"Se ha perdido el espíritu de trabajo", "no hay cultura del esfuerzo"... son frases que suelen escucharse cuando se habla de educación. Sin querer entrar en debates, hay que reconocer que algo de razón tienen si nos comparamos con la situación de hace algunos años. 468 para ser exactos. Esta era la descripción que hacía el magistrado y diplomático Enrique de Mesmes de su rutina en la universidad de Toulouse:
"Estábamos en pie a las cuatro de la mañana y después de haber rezado una oración, íbamos a clase a las cinco, con nuestros grandes libros bajo el brazo, nuestras escribanías y candelas en la mano. Sin interrupción, teníamos varias clases hasta las diez. Después de emplear media hora en corregir nuestros apuntes, comíamos. Luego leíamos, como diversión, fragmentos de Sófocles, Aristófanes o Eurípides, y, algunas veces, de Demóstenes, cicerón, Virgilio y Horacio. A la una, a clase; a las cinco a casa, a repasar nuestras notas y fijar de nuevo nuestra atención en los pasajes citados en clase. Ello nos ocupaba hasta pasadas las seis. luego cenábamos y leíamos griego o latín."
Todo el trabajo anterior todavía podía ser sólo una parte del total. Era habitual que los alumnos con menos recursos se pagasen la universidad ejerciendo durante su estancia allí de criados de sus compañeros más pudientes.
Por cierto, Enrique de Mesmes ingresó en la universidad en 1545... con catorce años.
Fuente: Los siglos XVI y XVII, de Roland Mousnier, de la serie Historia general de las civilizaciones, colección Destinolibro. Ed. Destino.
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