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domingo, 8 de septiembre de 2013

El horror: las manos amputadas del Congo

El siglo veinte tiene el dudoso honor de haber sido testigo de dos guerras mundiales y varios genocidios. Su mismo nacimiento tuvo lugar mientras se desarrollaba uno de los más terribles y poco recordados: invisibles para el mundo civilizado, millones de personas fueron asesinadas o desplazadas en un proceso que dejó despobladas extensas zonas en el corazón de África.

Este genocidio no fue causado por guerras, odios tribales o enfrentamientos religiosos, sino por pura y simple codicia. La devastadora avaricia del hombre blanco dispuesto a cobrarse cuantas vidas fueran necesarias para engordar un poco más su cuenta de beneficios, en un expolio que mostraría la verdadera imagen de quien hasta ese momento había sido considerado como ejemplo de filantropía.


Un país convertido en negocio 

 

Leopold II of Belgium
Leopoldo II de Bélgica (Pulsar sobre
las fotografías para acceder a las fuentes).
La Conferencia para el África Occidental que se clausuró en Berlín en 1885 supuso el nacimiento de una anomalía histórica: en sus conclusiones las potencias acordaban ceder la mayor parte de África central a un ente abstracto, la recién creada Asociación Internacional de África, con la condición de que dedicase su administración a luchar contra el comercio de esclavos y establecer una zona de libre comercio. Era notorio que la Asociación Internacional de África no era más que un eufemismo tras el que se escondía el rey Leopoldo II de Bélgica. Su reconocimiento era el colofón a una década de esfuerzos en la que el monarca había sabido utilizar con maestría la desconfianza entre las distintas potencias hasta lograr su sueño de ser coronado rey soberano de un Estado Libre del Congo que él mismo había inventado.

Si Leopoldo II había logrado llegar hasta ahí fue gracias a la combinación de una mente excepcionalmente dotada para la intriga junto con una de las mayores fortunas personales de Europa. Una fortuna que empezaba a dar muestras de agotamiento. El rey estaba descubriendo algo que pronto aprenderían el resto de países que participaron en el reparto de África: por muy promisorios que parecieran los nuevos territorios el coste de establecer una nueva administración (funcionarios, caminos, puentes, puestos militares...) superaría durante muchos años los posibles beneficios.

Latex dripping
Extracción del látex.
El rey se vio obligado a solicitar créditos cada vez mayores en un camino imparable hacia la bancarrota cuando, como si de una obra de ficción se tratase, su salvación apareció en el último momento de manera totalmente inesperada. En 1891 Édouard Michelin patentó un nuevo modelo de neumático que desató una auténtica fiebre del caucho, un material que se extraía a partir de la savia de ciertas especies de plantas, algunas de las cuales se encontraban fácilmente en la cuenca del Congo.

Leopoldo II vio en el caucho la oportunidad de recuperar su maltrecha fortuna. Para eliminar posibles competidores promulgó un edicto por el que el Estado pasaba a ser propietario de todos los recursos en su territorio, prohibiendo su venta salvo al propio Estado y a los precios que éste fijase. Todo el país se convertía así en un gigantesco monopolio con sus ciudadanos reducidos a la categoría de trabajadores forzosos.

martes, 2 de julio de 2013

De cómo Leopoldo II se hizo con el corazón de África

Reparto colonial de África en 1914
Reparto colonial de África en 1914.
Imagen tomada de How Stuff Works.
Mirad un momento el mapa de la derecha. Los colores indican el reparto de África por las potencias europeas justo antes de la I Guerra Mundial. Predominan el rosa y el verde de Gran Bretaña y Francia, respectivamente, junto algunos toques de amarillo (Alemania), verde oscuro (Portugal) y otros colores menos importantes.

Y en pleno corazón de África nos encontramos con una anomalía, una mancha de color marrón claro que ocupa gran parte de África central y que, según la leyenda, corresponde a Bélgica. Una de las zonas más ricas del continente en manos de un país de segunda fila.

Pero esto, aunque extraño, no es lo más curioso. Lo realmente sorprendente es en su origen el gobierno de este inmenso territorio no correspondía a Bélgica como país. Durante años el Congo fue la posesión de una única persona, una finca de miles de kilómetros cuadrados que gobernaba sin dar cuentas a nadie.

Esta es la historia de cómo esta anomalía se hizo posible y cómo el rey Leopoldo II de Bélgica logró engañar y manejar a los mayores poderes de su época hasta hacerse con el corazón de África central.


domingo, 16 de junio de 2013

La gran carrera por el Congo

Mapa de África en 1874
África en 1874 (fuente).
Pincha en la imagen para ver a tamaño completo.
En 1876 era muy poco lo que se conocía del interior de África. Las clases cultas europeas se asombraban con los relatos de valientes exploradores que pugnaban por llenar los espacios en blanco de los mapas, mientras sus gobiernos mostraban escaso interés en ella más allá de su fachada mediterránea y algunos puestos comerciales que jalonaban la ruta hacia oriente. Entonces algo cambió, el continente ignorado pasó a protagonizar las reuniones de las cancillerías europeas, a ser el tema de conversación en los cafés, arrastrando a las principales potencias a una carrera por hacerse con la mayor cantidad de territorio posible en una competición que inflamaría de patriotismo a las masas y agitaría el fantasma de una guerra.

¿Qué sucedió en esos años para cambiar tan radicalmente la historia del continente? La respuesta es compleja, pero entre el amasijo de causas destaca una figura cuya ambición contribuyó a poner en marcha fuerzas que luego nadie sería capaz de detener. Una mente calculadora, un especialista de la diplomacia y la simulación que lograría engatusar a gobiernos y opinión pública por igual, y cuya imagen acabaría asociada a las mayores atrocidades. Esta es la historia de Leopoldo II de Bélgica, y de cómo su sueño provocó una carrera entre dos grandes exploradores cuyo nombre quedaría ligado por siempre a la historia del continente, una carrera cuyo premio era una tierra de riquezas sin fin en pleno corazón de África.

Bienvenidos a la gran carrera por el Congo.

lunes, 16 de mayo de 2011

Nada más que vender, las cartas sin respuesta de Alfonso I de Kongo

Cuando los portugueses llegaron por primera vez al lago Malebo, en la parte baja del río Congo, en 1483, encontraron una serie de prósperas comunidades bendecidas por una situación privilegiada, en la que se aunaban tierras fértiles con yacimientos minerales y la confluencia de varias rutas comerciales. Los habitantes de la zona se agrupaban en varios reinos, en el que ocupaba un papel preponderante el Reino de Kongo. Los portugueses, bien recibidos por los habitantes, supieron apreciar las grandes posibilidades de la zona, construyendo en posteriores visitas un fuerte de piedra entre las choza de barro de Mbanza Kongo, que serviría de base para comerciantes y misioneros.

Las élites de Kongo fueron receptivas a la evangelización y pronto empezaron las primeras conversiones, incluyendo al propio manikongo (rey), que fue bautizado con el nombre de João I en homenaje al entonces rey portugués João II. Aunque en la mayoría de las ocasiones esto no supusiera más que añadir nuevos elementos a las creencias tradicionales de los conversos, que sumaban los ritos cristianos a los propios, sí hubo al menos una conversión que pareció total y devota. Nzinga Mbemba, hijo del manikongo y bautizado como Alfonso en honor del heredero portugués, abrazó con fervor la fe cristiana y los modos europeos.

A la muerte de su padre en 1507, Alonso fue elegido como nuevo rey (el manikongo era un cargo electivo, no hereditario), tomando el nombre de Alfonso I de Kongo. Con ayuda portuguesa (aunque Alfonso afirmase que se debió a una aparición de Santiago el Mayor y el Espíritu Santo que dio fuerzas a sus hombres) venció a su medio hermano que reunía a los descontentos de la influencia extranjera, y se lanzó a la misión de europeizar Kongo. Rebautizó su capital como San Salvador y construyó en ella iglesias para atraer misioneros que irradiaran hacia el resto del país. También se lanzó a un programa de construcción de escuelas, buscando alfabetizar a las élites del país, y mandó jóvenes nobles a educarse a Portugal, siendo uno de sus hijos el primer africano negro en ser nombrado obispo.

Escudo de armas que Alfonso I adoptó para el Reino
de Kongo,  simbolizando la intervención del Espíritu Santo
en la batalla que le llevó al trono (Wikipedia).

Al tiempo que trabajaba en el interior del país se dedicó también a extender sus fronteras, apoyándose en el superior armamento de mercenarios portugueses. Parecía que su sueño de crear una monarquía europea en el corazón de África iba camino de convertirse en realidad.

Pero la ayuda portuguesa no era desinteresada. Al margen de los motivos que hubieran guiado su política inicialmente, ahora los portugueses tenían una gran necesidad de un producto concreto y Alfonso debía suministrárselo si quería seguir contando con su favor.

En aquellos años Europa entera suspiraba por el azúcar. El gusto por lo dulce se había ido extendiendo por el continente desde que las cruzadas lo habían puesto en contacto con los productores asiáticos. Portugal estaba decidido a cubrir esa necesidad haciendo uso de sus recién conquistados territorios.

Uno de los lugares elegidos para el cultivo a gran escala fue la Isla de Santo Tomé. Los portugueses desplazaron a la isla un gran número de colonos, incluyendo a 2000 niños judíos arrebatados a sus padres durante la explusión, llegando a convertir la isla en el primer suministrador europeo de azúcar a principios del siglo S. XVI.

Pero este proyecto necesitaba de grandes cantidades de mano de obra; y aquí es donde entra en escena el rey Alfonso. Sus proyectos podrían contar con el apoyo portugués mientras a cambio les suministrase esclavos para sus plantaciones.

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