De entre la larga lista de nombres que han ocupado la silla de San Pedro, uno de los que cuenta con una historia más curiosa es Celestino V. Ocupó el cargo durante sólo cinco meses en el año 1296 y ha sido uno de los pocos (hay quien dice que el único) papas en renunciar a su puesto por propia voluntad; un puesto al que nunca aspiró y que no hizo mas que traerle desgracias.
Antes de conocer su historia debemos ponernos en antecedentes. Durante gran parte de su existencia el papado unió bajo su mitra dos aspectos bien distintos: uno espiritual y otro eminentemente mundano como era ser la cabeza de los Estados Papales. Durante siglos los Papas fueron uno más entre los actores que conspiraban y guerreaban entre sí por la hegemonía de la península italiana, una de las zonas más agitadas de la Edad Media.
En los años previos a la entronización de Celestino V el asunto más candente en la zona era la lucha que llevaba a cabo la Casa de Anjou, de procedencia francesa y que reinaba en Nápoles, contra la Corona de Aragón a cuenta de la isla de Sicilia. Este enfrentamiento tenía su reflejo directo en el cónclave que había de elegir al nuevo Papa, dividido entre pro-franceses y pro-aragoneses, ninguno con los votos suficientes para imponer a uno de sus candidatos.
Así fue pasando el tiempo, hasta que tras dos años separarse y volverse a reunir, los cardenales aún no habían sido capaces de elegir un nuevo Papa. Las presiones para que tomaran una decisión fueron incrementándose hasta que finalmente optaron por el comportamiento habitual de la curia en estos casos: si no podemos ponernos de acuerdo, optemos por alguien de fuera.