domingo, 27 de enero de 2013

La cacería salvaje (guía de supervivencia)

Si un día paseando por el campo escuchas el ulular del viento hacerse cada vez más fuerte, y en la distancia se acumulan nubes negras, lo mejor será que corras a buscar refugio. Porque probablemente tengas razón y se trate de una tormenta. Y tú estás preparado para soportar unas cuantas gotas, con tus botas de montaña impermeables y tu chubasquero nuevo (quítale la etiqueta ya, ¿de verdad piensas devolverlo luego?). Tal vez aciertes y eso que se acerca con el viento no sean más que nubes de lluvia. Tal vez.

Una lástima que no tengas a tu lado un antiguo vikingo (ya sé lo difícil que salir con vikingos: son muy poco puntuales y siempre olvidan sus citas. Quizás un estudiante de Erasmus noruego podría valernos en su lugar. Uno grande, si puede ser). Él te diría que estos fenómenos pueden ser los heraldos de un peligro aún mayor. Así que huye, vuelve corriendo a tu casa o, si no encuentras ningún refugio, arrójate al suelo y no levantes la cabeza oigas lo que oigas: a tu encuentro se dirige la cacería salvaje.

No, no es Gandalf guiñando un ojo.
Se trata de Odín, el errante,
de Georg von Rosen (Wikipedia).
Los pueblos del norte sabían que ese ruido es el eco de lejanos gritos de caza, y si dejas que te alcancen verás (¿no te había dicho que no levantases la cabeza?) que lo que habías tomado por nubes en realidad es una hueste de espíritus en pos de su presa, dirigidos un anciano tuerto montado en un caballo de ocho patas. Y si Odín se da cuenta de que estás ahí probablemente te invite a unirte a ellos en su cacería, de la que, si tienes suerte, quizás regreses. Ya sé que no suena muy bien, pero hazme caso, es una oferta que no puedes rechazar.

El objetivo será un gigantesco jabalí o una manada de caballos salvajes. Aunque, dependiendo del humor de Odín, puede que te toque perseguir a doncellas de blancos senos o ninfas de los bosques. Lo que es seguro es que más vale que te lo tomes en serio y hagas méritos ante el resto de los cazadores, pues sólo así te dejarán marchar al acabar la jornada. Eso, claro está, si no te ha partido en dos alguna presa no muy convencida de su papel en la obra, o has caído de tu montura y han pasado sobre ti el resto de jinetes (no te quejes, te avisé que no levantaras la cabeza).


Pero si te has portado valerosamente y ayudado de buena fe a capturar la presa, entonces Odín mismo te recompensará con una gran pata de caballo. Cójela y procura mostrarte muy agradecido. Y no se te ocurra tirarla cuando se hayan marchado. Me da igual que te esté manchando tu chubasquero de sangre (y por favor, quita ya esa etiqueta). Llévala a casa y guárdala.

¿Qué? ¿De verdad crees que por haber acompañado a una hueste de espíritus en una peligrosa cacería a través de los cielos ya te has convertido en un tipo duro? Bueno, tal vez dicho así.... Pero me da igual que la caza te haya abierto el apetito y despertado tus deseos carnívoros, confórmate con una lata de fabada o cualquier otra cosa que tengas en la despensa y deja en paz a la pata (de todas formas no te iba a caber en el horno). Ya sé que hasta ahora no te has distinguido precisamente por seguir mis consejos, pero esta vez deberías. Deja. La pata. Tranquila.

Si me haces caso al día siguiente descubrirás sorprendido que: a) no ha sido un sueño, b) no vas a poder descambiar el chubasquero ni de coña y c) la pata se ha vuelto de oro macizo.

De nada.

P.D: Aunque después de todo lo que he hecho por ti no estaría de más que me mandases un trocito de la pezuña.


Visión de la cacería salvaje, o Åsgårdsreien, por Peter Nicolai Arbo. Se ve que el autor pensó que un jabalí o cualquier otra bestia no ayudarían tanto a que su obra fuera bien apreciada (Wikipedia).

Un poco de contexto

La cacería salvaje era considerada en Escandinavia como un augurio de guerras o enfermedad. Para apaciguar a los espíritus algunos pueblos dejaban la última parte de la cosecha sin recoger como ofrenda a los cazadores. Se cuenta que en ocasiones la partida dejaba tras de sí un gran perro negro. Si los habitantes del lugar no conseguían ahuyentarlo debían cuidar de él y alimentarlo durante todo un año hasta que la cacería volviese a reclamarlo.

La cacería salvaje solía aparecer con más frecuencia alrededor del cambio de año, coincidiendo con la temporada de tormentas. Desde la seguridad de sus casa los aldeanos escuchaban el rugir de los elementos y creían distinguir entre ellos gritos de caza y el retumbar de los caballos. Al salir al exterior veían los destrozos causados, que a veces incluían huida de ganado o incluso la desaparición de algún desdichado al que la tormenta había sorprendido en mal sitio. Tan fuerte debía ser la sensación de que tras esto debía hallarse alguna intervención sobrenatural que la idea de la cacería salvaje se extendió a lo largo de Europa, desde Escandinavia hasta el norte de España, incluyendo a las islas británicas. Pueblos alejados por miles de kilómetros tienen sus propias versiones de la cacería, cuyo líder, dependiendo del lugar y la época, podía ser el rey Arturo, Carlomagno, Barbarroja o muchos otros personajes históricos o legendarios (en wikipedia podéis ver una lista que incluye un par de ejemplos del País Vasco y Cataluña).

Aunque, puestos a elegir, yo prefiero imaginar que esos ruidos no los causa la tormenta, sino espíritus en plena persecución, y que si me atreviese a abrir la ventana a la tormenta quizás podría ver a Odín dirigiendo la partida sobre su caballo de ocho patas. Y, quien sabe, quizás sería capaz de cerrar de nuevo la persiana antes de que se fijase en mí.


Fuente: Exceptuando la referencia de Wikipedia a las otras versiones locales de la cacería salvaje, toda la información sobre la misma la he obtenido de Myths of Northern Lands, de H. A. Guerber.

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