En la Edad Media, un juicio de Dios u ordalía consistía en someter al acusado a una prueba en la que, de ser inocente, sería ayudado por Dios. Solía basarse en algo relacionado con el fuego, como sujetar un hierro candente (de ahí la expresión poner la mano en el fuego); si el reo era inocente Dios le libraría de las quemaduras.
Una variante del juicio de Dios, que es la que nos interesa hoy, era el duelo de Dios, en la que dos ejércitos confiaban la suerte de la batalla a un enfrentamiento entre dos campeones. Evidentemente Dios no permitiría que resultarse vencedor quien no lo mereciera.
Hoy quiero contaros una de las últimas apelaciones a un juicio de Dios para resolver una guerra entre dos reyes: Carlos de Anjou, rey de Sicilia, y Pedro III de Aragón. Ahora bien, una cosa era acordar un juicio de Dios y otra muy distinta estar dispuesto a someterse a él. Dejad que os ponga un poco en situación:
En 1282 Sicilia es un campo de batalla entre Carlos I de Sicilia y Pedro III de Aragón. Los sicilianos se habían rebelado contra el primero y llamado al segundo en su ayuda. Pero ninguno de los dos reyes es lo bastante fuerte como para doblegar al otro, el conflicto se alarga y los fondos de ambos empiezan a agotarse. En estas circunstancias Carlos I hace llegar una oferta a su rival: que la guerra se decida mediante un enfrentamiento entre ambos reyes. Como Pedro es quince años más joven, acuerdan que cada bando elija a cien campeones para acompañar a su soberano.
Conforme se acerca la fecha señalada los dos reyes están cada vez menos convencidos de la idea. Sin embargo, echarse atrás acarrearía un gran desprestigio, así que hay que llevar la comedia hasta el final. Ambos reúnen a sus caballeros y se dirigen hacia Burdeos, lugar elegido como sede del duelo. A partir de aquí os remito a la narración que hace Sir Steven Runciman en su libro Las Vísperas Sicilianas:
"La fecha del combate se había fijado para el 1 de junio, pero, desgraciadamente, no se había determinado la hora. El rey Pedro y su gente llegaron por la mañana temprano a la liza y no encontraron a nadie. Sus heraldos anunciaron formalmente su presencia. Después, Pedro regresó a su alojamiento y publicó una declaración en la que decía que su contrincante no se había presentado en el lugar fijado. Por tanto, la victoria era suya. Unas horas más tarde, el rey Carlos llegó con todo su séquito y siguió exactamente el mismo procedimiento. Él también había conseguido la victoria. Los reyes rivales salieron de Burdeos unos días después, llamándose mutuamente cobardes que no se habían atrevido a enfrentarse al juicio de Dios."
Pedro III buscando al pérfido francés. (En realidad se trata de Pedro III en el collado de las Panizas, por Mariano Barbasán.) |
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