Es fácil haber escuchado alguna vez a alguien quejándose de lo que le costó realizar un trámite ante algún organismo público, a veces incluso contado como anécdota graciosa. Pero cosa bien distinta es cuando te toca vivirlo. Hoy os quiero contar lo que tuvo que pasar mi santa para pagar unas multas de aparcamiento. Lo que en principio debía ser cosa de una mañana acabó costando tres días a base de darse una y otra vez contra empleados que decían digo cuando era Diego.
Todo empezó cuando pusieron la zona azul en el barrio donde vivíamos. Eso significó que de un día para otro todas las calles alrededor de nuestra casa se convirtieron en estacionamiento limitado. Como estábamos en el piso de manera provisional y pasábamos casi todo el día fuera, no quisimos empadronarnos para conseguir una targeta de residente que, de todas formas, nos hubiera obligado a seguir pagando por aparcar en nuestra casa. En su lugar preferimos ir trampeando, intentando no llegar a casa hasta que había pasado la hora de cobro o dejando el coche un poco más lejos.
Pero claro, no podía ser tan fácil, y cuando nos mudamos nuestro parabrisas ya había acumulado unos cuantos avisos de sanción. Lo fuimos dejando pasar hasta que en septiembre del 2009 nos encontramos con la cuenta embargada. El susto fue grande, sobre todo porque hasta que el banco nos avisó nadie se había molestado en notificárnoslo (ni tampoco, todo sea dicho, las multas, ni en la anterior dirección ni en la nueva).
Así las cosas mi santa, que es una ídem, fue a pagar a la oficina correspondiente del ayuntamiento. Después de abonar las multas preguntó si ya estábamos en paz o si había alguna más pendiente. Aunque en un primer momento le dijeron que no, como insistió acabaron mirándolo y se dieron cuenta de que todavía quedaban otras que en ese momento estaban en proceso y que, por supuesto, se nos había pasado el plazo para recurrirlas. Otra vez a pagar y otra vez a preguntar si ya estaba todo. Le aseguraron que sí y nosotros nos lo creímos.
Así estaban las cosas cuando en enero de este año nos avisan otra vez del banco (porque en todo este proceso del ayuntamiento nunca tuvimos noticia) de que teníamos un nuevo aviso de embargo sobre nuestra cuenta, y que mientras tanto el dinero quedaba inmovilizado.
Extrañada mi santa vuelve a plantarse en la oficina municipal a preguntar de dónde habían salido esas multas que no nos constaban por ningún lado. Y van y le dicen que son anteriores a septiembre de 2009, que fue cuando ella pagó lo que, en teoría, era todo lo que nos quedaba pendiente. "Pero bueno, ¿entonces por qué no me avisaron cuando vine a pagar hace poco más de un año?", preguntó ella. Respuesta: "No lo sabemos". Y tan panchos.
Total, que pagamos. Y otra vez insiste mi santa: "¿Queda alguna más?". No. "¿Seguro?". Seguro. "¿Y no podría mirarlo bien? Mire que la última vez que vine me dijeron lo mismo". Total, que acceden a echarle un vistazo más a fondo al ordenador y ¿a que no adivináis lo que dicen? Pues que todavía quedaba alguna que, como aún estaban en plazo de recurso no les aparecían como candidatas a embargo, y que probablemente eso fue lo que pasó la otra vez. O sea, que si no llega a insistir en que lo comprobasen al cabo de un año estábamos otra vez con la cuenta embargada y perdiendo de nuevo la mañana.
Una vez había pagado mi santa preguntó en el banco, donde le dijeron que podía olvidarse del asunto. Craso error. Un par de días después nos dicen en el banco que la cuenta sigue inmovilizada. Llama al ayuntamiento y le dicen que no se preocupe, que saben que está pagado y en seguida se arreglará todo. Pasan los días, la cuenta sigue inmovilizada y en el ayuntamiento siguen diciendo que no nos preocupemos. Hasta que nos vuelven a llamar del banco diciéndonos que el día siguiente era el último día de plazo antes de ejecutar el embargo, y que si queríamos disponer del dinero necesitábamos que el ayuntamiento nos expidiera una carta de levantamiento del embargo.
Otra vez mi santa puesta en marcha, esperando hora y media hasta que le atienda una señorita que de buenas a primeras le espeta que lo siente mucho, pero que hacía cinco minutos que habían actualizado los archivos y que ya se había dado la orden de embargo. "¿Pero no se supone que hoy todavía estábamos dentro del plazo?", pregunta ella. "Sí, pero es que a las doce se actualiza y ya no se puede volver atrás", le responde la señorita. Aquí mi santa pierde un rato haciéndole ver a la susodicha que lo que le dice no tiene sentido, que si hoy es el último día, hoy es el último día, y que no pueden dar la orden de embargo cuando 1) las multas llevan semanas pagadas, y 2) todavía no había cumplido el plazo.
Aquí la señorita se bloquea, le dice que ella no puede hacer nada, y le indica como llegar a una oficina donde tal vez puedan ayudarla. Mi santa busca la oficina en cuestión y cuando entra en ella se la quedan mirando (no es de atención al público) y le preguntan que cómo ha llegado hasta allí. Ella se lo explica y uno de los presentes comprueba los datos en el ordenador. En efecto, la información se había mandado a las doce. Pero si la primera señorita hubiera mirado mejor se hubiera dado cuenta de que no era la orden de embargo, sino la que ordenaba levantar las sanciones de la cuenta. Manda huevos.
Lo peor es que con el alivio hasta que no se fue no cayó en preguntar por qué #### si hacía tres semanas que habíamos pagado no habían mandado la orden hasta el último día, teniéndonos casi un mes con el dinero inmovilizado. Y menos mal que teníamos liquidez suficiente, que a saber lo que todo lo que hubiéramos tenido que pasar si además con la tontería nos hubieran cortado la luz o el agua...
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