Cuando en el siglo XIX los primeros exploradores europeos se internaron en el África Subsahariana desde la costa del Índico se llevaron una agradable sorpresa. Dentro de los preparativos de su expedición se habían asegurado de llevar, los que no lo conocieran, un intérprete de KiSwahili, el lenguaje hablado en la costa. Sin embargo eran conscientes de que una vez tierra adentro tendrían que apañarse como pudiesen para hacerse entender en regiones donde los mercaderes de la costa nunca se habían internado.
Pero cuando llegó el momento descubrieron que la lengua que hablaban los pueblos del interior era parecido al KiSwahili de la costa. Y por mucho que se internaran en el continente esta similitud se mantenía, entre pueblos distantes a miles de kilómetros y pertenecientes a grupos étnicos distintos, cubriendo un área que se extendía desde una línea horizontal uniendo el Golfo de Guinea con el Índico hasta el extremo sur del continente, abarcando la mayor parte del África Subsahariana.
A los hablantes de estas lenguas se les denominó Bantúes (bantú significa gente). Hay entre 300 y 600 lenguajes Bantú en el África subsahariana, con una distancia entre sus extremos de 6000 km con montañas, savana, ríos, desierto y bosque ecuatorial, hablados hoy por cerca de 400 millones de personas.
En seguida surgió la pregunta: ¿cómo era posible que pueblos de grupos étnicos distintos y separados miles de kilómetros entre sí mantuviesen lenguajes tan similares? La hipótesis, respaldada por pruebas arqueológicas, nos habla de una expansión sin precedentes en su extensión, velocidad y, sobre todo, en la huella que ha dejó en esa parte de África.