De comisario de frutos del país, para castigarlo por haberse metido en alguna revolución, al señor Acevedo, abuelo de Borges, lo bajaron a comisario de policía; por eso le tocó actuar en el asunto de Los caballeros de la noche, que en los cementerios robaban cadáveres para pedir rescate por su restitución. Casi todos los miembros de la banda eran españoles y turcos recién venidos, muy ignorantes. En cambio, inteligente debió de ser el jefe que los apalabró, porque aunque entre todos no eran más de catorce, dio a cada uno un número de identificación altísimo, once mil y pico, doce mil y pico, de modo que los miembros creían pertenecer a una sociedad innumerable, poderosa y que por estas mismas razones gozaba poco menos que de impunidad. Cuando se vieron reunidos en la comisaría y se les dijo que ahí estaban todos, que no había más, no podían creerlo.
Lo cuenta Adolfo Bioy Casares en De jardines ajenos.
Pues no puede sonar más apetecible...
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