En la
anterior entrada habíamos dejado a los dioses rodeando incrédulos el cadáver de Baldr, dios de la luz, de lo bueno, lo puro y lo justo. Los dioses culpaban de su muerte a su hermano Hodur, el oscuro, pero lo que ni siquiera Hodur sabía era que detrás del asesinato estaba la mano de Loki, dios del fuego, de los trucos y el engaño, que había logrado escapar sin despertar ninguna sospecha.
Los dioses aún estaban asimilando lo que acababa de ocurrir cuando apareció en la sala una destrozada Frigg. La diosa se desplomó sobre el cuerpo sin vida de su hijo y durante unos instantes en la concurrida sala solo se escucharon sus sollozos.
Entonces Frigg se apoyó en el brazo de su esposo Odín y se volvió hacia el resto de los dioses:
—¿Quién de vosotros, que os llamabais amigos de mi hijo, quién se atreverá a bajar al Helheim a pedir a la diosa de los muertos su precio por dejarle volver entre nosotros?
Los dioses se miraron entre ellos incómodos. Una cosa es estar dispuesto a cederle a un amigo tu mejor escudo para su vida posterior, y otra muy distinta visitar el frío infierno donde penan las almas de aquellos que, por no haber muerto en combate, no tenían derecho a sentarse en el Valhalla.
—¿Nadie? —insistió Frigg—. ¿No hay nadie con el valor para devolverme a mi hijo y ganarse nuestro eterno agradecimiento?
Finalmente fue Hermod, otro de los hijos de Odín y Frigg, quien dio un paso al frente, para alivio del resto de los dioses. Un momento después se encontraba montado en Sleipnir, el caballo de ocho patas de Odín, dispuesto a iniciar su viaje. Mientras, el resto de dioses empezaba a preparar el funeral del Baldr.
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Las últimas palabras de Odin a Baldr,
por W.G. Collingwood (Wikipedia). |
Llevaron a tierra a Hringhorni, el barco de Baldr, el más grande en surcar nunca el mar, y dispusieron sobre él la pira funeraria, colocando alrededor sus armas, su caballo y otros enseres que le serían de utilidad en su nueva vida. Luego los dioses y muchas otras criaturas que habían amado al dios de la luz pasaron junto a la pira depositando regalos. El último fue su padre Odín, que dejó el famoso anillo mágico Draupnir, que si bien no servía para dominarlos a todos, sí que se dividía en ocho copias idénticas cada nueve noches. Antes de retirarse Odín susurró al oído de su hijo algo que nadie fue capaz de escuchar.
Una vez que todos hubieron presentado sus respetos a Baldr, llegó el turno de despedirse a su esposa Nanna. Pero el pesar de ver por última vez a su amado fue demasiado para el corazón de la diosa, que se desplomó sin vida y fue colocada junto a Baldr para acompañarlo en su último viaje.
La muerte de la bella Nanna terminó de enfriar el ánimo de los numerosos asistentes al funeral. En medio de un ominoso silencio los presentes se dispusieron a empujar el barco sobre el camino de troncos que le llevaría al mar. Una vez allí Thor sería el encargado de bendecir la pira con su martillo Mjöllnir antes de prenderle fuego.
Y aquí empezaron los problemas.