En la República Romana los candidatos a un cargo público debían afrontar una reñida campaña en la que el contacto humano tenía gran importancia. El postulante debía dejarse ver, recorriendo el foro repartiendo sonrisas y promesas (en eso no hemos avanzado tanto). Una importante ayuda en esta tarea era el nomenclator, un esclavo encargado de susurrar al candidato el nombre de cada ciudadano que mereciera su saludo, junto con su afiliación, nombre de su esposa, hijos y, en general, cualquier otro dato que le hiciera parecer cercano.
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