Ayer publiqué el cuento
El Castillo de Irás y No Volverás, que encontré hace un par de años en una recopilación de cuentos de hadas españoles atribuido a un autor anónimo (aunque cuando he vuelto a buscarlo para el blog he encontrado una referencia a su aparición en el libro
Cuentos maravillosos de hadas españoles narrados a los niños de H. C. Granch). Pues, casualidades de la vida, justamente hoy he leído otra versión del mismo en
Cuentos Populares del Mediterráneo, recopilado por Ana Cristina Herreros para la editorial Siruela. Sólo que aquí aparecía como prodecente de
Occitania (sur de Francia).
En principio no debería resultar muy llamativo; los dos países son vecinos. Pero no es la primera coincidencia. En el mismo libro figura como corso un cuento casi igual a otro que leí en una recopilación de de cuentos populares rusos. Y un cuento murciano bastante parecido a uno que conocía como procedente de Irlanda (por cierto, ambos son bastante interesantes, los traeré próximamente).
Todo esto me ha llevado a pensar en el viaje de los cuentos a lo largo del mundo. La misma historia contada a niños de Irlanda y Murcia, o junto a fuegos en Córcega y Rusia. Y no me refiero a un cuento de los Grimm o de Handersen, sino a otros que, en algún momento, han sido catalogado como propios de regiones situadas a miles de kilómetros de distancia. Cuentos que viajaron en la mente de personas que se sentaron a compartir pan e historias para que echaran raíces en un país que no era el suyo, y que tal vez volvieron a su tierra con nuevas fantasías que en un par de generaciones eran sentidas como propias. Es el viaje de los cuentos que nos acerca por encima de las fronteras o lenguas, al hacernos soñar las mismas historias de niños.