domingo, 29 de enero de 2017

Fin de año, fin del mundo (2): la invocación

(Aquí podéis encontrar la primera parte del relato, o descargar aquí la versión completa en pdf, epub o mobi).



III


—Ph'nglui mglw'nafh N'arjswel C'diz wgah'nagl fhtagn...

Rubén miró a su alrededor mientras el resto del grupo repetía las palabras del salmo. Cinco figuras reunidas alrededor de un pentagrama trazado a orilla del mar, rodeados por un círculo de antorchas. No eran el equipo que esperaba, pero no podía quejarse: después de tanta espera al fin había llegado la hora. La invocación había comenzado; pronto de las profundidades se alzaría un horror más allá de toda descripción para poner fin a una era de decadencia, de locura, de... teléfonos móviles.

En la tranquilidad de la playa la voz de Madonna repetía machaconamente que el tiempo pasa, pero muy despacito.

El Sumo Sacerdote miró como su Condestable de la Orden buscaba desesperado su teléfono bajo la túnica. Cuando las grandes mangas le dejaron al fin atrapar el aparato levantó los ojos en tono de disculpa mientras decía:

—Es Salvador. Le dije que le llamaría antes de que empezáramos y se me olvidó. —Sin esperar respuesta se llevó el teléfono al oído.— Dime, rápido... Sí, ya hemos empezado... Lo sé, lo sé... Sí, un primo mío...

Rubén abrió la boca para soltar un exabrupto, pero Carlos fue más rápido:

—¡Dile que ahora soy yo el Guardián de la Puerta!

El Condestable de la Orden, asintió.

—Dice Carlitos que ahora él es el nuevo Guardián de la Puerta. —Mirando de nuevo a Carlos, respondió.— Que te lo has creído, que cuando vuelva se lo devuelves.

—¡Ah, se siente! —replicó el nuevo Guardián de la Puerta haciendo burlas.

—¿Qué tal por allí? —continuó sin hacerle caso—... ¡Qué mamón! Aquí estamos muertos de frío... Oye, tengo que dejarte, que Rubén se está impacientando. Dale recuerdos a Marta.

En realidad Rubén estaba pensando diferentes maneras, dolorosas todas, de hacer pagar a su Condestable por la interrupción, pero impacientarse podía describirlo también.


—Salva insiste en que lo siente, que no le guardes rencor.

—¿Rencor? —masculló el Sumo Sacerdote— ¿Rencor, dices? Ese traidor está muerto para mí, no quiero que me lo volváis a mencionar.

—Joder, Rubén, tampoco hay que pasarse —respondió Álvaro—, a ver qué querías que hiciera el pobre.

—¡De momento no dejarnos tirados justo el día antes obligándonos a buscar al primero que pasara por ahí!

—No sé qué querías que hiciera —intervino Carlos—. "Mira Marta, cariño, gracias por el crucero sorpresa, pero no puedo ir porque he quedado con mis amigos para destruir el mundo"

Rubén abrió la boca para dejar salir lo que opinaba de los traidores que ponen una semana en playas paradisíacas por delante de desencadenar horrores innombrables sobre un mundo desprevenido, cuando sintió que Esteban, el Guardián de las Llaves, le sujetaba del brazo murmurando:

—Cálmate, que estás acojonando al chaval.

Benito miraba de uno a otro con cara de sorpresa, mientras intentaba procesar dónde se había metido en realidad. Esteban continuó más alto, dirigiéndose a él.

—No preocupes, Benito, ya sabes cómo son los artistas, a veces se creen el centro del mundo.

Rubén volvió a abrir la boca, pero la cerró al sentir como los dedos de Esteban se cerraban con más fuerza en su brazo. Consiguió convertir la mueca de dolor en una sonrisa e improvisó una disculpa.

—Sí, siempre me he tomado fatal que interrumpan mis... investigaciones. Para mis libros y eso, ¿sabes?

Benito asintió sin mucha convicción. Esteban apretó un poco más el brazo.

—Y estamos muy contentos de que hayas venido con tan poco tiempo. Si sale todo bien —te consumirás en una pira de horrores insondables mientras el gran N'arjswel devora tu alma— estaba pensando incluirte en los agradecimientos del libro. Por las molestias.

Observó como se iluminaba la cara del muchacho. Qué fáciles eran. Seguidores, aduladores... Qué ganas tenía de acabar con todos.

—Bueno —dijo mirando alrededor—, ¿otra vez desde el principio?

Sintió como el ambiente se relajaba mientras volvían a sus sitios.

—Por cierto, habéis vuelto a decir N'arjswehl, y es N'arjswel. Joder, que no es tan difícil.

Imagen de Wikipedia Commons.

 IV


—Ph'nglui mglw'nafh N'arjswel C'diz wgah'nagl fhtagn...

La invocación se reanudó. Palabras inseguras a la luz de las antorchas, versos sin sentido que se unían formando salmos, una musicalidad que surgía inadvertida entre las consonantes atropelladas. Rubén se dio cuenta de que cada vez necesitaba menos concentración para recordar las palabras, los gestos. A su alrededor los rostros iban perdiendo el nerviosismo mientras el ritual tomaba forma más allá de ellos.

Se detuvo. Cuatro rostros le miraban, abandonadas las emociones, sintiéndose parte de algo mayor que cada uno de ellos.

—Que tenga lugar el sacrificio.

El Condestable de la Orden salió brevemente del círculo de luz para volver con una de las cajas que había traído consigo. Apartó el trapo que la cubría ante la respiración contenida del resto.

—Joder, Álvaro, ¿un puto hamster?

Dentro de la jaula un pequeño roedor los observaba adormilado. Al sentir la atención se estiró perezosamente y, obediente, empezó a correr haciendo girar una pequeña noria.

—Pues tú me dirás que quería que trajera.

—Pues no sé —intervino Esteban, la magia definitivamente deshecha—, lo típico: un gallo negro, una cabra...

—Claro, y ahora dime tú dónde encuentro yo una cabra el 31 de diciembre.

El Sumo Sacerdote apartó la vista del animalito que corría y corría dentro de su jaula. De su jaula rosa con pegatinas de corazones y estrellas.

—Ostras, ¿ese no será Mimón? —escuchó decir a Benito.

El Condestable de la Orden miró hacia el suelo, avergonzado.

—Cuando se entere Carmencita...

—Tranquilo Benito, cuando volvamos a casa le compramos otro.

Pero Benito sólo miraba al roedor dar vueltas en su rueda mientras repetía como un mantra "Ostras, ostras, ostras".

Rubén, recompuesto de la sorpresa, puso orden.

—No importa, tendrá que servir —y, barriendo al resto del grupo con la mirada, continuó—. Benito, no te preocupes, yo mismo le compraré a Carmencita otro ratón, o un pony si es lo que quiere. Álvaro, saca la daga y acaba de una vez con el pobre bicho.

Evitando el contacto visual con el resto del grupo el Condestable de la Orden rebuscó en los bolsillos bajo la túnica, hasta encontrar la Daga del Sacrificio.

—Pero qué coj... —el Sumo Sacerdote no fue capaz de terminar la frase.

—¿Eso es de la vajilla de la abuela? —le interrumpió Benito.

—Sí —reconoció el Condestable, sosteniendo un cuchillo de pescado—. A ver, se supone que tenía que ser de plata, ¿no? Y a ver de dónde saco yo un cuchillo de plata de un día para otro. Salvador tuvo que encargar uno a medida, y con todo el jaleo del crucero se olvidó dármelo, y bueno...

El Sumo Sacerdote empezó a sentir como uno de sus párpados empezaba a vibrar. Era un tic que le solía ocurrir después de trasnochar o cuando estaba nervioso. Y, según parecía, también cuando tenía un cabreo de tres mil pares y ganas de usar un cuchillo de pescado para eviscerar a alguien.

—Da igual —logró articular—. Coge el cuchillo y cárgate al puñetero bicho de una vez.

En el silencio que siguió se dio cuenta de que había dicho el final de la frase gritando. Observó como el Condestable metía torpemente la mano dentro de la jaula, agarrando al roedor. Mimón se dejó hacer, acostumbrado a este tipo de atenciones, y puso sus sentido alertas esperando la hoja de lechuga que solía venir a continuación. Lo que no esperaba era esa cosa fría y roma que empezó a recorrerle la barriga arriba y abajo. Bueno, no era para tanto, peor era cuando se empeñaban en ponerle un vestido de princesa.

Pero cuando la cosa fría y roma apretó más fuerte Mimón empezó a encontrarse incómodo. E hizo lo que todo hamster hace cuando está incómodo: morder el dedo más cercano y lanzarse a la huida.

Cuatro de las cinco figuras envueltas en túnicas se quedaron mirando aterrizar al roedor en la arena y empezar a girar sobre su mismo mientras en su cabecita iba asimilando de que no se encontraba en el dormitorio de Carmencita. La quinta se dedicaba a agitar una mano mientras daba suelta a un torrente de improperios.

El Sumo Sacerdote fue el primero en reaccionar.

—¡Que no escape el sacrificio! —gritó.

Y al momento se dio cuenta de su error, cuando cuatro figuras empezaron a abalanzarse hacia el interior del pentagrama que tanto esfuerzo les había costado trazar. Alzó los brazos para detenerlos, pero el grito que estaba articulando se ahogó antes de salir cuando, súbitamente, todas las antorchas alrededor del grupo emitieron un súbito fulgor, como si las hubieran rociado con gasolina. Los invocadores miraron las antorchas, se miraron entre ellos, volvieron a mirar las antorchas, miraron a Mimón (que les devolvió la mirada como preguntando de qué iba todo esto y dónde zanahorias estaba el dormitorio de Carmencita), y hubieran vuelto a mirar a las antorchas si en ese momento uno de ellos no hubiera dicho:

—La sangre. —Era Álvaro, que envolvía su dedo herido con la otra mano.— Ha sido cuando la sangre del dedo ha caído al suelo.

Y, para estar seguro, apretó un poco más la herida hasta hacer que una nueva gota cayera dentro del pentagrama. Las antorchas se encendieron de nuevo, mandando una ola de calor hacia el interior del círculo.

—Claro —murmuró Esteban, uno de los dos expertos del grupo en textos arcanos—, la sangre. Lo importante no es el sacrificio en sí, sino la sangre.

Miró hacia el otro experto del grupo buscando su aprobación, pero Carlos tenía ese momento la cabeza en otro lado: todo esto de las antorchas sólo había servido para recordarle el tiempo que llevaba sin echar un cigarro.

—¡Rápido, todos a su lugar! —gritó el Sumo Sacerdote— Y tú, Álvaro, saca algo más de sangre.

Si hacer caso de la mirada de "como se nota que el dedo con mordisco no es el tuyo" que le lanzó su Condestable de la Orden, Rubén se situó en su punta del pentagrama y continuó la invocación por donde la habían interrumpido. El resto de voces se le unieron, dubitativas al principio, pero coordinándose y haciendo los contrapuntos indicados en los textos que habían memorizado. Pronto las voces empezaron a fluctuar, a girar una alrededor de otras, en formas que no habrían sido capaces de imaginar.

Rubén sentía como algo se estaba despertando en su interior, una sensación en el vientre que se extendía por el resto del cuerpo, emitiendo zarcillos que se enredaban en sus extremidades y se proyectaban a través de sus manos extendidas siguiendo las líneas del pentagrama, buscando las fuerzas semejantes que brotaban de sus compañeros, enlazándolos en uno solo. Notó como las voces ganaban profundidad, emitiendo sonidos imposibles para una garganta humana. Pero no eran voces, era una sola voz que brotaba de cinco lugares al tiempo, una única voz que, sin embargo, era capaz de emitir sus propios contrapuntos, sus acompañamientos, como si un mismo cuerpo hablara a través de varias gargantas.

Y al mismo tiempo una parte de él era consciente de que no estaban solos. Que lejos, apenas escuchada, había una respuesta, un eco, una vibración que llegaba desde la oscuridad y el frío, despertando tras milenios sepultada bajo toneladas de océano.

Miró hacia arriba, su mente humana disociada de aquello en que se habían convertido las criaturas alrededor del pentagrama. En el cielo la oscuridad se condensaba, la noche convertida en un velo de alquitrán a través del cual se filtraba la luz enfermiza de estrellas que antes no habían estado ahí, de galaxias que parecían estar al alcance de la mano. Una de ellas estalló, envolviéndolo en su brillo. Levantó los brazos siguiendo las instrucciones de la voz que había empezado a llenar su mente, los puso detrás de su cabeza y se arrodilló con cuidado de no efectuar movimientos bruscos, y se puede saber qué coño de ropa es esa y a qué vienen esas antorchas.

Rubén miró a su alrededor, sintiendo como se perdía la conexión de sus compañeros, que yacían como él de rodillas en la arena, mirando a su alrededor con expresión de haber despertado de un profundo sueño. Volvió a girarse hacia la luz, que no estaba en lo alto del cielo, como habían pensado, sino sobre la duna que dominaba ese lado de la playa. Estaba posada sobre un todoterreno y a su alrededor se movían varias figuras vestidas de verde. De verde guardia civil, para ser exactos.

Su mente empezó a llenar el vacío que había dejado al retirarse la presencia que le había dominado. A su lado Esteban le miraba de reojo, susurrando que se tranquilizara. De fondo escuchaba como Álvaro intentaba convencer a los agentes de que sólo estaban haciendo una fiesta en la playa, que claro que aquellas cajas no eran ningún alijo, y que se lo podía explicar todo. Todo mientras Carlos preguntaba en voz alta si alguien tenía fuego.

La fuerza de su fracaso le golpeó: años de estudio, meses de preparación tirados a la basura, traicionado otra vez por este maldito mundo que tantas ganas tenía de destruir. Le volvieron a embargar las familiares ganas de acabar con todo, de...

—Señor Ochaíta, que digo yo que como hemos terminado, si podría firmarme ya el libro. Ponga con cariño para Beni y Susi, que le va hacer mucha ilusión.


Epílogo


A varias decenas de metros de la orilla, cubierto por un manto de oscuridad más allá del tiempo (al menos si era un tiempo pequeño, como unos cinco minutos), N'arjswehl observaba a las criaturas que se movían por la orilla. Todavía algo lento después de despertar de su sueño de milenios dudaba si regresar a las profundidades de la ciudad perdida de C'diz o salir a la superficie a iniciar un reinado de muerte y destrucción (aunque en su cabeza esto lo planteaba como salir a darse una vuelta y estirar un poco las... Bueno, sus apéndices inferiores).

Lo cierto es que las figuras que se movían por la orilla parecían apetitosas, y siempre estaba el detalle de agradecerles el que se hubieran tomado el trabajo de despertarle (que normalmente se traducía en dejar sus almas para el postre). Pero había un par de pensamientos que le impedían terminar de decidirse. Por un lado estaba que realmente acababa de despertarse, y que fuera hacía bastante frío. La verdad es que no entendía la razón por sus invocadores siempre tenían que venir de sitios fríos y desapacibles como Dunwich o Mikatonic, y no de sitios más agradables y con mejor temperatura. Claro, que posiblemente los sitios más agradables y con mejor temperatura tuvieran menos tendencia a producir el tipo de persona dispuesta a destruir el mundo.

Además, estaba el espinoso detalle de N'arjswel y lo quisquilloso que se ponía cuando era N'arjswehl y no él el que acudía a sus invocaciones. No comprendía esa tendencia de los pobladores de este mundo en confundir los dos nombres, cuando la diferencia entre ambos era obvia en el agitar de los tentáculos de la cara. Todavía recordaba con espanto la última vez que se equivocó al acudir a una invocación: durante dos siglos tuvo que aguantar los lloros de N'arjswel: que si nunca me toca a mí, que si no me tenéis respeto, que si esas almas eran mías, que siempre tengo que conformarme con los restos...

En estas reflexiones se encontraba cuando, súbitamente, algo se desplomó desde el cielo impactando contra su... su..., bueno, contra una especie de apéndice retráctil cubierto de ventosas dentadas. ¿Pero a qué venía esto? Invocar a un inocente dios de la destrucción y el dolor eterno para luego entretenerse lanzándole cosas. ¡Pues ahí se quedaban, que los exterminara otro!

Las personas de la orilla nunca fueron conscientes de los cerca que habían estado de la destrucción de sus almas (entre horribles sufrimientos provocados por un horror más allá del tiempo, etc, etc.). Envueltos en sus absurdos juegos de mortales, ignoraron el remolino que se formó cuando la figura que no puede ser descrita (o que, al menos, requeriría dos o tres páginas más y un uso imaginativo de los adjetivos) volvió a sumergirse en las aguas, dejando tras de sí solamente un objeto, el proyectil que había salvado a la humanidad de su destrucción.

En su cubierta se leía La plata de la reina, una nueva aventura del sargento Costalegre, por Rubén Ochaíta.

FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Qué te ha parecido?

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...