jueves, 11 de octubre de 2012

El último truco de Loki IV: El destino de Loki

Fimafeng se permitió un breve momento de descanso, el primero que se tomaba aquella noche, probablemente el primero en toda la semana. El esfuerzo había valido la pena; a su alrededor se desarrollaba la mejor celebración que habían visto nunca los salones de Aegir, dios del mar. Una lástima que no fuera a vivir para verla acabar.

Por supuesto Fimafeng no era en absoluto consciente de la cercanía de su muerte. De haberlo sospechado es posible que hubiera elegido estos últimos momentos para reunirse con sus seres más queridos, quizás recorrer los lugares de su juventud, o más probablemente esconderse debajo de su cama con la luz apagada intentando no hacer ningún ruido. O, tal vez, sabedor de la inmutabilidad de nuestro destino, habría querido esperar a la muerte haciendo justamente lo que le ocupaba en ese momento: rellenar las jarras de los dioses que se divertían a su alrededor mientras se preocupaba de que aquella fuera una fiesta realmente memorable

Eso es algo que nunca sabremos, porque ni él ni ninguno de los invitados eran conscientes de los acontecimientos que, irónicamente, iban precisamente a convertir esa noche en algo imposible de olvidar. Esa ignorancia era la que permitía que Fimafeng fuese de un lado a otro con una sonrisa de suficiencia que, más ironía, tanto estaba contribuyendo a que se acercase su final.

Realmente no le faltaban motivos para estar satisfecho. Era la primera vez que los dioses se reunían tras el funeral de Baldr. Su señor Aegir había pensado que una gran cena podía ser una ayuda para dejar atrás la tristeza por la pérdida del dios de la luz. Parecía estar funcionando, y gran parte del mérito era suyo.

Aegir y sus hijas preparando cerveza,
por C. Hansen (Wikipedia).
Había sido él quien había elegido cuidadosamente tanto la comida como su presentación, por no hablar de los días dedicados a seleccionar las mejores cervezas de la bodega de su señor (lo cual le había proporcionado tangencialmente momentos de gran alegría y grandes dolores de cabeza a la mañana siguiente). Pero de lo que estaba más orgulloso era de su idea de disponer estratégicamente planchas de oro por todo el salón de manera que ocultasen las antorchas al tiempo que reflejaban su luz, bañando la sala en un resplandor dorado. El efecto era ciertamente espectacular, como así le habían hecho saber en un momento u otro de la noche los todos los invitados. Aunque posiblemente sería más exacto decir todos menos uno.

Loki no estaba en absoluto de humor para felicitar a nadie. Mucho menos a esa cucaracha pretenciosa que se paseaba entre los dioses como si fuera uno de ellos. De haber estado ahí Thor haría tiempo que se habría percatado de las señales que advertían de la tormenta y, en nombre de las aventuras que habían corrido juntos, muy probablemente habría sido capaz de desactivarla antes de que fuese demasiado tarde.

Pero Thor se encontraba en esos momentos viajando por Oriente, y el resto de los dioses no eran conscientes del aumento del mal humor de Loki. Simplemente habían dejado de prestarle atención.

viernes, 24 de agosto de 2012

El último truco de Loki III: Viaje al inframundo

— ¿En qué momento se me ocurrió meterme en esto?

El espectro que le servía de guía se giró:

— ¿Decía algo el señor?

— Nada, no importa —respondió Hermod antes de volver a sumirse en sus pensamientos.

Claro que recordaba el momento en que se le ocurrió meterse en esto. Había sido justo después de que su madre Frigg se dirigiese a ellos sobre el cadáver de Baldr y pidiese un voluntario para traerlo de vuelta del inframundo. De entre todos los dioses él había sido el único que había reunido el valor, o la estupidez, suficiente como para presentarse voluntario. Por supuesto que el generoso número de cervezas que había estado tomando antes del asesinato tenía algo que ver con su ofrecimiento, pero también los otros dioses habían bebido abundantemente durante la fiesta y no por eso habían dado un paso al frente. También podría echarle la culpa al cariño que sentía por su madre o su hermano asesinado, pero tampoco era la verdadera razón. Lo que le había decidido a dar un paso adelante no era el alcohol o la familia, sino el deseo de ser tomado en cuenta.

Todos los demás dioses habían corrido grandes aventuras que contar en la mesa, heroicas búsquedas que los hombres narraban frente a sus hogares. Mientras que él, Hermod el ligero, solo era mencionado de pasada, llevando algún mensaje de los dioses. Él también quería tener su saga y si era necesario cabalgaría hasta el infierno helado de Helheim y arrancaría el alma de Baldr de las manos de la mismísima Hel en una gesta que los skalds cantarían en todos los salones de Midgard. O al menos esa era la teoría.

Su ardor guerrero empezó a enfriarse un par de noches después de salir de Asgard. Realmente es difícil no enfriarse cuando se recorren estepas heladas en las que el sol no es más que un tímido rayo que se asoma unos minutos para marcar la diferencia entre una noche y la siguiente. A su alrededor sólo había nieve y hielo. Y muertos, claro.

lunes, 9 de julio de 2012

El último truco de Loki II: Un funeral accidentado

En la anterior entrada habíamos dejado a los dioses rodeando incrédulos el cadáver de Baldr, dios de la luz, de lo bueno, lo puro y lo justo. Los dioses culpaban de su muerte a su hermano Hodur, el oscuro, pero lo que ni siquiera Hodur sabía era que detrás del asesinato estaba la mano de Loki, dios del fuego, de los trucos y el engaño, que había logrado escapar sin despertar ninguna sospecha.


Los dioses aún estaban asimilando lo que acababa de ocurrir cuando apareció en la sala una destrozada Frigg. La diosa se desplomó sobre el cuerpo sin vida de su hijo y durante unos instantes en la concurrida sala solo se escucharon sus sollozos.

Entonces Frigg se apoyó en el brazo de su esposo Odín y se volvió hacia el resto de los dioses:

—¿Quién de vosotros, que os llamabais amigos de mi hijo, quién se atreverá a bajar al Helheim a pedir a la diosa de los muertos su precio por dejarle volver entre nosotros?

Los dioses se miraron entre ellos incómodos. Una cosa es estar dispuesto a cederle a un amigo tu mejor escudo para su vida posterior, y otra muy distinta visitar el frío infierno donde penan las almas de aquellos que, por no haber muerto en combate, no tenían derecho a sentarse en el Valhalla.

—¿Nadie? —insistió Frigg—. ¿No hay nadie con el valor para devolverme a mi hijo y ganarse nuestro eterno agradecimiento?

Finalmente fue Hermod, otro de los hijos de Odín y Frigg, quien dio un paso al frente, para alivio del resto de los dioses. Un momento después se encontraba montado en Sleipnir, el caballo de ocho patas de Odín, dispuesto a iniciar su viaje. Mientras, el resto de dioses empezaba a preparar el funeral del Baldr.

Las últimas palabras de Odin a Baldr,
por W.G. Collingwood (Wikipedia).
Llevaron a tierra a Hringhorni, el barco de Baldr, el más grande en surcar nunca el mar, y dispusieron sobre él la pira funeraria, colocando alrededor sus armas, su caballo y otros enseres que le serían de utilidad en su nueva vida. Luego los dioses y muchas otras criaturas que habían amado al dios de la luz pasaron junto a la pira depositando regalos. El último fue su padre Odín, que dejó el famoso anillo mágico Draupnir, que si bien no servía para dominarlos a todos, sí que se dividía en ocho copias idénticas cada nueve noches. Antes de retirarse Odín susurró al oído de su hijo algo que nadie fue capaz de escuchar.

Una vez que todos hubieron presentado sus respetos a Baldr, llegó el turno de despedirse a su esposa Nanna. Pero el pesar de ver por última vez a su amado fue demasiado para el corazón de la diosa, que se desplomó sin vida y fue colocada junto a Baldr para acompañarlo en su último viaje.

La muerte de la bella Nanna terminó de enfriar el ánimo de los numerosos asistentes al funeral. En medio de un ominoso silencio los presentes se dispusieron a empujar el barco sobre el camino de troncos que le llevaría al mar. Una vez allí Thor sería el encargado de bendecir la pira con su martillo Mjöllnir antes de prenderle fuego.

Y aquí empezaron los problemas.

viernes, 6 de julio de 2012

Monopolio por la gracia de Dios

(Entrada publicada originalmente en Un café con Clío.)


Retrato de Alejandro VI
(Rodrigo de Borja o Borgia)
por Cristofano dell'Altissimo
(Wikipedia)
En la Edad Media el alumbre era un mineral muy cotizado, en particular en la industria textil, que lo empleaba para curtir el cuero y fijar tintes. La mayor parte del alumbre que se consumía en Europa provenía de las islas y costas del Egeo. El problema llegó con la expansión turca, que alejó a los europeos de las fuentes de producción y provocó un aumento de los precios.

Así hasta que el papa Alejandro VI (1431-1503) publicó una bula prohibiendo la compra a los infieles. ¿Un intento de cortar las fuentes de financiación a los enemigos de la cristiandad? No. Más bien visión comercial: en 1461 se habían descubierto unas minas de alumbre en Tolfa, que estaba dentro de los Estados Papales.

Desde entonces el Papa hizo lo posible para mantener tan lucrativo negocio en régimen de monopolio, amenazando con excomulgar a los reyes y príncipes que comprasen alumbre en otros lugares, presionando para cerrar las minas de la competencia (incluso con intervenciones militares) y cuando esto último no era posible, incorporando a sus competidores al cartel.

No es de extrañar el afán de Alejandro VI en proteger esta nueva fuente de ingresos teniendo en cuenta los tremendos gastos a los que tenía que hacer frente, causados las continuas guerras en las que se veían envueltos los Estados Papales, unidos a los ambiciosos programas de construcción que llevaba a cabo. Además de proteger el monopolio del alumbre, Alejandro VI no dudó en recurrir a la venta masiva de indulgencias y cargos eclesiásticos (que garantizaban unos ingresos de por vida), lo que ocasionó un gran incremento de los miembros de la Curia, muchos de ellos sin una función definida.

Fuentes:

lunes, 25 de junio de 2012

El último truco de Loki I: El destino de Baldr

Era imposible encontrar dos hermanos más distintos que Baldr y Hodur. Decir que eran la noche y el día no bastaba para describir sus diferencias. Y es que Baldr representaba la luz, lo puro, lo bueno, todo que es hermoso y justo, mientras que su hermano Hodur simbolizaba la oscuridad y todo lo que se esconde en ella. Como habréis podido suponer ambos eran dioses, hijos del mismísimo Odín y su esposa Frigg.

Todos, dioses, hombres, elfos, enanos y demás criaturas mundanas o divinas amaban a Baldr y sentían alegrarse su corazón cuando el dios estaba cerca. Por eso fue motivo de gran preocupación cuando su luz empezó a empañarse. La culpa la tenían una serie de terribles pesadillas en las que Hel, la diosa de los muertos, le llamaba a su lado.

No es propio de los dioses tomar a la ligera este tipo de señales, así que Frigg se puso en seguida manos a la obra e hizo jurar a toda la creación que jamás haría daño a su hijo. Elfos y enanos, gigantes y hombres, todas las criaturas grandes y pequeñas juraron. Y no contenta con eso también se lo exigió a las plantas, hierba, piedra, agua o metal.

Cuando Frigg les comunicó al resto de los dioses el éxito de su misión, la alegría fue tal que al poco se había organizado una gran fiesta. No pasó mucho hasta que a alguno de los dioses, con alguna cerveza de más en lo alto, se le ocurriera la idea de poner a prueba el juramento. Posiblemente todo empezara con algo inocente, como el lanzamiento de una pequeña piedra que, ante la mirada atónita de los festejantes, se desvió antes de tocar a Baldr. De ahí a probarlo con algo más contundente solo iba un paso, y al poco rato los dioses estaban lanzándole todo lo que encontraban a mano.

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