martes, 2 de abril de 2013

Ya no hay alumnos como los de antes

"Se ha perdido el espíritu de trabajo", "no hay cultura del esfuerzo"... son frases que suelen escucharse cuando se habla de educación. Sin querer entrar en debates, hay que reconocer que algo de razón tienen si nos comparamos con la situación de hace algunos años. 468 para ser exactos. Esta era la descripción que hacía el magistrado y diplomático Enrique de Mesmes de su rutina en la universidad de Toulouse:

"Estábamos en pie a las cuatro de la mañana y después de haber rezado una oración, íbamos a clase a las cinco, con nuestros grandes libros bajo el brazo, nuestras escribanías y candelas en la mano. Sin interrupción, teníamos varias clases hasta las diez. Después de emplear media hora en corregir nuestros apuntes, comíamos. Luego leíamos, como diversión, fragmentos de Sófocles, Aristófanes o Eurípides, y, algunas veces, de Demóstenes, cicerón, Virgilio y Horacio. A la una, a clase; a las cinco a casa, a repasar nuestras notas y fijar de nuevo nuestra atención en los pasajes citados en clase. Ello nos ocupaba hasta pasadas las seis. luego cenábamos y leíamos griego o latín."

Todo el trabajo anterior todavía podía ser sólo una parte del total. Era habitual que los alumnos con menos recursos se pagasen la universidad ejerciendo durante su estancia allí de criados de sus compañeros más pudientes.

Por cierto, Enrique de Mesmes ingresó en la universidad en 1545... con catorce años.


Fuente: Los siglos XVI y XVII, de Roland Mousnier, de la serie Historia general de las civilizaciones, colección Destinolibro. Ed. Destino.

sábado, 23 de marzo de 2013

El museo más triste

Hace tres meses volví a hacerme el propósito de mejorar mi inglés (era año nuevo y tocaba). Así que arramblé con todos los podcast que se me pusieron a tiro en la web de la BBC, creé una carpeta en mi reproductor de MP3 y... bueno, digamos que los primeros días sí que los escuché un poco. Fue en uno de estos programas donde descubrí un museo extraño y único, un espacio donde conviven un oso de peluche y un hacha con un vestido de novia, un caballito de cristal con unas esposas, o un espejo retrovisor con un enano de jardín descascarillado. Objetos cuya única conexión está en los sentimientos de sus anteriores propietarios: todos ellos son recuerdos de un amor que acabó mal.

Intrigado me puse a bucear en su página web y en los reportajes de prensa que incluye, descubriendo su origen y algunas de las tristes y muy humanas historias que atesoran los objetos de su colección. Dejad que os cuente lo que descubrí.

martes, 12 de marzo de 2013

Antes "moro" que soltero

Hay ocasiones en que la vida nos presenta elecciones difíciles, que nos obligan a plantearnos quienes somos y a qué estamos dispuestos a renunciar. Una de estas disyuntivas se le planteó a los clérigos castellanos allá por el final del siglo XV.

Era evidente que la Iglesia de la época necesitaba una gran reforma. Desde unos papas rodeados de lujos que financiaban sus campañas militares vendiendo indulgencias, hasta un clero llano inculto y absentista, cuya vida daba pocos motivos de ejemplo a su rebaño. De esto eran consciente muchos contemporáneos, entre los que se encontraban los Reyes Católicos, que decidieron encabezar un movimiento para renovar la Iglesia en sus dominios (y, de paso, estrechar su control sobre ella).

Retrato del cardenal Cisneros
por Juan de Borgoña (Wikipedia)
Tal misión se encomendó al confesor de la reina, Hernando de Talavera, que fue sustituido en 1492 por Francisco Jiménez de Cisneros. Cisneros desplegó su gran energía en varios frentes, entre los que se contaba acabar con el concubinato tan habitual entre todos los niveles de la Iglesia. No en vano estamos hablando de unos años en el que los mismos papas Inocencio VIII y Alejandro VI otorgaban  cargos y honores a sus propios hijos.

En el caso de Castilla esto se consideraba tan natural que existía la práctica, al parecer exclusiva del reino, de que si el hijo de un clérigo podía heredar si su padre fallecía sin haber hecho testamento. Con estos antecedentes no es extraño que la medida de Cisneros fuera un golpe bajo (lo siento, no he podido evitar el juego de palabras) para muchos religiosos, que se vieron obligados a elegir entre su fe (y un trabajo seguro) y su pareja.

Si bien la gran mayoría optó por su cargo, hubo también muchos que prefirieron abandonarlo todo antes que renunciar u ocultar a la mujer con la que compartían sus días. Uno de estos ejemplos se dio en Andalucía, donde cuatrocientos frailes prefirieron convertirse al Islam y huir al Norte de África antes que perder a sus mujeres.

Parece que para ellos estaba claro donde residía su verdadera fe.



Fuentes: 

viernes, 15 de febrero de 2013

Suena el teléfono

—¿Diga?

— ... Buenos días, ¿podría hablar con el titular de la línea?

—No está.

—¿Y sabe cuándo estará en casa?

—No. Hizo las maletas y se marchó hace dos días. No he vuelto a saber de ella... Entonces, ¿tampoco está contigo?

—No.

domingo, 27 de enero de 2013

La cacería salvaje (guía de supervivencia)

Si un día paseando por el campo escuchas el ulular del viento hacerse cada vez más fuerte, y en la distancia se acumulan nubes negras, lo mejor será que corras a buscar refugio. Porque probablemente tengas razón y se trate de una tormenta. Y tú estás preparado para soportar unas cuantas gotas, con tus botas de montaña impermeables y tu chubasquero nuevo (quítale la etiqueta ya, ¿de verdad piensas devolverlo luego?). Tal vez aciertes y eso que se acerca con el viento no sean más que nubes de lluvia. Tal vez.

Una lástima que no tengas a tu lado un antiguo vikingo (ya sé lo difícil que salir con vikingos: son muy poco puntuales y siempre olvidan sus citas. Quizás un estudiante de Erasmus noruego podría valernos en su lugar. Uno grande, si puede ser). Él te diría que estos fenómenos pueden ser los heraldos de un peligro aún mayor. Así que huye, vuelve corriendo a tu casa o, si no encuentras ningún refugio, arrójate al suelo y no levantes la cabeza oigas lo que oigas: a tu encuentro se dirige la cacería salvaje.

No, no es Gandalf guiñando un ojo.
Se trata de Odín, el errante,
de Georg von Rosen (Wikipedia).
Los pueblos del norte sabían que ese ruido es el eco de lejanos gritos de caza, y si dejas que te alcancen verás (¿no te había dicho que no levantases la cabeza?) que lo que habías tomado por nubes en realidad es una hueste de espíritus en pos de su presa, dirigidos un anciano tuerto montado en un caballo de ocho patas. Y si Odín se da cuenta de que estás ahí probablemente te invite a unirte a ellos en su cacería, de la que, si tienes suerte, quizás regreses. Ya sé que no suena muy bien, pero hazme caso, es una oferta que no puedes rechazar.

El objetivo será un gigantesco jabalí o una manada de caballos salvajes. Aunque, dependiendo del humor de Odín, puede que te toque perseguir a doncellas de blancos senos o ninfas de los bosques. Lo que es seguro es que más vale que te lo tomes en serio y hagas méritos ante el resto de los cazadores, pues sólo así te dejarán marchar al acabar la jornada. Eso, claro está, si no te ha partido en dos alguna presa no muy convencida de su papel en la obra, o has caído de tu montura y han pasado sobre ti el resto de jinetes (no te quejes, te avisé que no levantaras la cabeza).

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