miércoles, 16 de diciembre de 2009

El mito de Aracne

Aracne era una doncella lidia famosa por su habilidad tejiendo. Pero cuando la alababan diciendo que estaba inspirada por la misma Atenea, diosa de la artesanía (por no hablar de la sabiduría y la guerra, claro), Aracne, altanera, afirmaba que su arte superaba al de la misma diosa.

Y claro, si una cosa no aguantaban los dioses (aparte de a los otros dioses), era que un simple mortal osara ponerse por encima de ellos. Queriendo darle una oportunidad para enmendarse, Atenea se presentó en el taller de Aracne disfrazada de anciana, y le aconsejó que, si bien en su ejecución podía considerarse superior a cualquier otro humano, no era una buena idea enfadar a una diosa por un quítame de ahí esos hilos, y le recomendó retractarse de sus palabras y pedir disculpas a la diosa.

Pero Aracne era demasiado orgullosa para eso, y su osadía llegó al punto de decir que, si tan buena era la diosa con la aguja, estaba dispuesta a competir con ella de igual a igual. Atenea, incapaz de aguantar más, se descubrió causando pavor en todos los presentes salvo en la misma Aracne (cosa que, como podéis imaginar, ayudó a que se enfadara más).

Así pues ambos contenientes se sentaron frente a sendos telares y comenzaron con su obra. Atenea trazó un hermoso tapiz mostrando a los dioses del Olimpo en toda su majestad. Cuando acabó su tarea y se giró, satisfecha, para contemplar el trabajo de su rival, volvió a llenarse de ira. Esa miserable mortal no sólo se había atrevido a superar su ejecución, sino que además su tapiz era un compendio de los más bajos actos de los dioses en su trato con los humanos.

Llena de furia Atenea destrozó el tapiz de Aracne y la golpeó en el rostro. La muchacha, loca de temor, corrió a colgarse con uno de sus hilos. Esto despertó la compasión de Atena; al fin y al cabo había sido vencida justamente. Pero aún así había que castigar el orgullo de la joven, así que, mientras que sostenía los pies de Aracne para que no se ahogase, la condenó a ella y a su descendencia a vivir siempre colgada de sus hilos, transformándola en una araña.

Nota: Podéis encontrar la versión clásica del mito de Aracne en Las metamorfosis de Ovidio.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Víctima de la irracionalidad

Los pitagóricos (siglos V y VI a.C.) creían, entre otras cosas, que el universo se funda en los números, y todo lo que él contiene puede expresarse mediante números o sus proporciones (números racionales). Por eso no les sentó nada bien cuando uno de los suyos, Hipaso de Metaponto, descubrió que había cantidades, como la diagonal del cuadrado unidad, que no podían expresarse mediante proporciones (números irracionales). Cuenta la leyenda que Hipaso se lo contó a sus compañeros mientras realizaban un viaje en barco. Los demás pitagóricos se enfadaron tanto ante tamaña afrenta a una de sus principales creencias que arrojaron a Hipaso por la borda. Podemos decir entonces que Hipaso fue una víctima de la irracionalidad... de sus correligionarios.

Nota: Existen varias versiones de la historia de Hipaso. Yo os he reproducido la más teatral, aunque también se dice que su descubrimiento sólo ocasionó su expulsion de la secta, que sus compañeros cavaran una tumba con su nombre para expresar su rechazo, o que avergonzado por su descubrimiento acabó suicidándose. El juego de palabras que da título a la entrada lo he tomado de la Historia de las Mátemáticas en los últimos 10.000 años de Ian Stewart.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Eternal Sunshine of the Spotless Mind

Hace dos días escuché en el telediario:
Consiguen borrar los malos recuerdos 
10-12-2009. Un equipo de científicos de la Universidad de Nueva York ha conseguido borrar los malos recuerdos de sus pacientes sin necesidad de fármacos. Y lo han hecho con un simple cuadrado amarillo.
Podéis ver el vídeo de la noticia aquí, aunque no está muy bien explicado. En esta página lo desarrollan un poco más. También podéis encontrar por ahí artículos más antiguos sobre el borrado de malos recuerdos usando drogas.

Aunque, al margen de las connotaciones de la noticia, a mí lo primero que me vino a la mente fue la película Eternal Sunshine of the Spotless Mind (2004) que dirigió Michel Gondry sobre un estupendo guión de Charlie Kaufman. En la película (ATENCIÓN, DETALLES DE LA TRAMA) una pareja que ha llegado traumáticamente al final de su relación decide cada uno borrar al otro de su mente usando una nueva tecnología.

Por cierto, que el poético título fue cambiado en España por ¡Olvídate de mí!; un gallifante para el genio que adaptó el título y que casi consiguió evitar que viera la película. Aunque claro, igual atrajo a más gente que no hubiera ido a verla de haber sabido dónde se metía. Y ahora, aparte de recomendaros que la veáis si aún no lo habéis hecho, os dejo algunas frases de la película que he encontrado en Wikiquote:
"Muchos hombres creen que soy un concepto, o que quizás les complemento, o que voy a darles vida. Sólo soy una mujer jodida que busca su propia paz de espíritu, no me asignes la tuya..."
"Qué desperdicio haberte pasado tanto tiempo con una persona para descubrir que es una extraña."
"Vuelve y al menos inventa una despedida, finjamos que la tuvimos."

viernes, 11 de diciembre de 2009

Calvin & Hobbes & Maths

Ayer encontré, medio de casualidad, esta tira de Calvin y Hobbes en Ovablastic:



Y me acordé de estas otras que recopilé hace un tiempo, todas referentes a las matemáticas:

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Juicio de Dios (o casi)

En la Edad Media, un juicio de Dios u ordalía consistía en someter al acusado a una prueba en la que, de ser inocente, sería ayudado por Dios. Solía basarse en algo relacionado con el fuego, como sujetar un hierro candente (de ahí la expresión poner la mano en el fuego); si el reo era inocente Dios le libraría de las quemaduras.
Una variante del juicio de Dios, que es la que nos interesa hoy, era el duelo de Dios, en la que dos ejércitos confiaban la suerte de la batalla a un enfrentamiento entre dos campeones. Evidentemente Dios no permitiría que resultarse vencedor quien no lo mereciera.
Hoy quiero contaros una de las últimas apelaciones a un juicio de Dios para resolver una guerra entre dos reyes: Carlos de Anjou, rey de Sicilia, y Pedro III de Aragón. Ahora bien, una cosa era acordar un juicio de Dios y otra muy distinta estar dispuesto a someterse a él. Dejad que os ponga un poco en situación:
En 1282 Sicilia es un campo de batalla entre Carlos I de Sicilia y Pedro III de Aragón. Los sicilianos se habían rebelado contra el primero y llamado al segundo en su ayuda. Pero ninguno de los dos reyes es lo bastante fuerte como para doblegar al otro, el conflicto se alarga y los fondos de ambos empiezan a agotarse. En estas circunstancias Carlos I hace llegar una oferta a su rival: que la guerra se decida mediante un enfrentamiento entre ambos reyes. Como Pedro es quince años más joven, acuerdan que cada bando elija a cien campeones para acompañar a su soberano.
Conforme se acerca la fecha señalada los dos reyes están cada vez menos convencidos de la idea. Sin embargo, echarse atrás acarrearía un gran desprestigio, así que hay que llevar la comedia hasta el final. Ambos reúnen a sus caballeros y se dirigen hacia Burdeos, lugar elegido como sede del duelo. A partir de aquí os remito a la narración que hace Sir Steven Runciman en su libro Las Vísperas Sicilianas:
"La fecha del combate se había fijado para el 1 de junio, pero, desgraciadamente, no se había determinado la hora. El rey Pedro y su gente llegaron por la mañana temprano a la liza y no encontraron a nadie. Sus heraldos anunciaron formalmente su presencia. Después, Pedro regresó a su alojamiento y publicó una declaración en la que decía que su contrincante no se había presentado en el lugar fijado. Por tanto, la victoria era suya. Unas horas más tarde, el rey Carlos llegó con todo su séquito y siguió exactamente el mismo procedimiento. Él también había conseguido la victoria. Los reyes rivales salieron de Burdeos unos días después, llamándose mutuamente cobardes que no se habían atrevido a enfrentarse al juicio de Dios."

Pedro III buscando al pérfido francés.
(En realidad se trata de Pedro III en el collado de las Panizas, por Mariano Barbasán.)
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