 naves, entre cuyos capitanes se encontraba un ya famoso Francis Drake, curtido en varios enfrentamientos contra los españoles.
La Gran Armada navegando frente a las costas de Cornualles, cuadro pintado por Nicholas Hilliard, que luchó en la batalla (wikipedia). |
Las primeras escaramuzas tuvieron lugar el 31 de julio en las aguas del canal de la Mancha. Se enfrentaban dos maneras de entender la guerra naval. La armada española seguía los principios que habían regido la guerra en el Mediterráneo durante siglos: un breve intercambio de proyectiles como anticipo a un abordaje que dejaba el resultado del combate en manos de las tropas embarcadas.
Frente a ellos los ingleses habían empezado a construir un nuevo tipo de barco más maniobrable, con mayor capacidad artillera y en el que no embarcaban soldados. Sin embargo el miedo a verse abordados por los barcos enemigos repletos de soldados hacía que disparasen sus cañones a demasiada distancia como para que pudiesen causar daño en los masivos cascos españoles.
Esto no era un consuelo para Medina Sidonia, que sentía aumentar su angustia a cada día que pasaba. Nada estaba yendo de acuerdo al plan. El primer paso debería haber sido utilizar su superioridad para destruir la flota enemiga, pero los ingleses habían rechazado los cebos que les había lanzado para llevarlos a un combate de abordaje y seguían hostigándole desde la distancia.
Pero lo que de verdad le quitaba el sueño era la falta de noticias del ejército de Parma. Todo el plan reposaba en la coordinación entre su armada y el ejército de Flandes pero, por más mensajes que enviaba avisando de su llegada, el duque de Parma seguía sin dar señales de vida. La angustia de Medina Sidonia crecía cada día que se acercaba más al final del canal, consciente de que no tenía sentido llegar a las costas de los Países Bajos sin saber la situación de Parma. Finalmente el 6 de agosto se vio obligado a dar a la flota la orden de anclar en las cercanías de Calais mientras esperaba noticias.
Los ingleses no estaban dispuestos a dejarle esperar tranquilo.
La batalla de Gravelinas
Al día siguiente al fin llegaron las tan esperadas noticias de Parma, que solo sirvieron para aumentar el nerviosismo en la armada. No había recibido ninguno de los mensajes hasta hacía solo unos días y, aunque había empezado a embarcar a sus hombres al momento, aún necesitaría unos días más para estar listo.
Unos días más. Medina Sidonia era consciente de lo que eso significaba. Unos días más anclados con la costa francesa a un lado y la armada inglesa al otro. Pero no tenía más alternativas. Los españoles no habían conseguido conquistar ningún puerto de aguas profundas donde resguardarse en los Países Bajos, y sus costas eran demasiado peligrosas, llenas de bancos de arena y corrientes desconocidas para los pilotos españoles. Y si se hacía a la mar y superaba las costas flamencas los vientos podrían hacer imposible la vuelta. No le quedaba más remedio que esperar y prepararse para el previsible ataque inglés.
No se hizo esperar mucho. Esa misma noche los vigías divisaron como iban a su encuentro seis brulotes, los temidos "barcos del infierno" cargados de material inflamable y explosivos. Los españoles estaban preparados para algo así y levaron o cortaron sus anclas dejando pasar las hogueras flotantes sin que causaran daño.
Launch of fireships against the Spanish Armada, de Aert Anthonisz. |
A la mañana siguiente el sol iluminó a la escuadra española que se había reagrupado frente a Gravelinas. Los ingleses eran conscientes de que debían vencer a la armada española mientras todavía no había tomado contacto con la fuerza de desembarco. Ellos eran la única barrera que se interponía entre los españoles y su país y estaban dispuestos subir la intensidad de su ataque, poniendo en juego todo lo que habían aprendido en los enfrentamientos de los días anteriores.
Esta vez el almirante Howard ordenó a sus capitanes que acercasen sus naves tanto que estuvieran al alcance de un fusil. Sólo así conseguirían que sus cañones hicieran realmente daño en los masivos cascos españoles.
Durante todo el día se luchó, entre del estruendo de los cañones y los gritos de los heridos, mientras el aire se llenaba de olor a pólvora y el humo de los disparos lo cubría todo, hasta el punto que Medina Sidonia tuvo que subir a uno de los mástiles para poder observar como se desarrollaba el combate.
La armada española mantuvo su formación de media luna, enfrentados a los barcos ingleses que llegaban uno tras otro disparando sus cañones de proa y girando para disparar sus baterías de costado y luego las de popa antes de hacerse a un lado para dejar paso al siguiente barco. Así una y otra vez mientras los cañones españoles, inferiores en potencia, cantidad y pericia de los artilleros se veían incapaces de igualar su potencia de fuego. Los barcos estaban tan cerca que las tripulaciones podían escuchar los gritos de sus enemigos. En el fragor del combate uno de los barcos ingleses llegó a aproximarse tanto que uno de sus marineros saltó a abordar una nave portuguesa mientras que gritaba a sus compañeros que le siguieran. Evidentemente no lo hicieron y el valiente (o loco) fue despedazado.
El combate continuó hasta que los ingleses empezaron a notar la falta de munición. Al retirarse observaron estremecidos como la armada española seguía manteniendo su orden sin que pareciera haber sufrido daños de importancia. A pesar del intenso combate la amenaza parecía seguir tan presente como el primer día.
Ruta de la Gran Armada, llamada luego Invencible por la propaganda inglesa (wikiepdia). |
Y, sin embargo, aunque no serían conscientes de ello hasta pasados unos días, la amenza de la armada española había desaparecido definitivamente. Había entrando en el mar del Norte y el viento en contra los alejaba cada vez más del ejército de Parma, y echando en falta las anclas que habían perdido al esquivar a los burlotes. Sus cascos, aunque enteros, habían sufrido por el cañoneo inglés y empezaban a escasear munición y provisiones. Tras consultar con sus capitanes Medina Sidonia dio la orden de volver a España bordeando Escocia e Irlanda.
En ese momento la armada, aunque castigada por la batalla anterior, conservaba aún toda su fuerza. Pero lo que no habían conseguido los cañones ingleses lo lograrían las tormentas. Durante el duro trayecto de vuelta se unieron los daños recibidos en los cascos con la falta de provisiones, apenas las suficientes para mantener con vida a una tripulaciones en las que se cebó la enfermedad. Agotados y enfermos poco pudieron hacer frente a los temporales que los empujaban contra las costas de Irlanda. Sobre todo los barcos de la escuadra de Levante, que no estaban diseñados para navegar en ese tipo de aguas. Durante el trayecto se hundirían casi un tercio de los barcos españoles, mientras que el hambre y las enfermedades acabaran con la mitad de los tripulantes de las naves supervivientes.
El Gran Designio de Felipe II había fracasado.
Analizando el fracaso
Aunque hubo quien echó en cara a Medina Sidonia su falta de experiencia y valentía, si hubiera que buscar un responsable del fracaso no sería otro que el mismo Felipe II. Desde el primer momento recibió advertencias sobre la dificultad de la empresa. Se sabía de la nueva forma de combatir de los ingleses y de la falta de cañones de gran calibre en la armada española, lo que hacía presagiar, como de hecho ocurrió, que sería prácticamente imposible inutilizar a la flota inglesa.
Además, la falta de puertos adecuados en manos españolas en los Países Bajos, junto con la dificultad de los barcos de la época de navegar en contra del viento fíaba todo el éxito del plan a una coordinación entre la armada y el ejército de invasión casi imposible de conseguir con las comunicaciones de la época.
Incluso de haber existido dicha coordinación, el ejército de Flandes tenía que superar el bloqueo naval al que lo sometían los bandidos del mar de las Provincias Unidas, conocedores del terreno y con barcos de poco calado que podían llegar donde los pesados galeones de la armada no podían siquiera asomarse.
Demasiados condicionantes en contra, que Felipe II rechazaba con la convicción de defender una causa justa y de que Dios se encargaría de velar por ella.
No fueron capaces los ingleses de aprovechar el mal estado en que retornó la armada al norte de España. Se envió una expedición (la contra-armada) al mando de Francis Drake que acabó en fracaso, dando a los españoles el tiempo necesario para reparar sus barcos y retornar al status quo previo a la expedición.
Los grandes beneficiados del fracaso de Gran Desiginio fueron precisamente aquellos que estaban en su origen. El fracaso español hizo que el partido que defendía abrir conversaciones con España en las Provincias Unidas fuera sobrepasado por los que querían continuar la lucha. Al tiempo perdido en preparar la invasión se unió la posterior decisión de Felipe II de trasladar a Parma y sus tropas para intervenir en la guerra civil francesa. Ya nunca volvería a tener la corona española otra oportunidad de retornar a su seno a los rebeldes, lo que acabaría con la definitiva división en dos de los Países Bajos, con unas Provincias Unidas independientes que se convertirían en la gran potencia comercial y marítima en los años por venir.
Entradas relacionadas:
Notas sobre la Gran Armada, donde se desarrollan algunos puntos que, por cuestiones de espacio, se han pasado por encima en esta entrada, como la expedición de Drake a Cádiz, la elección de Medina Sidonia como almirante o por qué la artillería naval inglesa fue tan superior a la española.
Fuentes:
- La Gran Armada, de Colin Martin y Geoffrey Parker; y
- Maritime Supremacy and the Opening of the Western Mind, de Peter Padfield, cuyo primer capítulo, The Spanish Armada, es un estupendo resumen lleno del ritmo que le falta al libro anterior, más completo.
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