Fimafeng se permitió un breve momento de descanso, el primero que se tomaba aquella noche, probablemente el primero en toda la semana. El esfuerzo había valido la pena; a su alrededor se desarrollaba la mejor celebración que habían visto nunca los salones de Aegir, dios del mar. Una lástima que no fuera a vivir para verla acabar.
Por supuesto Fimafeng no era en absoluto consciente de la cercanía de su muerte. De haberlo sospechado es posible que hubiera elegido estos últimos momentos para reunirse con sus seres más queridos, quizás recorrer los lugares de su juventud, o más probablemente esconderse debajo de su cama con la luz apagada intentando no hacer ningún ruido. O, tal vez, sabedor de la inmutabilidad de nuestro destino, habría querido esperar a la muerte haciendo justamente lo que le ocupaba en ese momento: rellenar las jarras de los dioses que se divertían a su alrededor mientras se preocupaba de que aquella fuera una fiesta realmente memorable
Eso es algo que nunca sabremos, porque ni él ni ninguno de los invitados eran conscientes de los acontecimientos que, irónicamente, iban precisamente a convertir esa noche en algo imposible de olvidar. Esa ignorancia era la que permitía que Fimafeng fuese de un lado a otro con una sonrisa de suficiencia que, más ironía, tanto estaba contribuyendo a que se acercase su final.
Realmente no le faltaban motivos para estar satisfecho. Era la primera vez que los dioses se reunían tras el funeral de Baldr. Su señor Aegir había pensado que una gran cena podía ser una ayuda para dejar atrás la tristeza por la pérdida del dios de la luz. Parecía estar funcionando, y gran parte del mérito era suyo.
Aegir y sus hijas preparando cerveza, por C. Hansen (Wikipedia). |
Loki no estaba en absoluto de humor para felicitar a nadie. Mucho menos a esa cucaracha pretenciosa que se paseaba entre los dioses como si fuera uno de ellos. De haber estado ahí Thor haría tiempo que se habría percatado de las señales que advertían de la tormenta y, en nombre de las aventuras que habían corrido juntos, muy probablemente habría sido capaz de desactivarla antes de que fuese demasiado tarde.
Pero Thor se encontraba en esos momentos viajando por Oriente, y el resto de los dioses no eran conscientes del aumento del mal humor de Loki. Simplemente habían dejado de prestarle atención.
Lejos habían quedado sus días de triunfo tras salir indemne del asesinato de Baldr. Días en que había tenido que contenerse para no estallar en carcajadas cada vez que veía a Odín y a todos los demás que se creían tan importantes andar cabizbajos sin ser conscientes de que había sido él el responsable de su desgracia. Aún así no había podio evitar mostrarse más arrogante e hiriente que de costumbre, lo que le había alejado aún más del resto de habitantes de Asgard. Esto estaba teniendo su reflejo más acusado durante la cena en los salones de Aegir, cuando Loki había tenido que sufrir los corteses pero evidentes desplantes del resto de invitados.
Así ocurrió cuando en mitad de una charla con Bragi, dios de la poesía, este aprovechó que Fimafeng pasaba junto a ellos para dejarle de lado con la excusa de felicitar al sirviente por la original decoración. Si Fimafeng hubiera mirado en ese momento a los ojos de Loki probablemente se lo hubiera pensado dos veces antes de hacer la locura que momentos después acabaría costándole la vida (o tal vez no, si nos remitimos al comentario sobre la inevitabilidad del destino que hemos hecho antes).
Este desplante fue la gota que desbordó el mal humor de Loki. Buscando donde desfogar su ira se volvió hacia la pared más cercana y empezó a arrancar las planchas de oro que aquel estúpido sirviente había colocado frente a las teas. El dios del fuego no permitiría que un gusano con ínfulas cubriese las llamas solo para pavonearse en medio de aquella reunión de petrimetres. Las láminas cedían con facilidad desvelando las antorchas que brillaron con más fuerza, respondiendo la ira de su señor. Loki sintió el calor en su rostro. Notó con placer como a su espalda se hacía el silencio. Agarró una nueva plancha consciente de ser el centro de atención. Él les enseñaría que el fuego no puede dejarse de lado. Sonrió antes de dar el tirón, y en ese momento notó como una mano agarraba su brazo.
—Por favor, señor, deténgase —Finafeng había saltado como un resorte al ver como destruían su creación.
Loki giró sobre sí mismo mientras todos los fuegos de la sala doblaban su intensidad. Agarró al infeliz del cuello cortando sus protestas:
—Tú te atreves a darme órdenes, basura infecta. ¡Te atreves a darme órdenes a mí!
El resto de dioses se lanzaron a detenerle, pero cuando llegaron junto a ellos Fimafeng ya no era más que un peso muerto en las manos de Loki. A una orden de Odín varios de los invitados agarraron al dios del fuego y lo sacaron fuera de la sala. Loki no se resistió. Su furia se había calmado y se contentó con lanzar algunos insultos mientras lo arrojaban al exterior. Imbéciles. Que se quedasen con su cena y sus pomposos criados. Lanzando una última maldición se alejó caminando altivo.
La normalidad no tardó en volver al gran salón. Pocos lamentaron la muerte de Fimafeng; al fin y al cabo no era más que un sirviente y Loki no dejaba de ser uno de los suyos. Más allá del asesinato se le culpaba de haber estropeado la noche cometiendo una gran falta de cortesía hacia su anfitrión. Se habló de su mal carácter y hubo quien dijo en voz alta lo que muchos pensaban: que al menos el incidente había servido para librarse de él.
Los pocos resquemores que quedaban desaparecieron cuando Aegir los invitó a sentarse y los criados empezaron a traer las grandes bandejas llenas de comida. La llegada de nuevos barriles de la cerveza levantó gritos de alegría seguidos de varios brindis cada vez más subidos de tono.
Bragi, puesto en pie, improvisó unos versos en los que declaraba el placer de soborear la cerveza que preparaban las hijas de Aegir, sin que quedara totalmente claro si el placer se lo proporcionaba la bebida o las propias hijas. Mientras declamaba movía su jarra a un lado y otro derramando el dorado líquido entre carcajadas generalizadas, de manera que nadie fue consciente de la discusión que se desarrollaba al otro lado de la puerta hasta que esta no se abrió violentamente.
Loki saludó a los aturdidos comensales:
—¿Por qué este silencio? Continuad, por favor —recorrió con sus ojos la mesa de un extremo a otro, sin rehuir ninguna mirada ni mostrar emoción alguna. Luego dijo, sin dirigirse a nadie en concreto, dijo con afectación fingida:
—¿No hay ningún sitio para mí?
La pregunta quedó flotando en el aire en medio de un incómodo silencio.
—Márchate, no eres bienvenido aquí.
El que hablaba era Bragi. Su voz, y el golpe de su jarra contra la mesa, pilló desprevenidos a varios de los invitados que no pudieron evitar dar un respingo. Todos esperaron la reacción de Loki. A pesar de estar solo era uno de los dioses más antiguos y poderosos, y Bragi no pudo evitar notar con cierto temor como sus vecinos de mesa se apartaban ligeramente de él.
Pero Loki, lejos del estallido de furia que todos esperaban, se giró hacia Odín y, sin perder la calma, le increpó:
—Odín, mi hermano de sangre, dime, ¿vas a permitir esto? ¿Dónde quedaron los juramentos de que ninguno bebería si no había un vaso para el otro?
La tensión se desplazó hacia la cabecera de la mesa, donde Odín se sentaba al lado del anfitrión. Su antigua relación era algo de lo que se evitaba hablar, una oscura historia que nadie conocía salvo ellos dos. Miró fijamente a Loki, midiéndolo, intentando averiguar hasta donde sería capaz de llegar. Tras unos instantes eternos, se volvió hacia donde se sentaba uno de sus hijos:
—Vidar, déjale sitio.
El silencio del salón se llenó de exclamaciones de sorpresa y murmullos de disgusto a partes iguales, pero nadie se atrevió a contrariarlo. Loki no dejó pasar la oportunidad y se dirigió pausadamente hacia la mesa con un atisbo de sonrisa. Fingiéndose ajeno al escrutinio al que estaba siendo sometido se sentó junto a Vidar, hizo un gesto pidiendo una jarra de cerveza y se puso tranquilamente a comer.
Poco a poco el resto de los dioses empezaron a imitarle. Loki parecía prestar atención solo al contenido de su plato. El ambiente se distendió y volvieron a surgir carcajadas a un lado y otro de la mesa.
Tan en serio se habían tomado los dioses su intención de ignorar a Loki que fueron pocos los que se percataron cuando se puso en pie.
—Me gustaría proponer un brindis —dijo mientras comprobaba complacido las miradas de inquietud que había provocado su gesto—, por todos los Aesir que hoy honran esta mesa, todos ellos nobles de corazón.
A lo largo de la mesa se oyeron algunos suspiros de alivio. Pero Loki aún no había terminado:
—Todos salvo a Bragi, claro —y alzó su copa mientras dedicaba una amplia sonrisa al dios de la poesía.
Por segunda vez Bragi notó como sus compañeros de mesa se agitaban nerviosos a su lado. Miró a su alrededor buscando alguna muestra de apoyo. Nadie se atrevió a devolverle la mirada, a excepción de un fúnebre Odín, que le hizo un leve gesto para que no aceptase la provocación. Bragi se levantó fingiendo un ánimo conciliador. Loki seguía observándole sin perder la sonrisa.
—Disculpa si antes he sido demasiado brusco —dijo Bragi, nervioso—. No me gustaría echar a perder esta magnífica cena por un malentendido. Deja que te ofrezca un caballo, una espada y un brazalete para reparar mi ofensa —hizo una breve pausa— si es que hubo alguna.
Nadie vio como Bragi se sentaba. La atención estaba de nuevo fija en Loki, en la sonrisa con la que había recibido la oferta y que hizo pensar a algunos que se conformaría con los regalos. Ilusos.
Loki burlándose de Bragi, por W.G. Collingwood (Wikipedia). |
Todos vieron como Bragi acusaba el golpe, se ruborizaba y apretaba los puños contra la mesa.
—Tienes suerte de que las leyes de la hospitalidad me impidan tratarte como mereces —acertó a decir en un murmullo.
—Sí, son muy oportunas —respondió Loki—, si no te verías obligado a defenderte en lugar de hacerte pasar por un adorno de la mesa.
Bragi abrió y cerró la boca, mirando a su alrededor. Hizo ademán de levantarse cuando una voz le interrumpió:
—¡Basta! —era Iduna, esposa de Bragi, la que había hablado dirigiéndose a su marido—. Te lo suplico en nombre de nuestros hijos, no sigas su juego.
—La dulce Iduna sale en defensa de su marido —la diosa al sentir la mirada de Loki—. Muy noble por su parte, sabiendo que luego no pierde oportunidad de reemplazarlo en el lecho. Incluso con el asesino de su hermano.
—No tengo nada en tu contra Loki —respondió la diosa con un susurro—. Solo te pido que dejes en paz a mi marido.
—¡Eso, déjalos en paz! —intervino una nueva voz en apoyo de la pareja.
—Ah, Gefjun —dijo Loki mirando a la diosa que había hablado—, ¿ahora te has erigido como defensora de los matrimonios? Pensaba que estabas demasiado ocupada seduciendo jovencitos —Gefjun miró a los lados, incómoda—. Dime, qué edad tenía, ¿se afeitaba ya? ¿Es cierto que...
—Ya basta Loki.
A pesar de no haber elevado la voz la orden de Odín llenó la sala ahogando las últimas palabras de Loki. El dios del fuego se volvió hacia él. Los invitados contuvieron el aliento, sintiendo la energía que fluía entre los dos. Loki ya había llegado muy lejos esa noche, pero nadie podía esperar que siguiera
adelante desafiando al primero entre los dioses delante de todos.
Pero Loki había pasado el punto de no retorno. Mientras los demás disfrutaban de la comida y bebida él había estado paseando solo, pasando revista a toda las ofensas de las que se sentía víctima, alimentando su rabia. Como el fuego sobre al que representaba, su furia había crecido demasiado para poder ser controlada. Sin apartar la mirada de los amenazadores ojos de Odín respondió:
—¿Crees que puedes gobernarnos como haces con los necios humanos en sus guerras? ¿Dando la victoria a los más cobardes o incapaces solo por satisfacer tus caprichos?
Todas las miradas se centraron en Odín, mientras el aire de la sala se llenaba de tensión. Premiar con la victoria a los más audaces en la batalla era una de las cosas de las que más orgulloso estaba el dios.
—Al menos yo me escondí durante ocho años bajo la tierra convertido en mujer ordeñando vacas —respondió Odín masticando cada palabra.
Loki sonrió, ajeno a la provocación.
—Es curioso que eso lo diga quien no dudó en disfrazarse de mujer para aprender hechicería de las brujas. Dime, ¿es cierto que tuviste mucho éxito entre los hombres?
Odín comenzó a levantarse. Sus ojos echaban chispas. Podía sentirse en el aire la energía que fluía entre ambos dioses. Las vigas de la sala crujieron. Uno de los criados de Aegir sufrió un desvanecimiento. El resto de los dioses observaban sobrecogidos.
Solo Frigg logró juntar la fuerza para detener a su marido y dirigirse a Loki:
—Deja de remover el pasado, pues hay cosas que no deben volver a ser dichas. Vete ahora y olvidemos lo que ha sucedido antes de que se haga más daño.
Pero Loki no había llegado hasta ahí para echarse atrás. Ya nunca podría volver atrás. Ahora les haría pagar sus miradas condescendientes, los susurros a sus espaldas.
—¿Cosas? ¿Qué cosas? ¿Como aquel viaje de Odín en el que aprovechaste para abrir tu puerta y tus piernas a tus dos hermanos?
Hubo un leve murmullo en la sala mientras que un sorprendido Odín se volvía hacia su esposa, que había palidecido súbitamente. Sin la voluntad de Odín haciendo de contrapeso la presencia de Loki creció hasta ocupar todo el salón.
—¡Maldito seas, padre del lobo! —acertó a susurrar Frigg— Si estuviera aquí mi hijo Baldr no saldrías vivo de esta sala.
Loki rió. Carcajada tras carcajada que helaron la sangre de los presentes. Las antorchas de la sala parecieron avivarse con la risa, volviendo el aire casi irrespirable. El mismo Loki parecía arder haciendo ondular el aire a su alrededor.
—Dime, Frigg, ¿nunca te has preguntado como el inútil de Hödur fue capaz en medio de su ceguera de acertar con su lanza donde los demás habían fallado? ¿Nunca sospechaste cómo podía haber acabado en sus manos un dardo hecho de lo único capaz de matar a su hermano?
Frigg tembló, haciendo esfuerzos por no desplomarse.
—Tú, maldito...
—Sí, ¿quién si no? —Loki volvió a reír—. ¿Quién más en medio de este patético grupo de patanes sería capaz de tramar algo así?
Frigg se volvió hacia su marido, que seguía contemplándola sin decir palabra. Los dos parecían haber envejecido tremendamente en un instante. Algunos dioses salieron en su defensa, pero cada vez que uno se atrevía a encararse con Loki, este hacía bufa de él revelando algún episodio oscuro de su pasado, delatando sus miserias y alimentándose de su vergüenza. Uno tras otro retrocedían ante la voluntad desatada del dios del fuego. Y con cada nuevo dios que humillaba su presencia crecía aún más, asfixiándolos, llenando la sala, reinando por encima de todos, embriagado, en la cumbre de su triunfo.
En ese momento un súbito ondular sacudió el aire, agitando la llama de las antorchas. Loki se giró. Por la puerta recién abierta se colaba el frescor de la noche, aliviando el claustrofóbico ambiente. Parado en el dintel Thor observaba con el semblante tenso, sujetando en su mano su martillo, el temible Mojlnir.
—¡Calla, demonio, si no quieres que te abra la cabeza!
No, no puede ser, ahora no. ¿No se suponía que estabas lejos en Oriente? No podía permitir que le arrebataran su victoria. Le atacó con las mismas armas con las que había vencido a los demás.
—Bravas palabras, amigo mío, lástima que fueras tan valiente cuando te escondiste dentro del guante del gigante Skrymir y...
Pero Thor avanzaba hacia él con paso decidido, insensible al hechizo que se cernía sobre la sala. En su mano Mojlnir se balanceaba amenazadoramente. Loki se preguntó cuánto tiempo había pasado escuchando antes de hacer su gran entrada. Aún estaba vivo, así que no debía haberle oído confesar el asesinato de Baldr. Notó como a su espalda algunos de los dioses empezaban a balbucear acusaciones. Solo quedaba huir mientras tuviera oportunidad. Al menos que fuera con dignidad.
—Aquí ya he dicho todo lo que debía. Me marcho —dijo dirigiéndose a Thor— solo por respeto a ti, el único de aquí que lo merece.
Y, antes de que ninguno de los presentes fuera capaz de reaccionar, cruzó la puerta y desapareció en la noche.
Había llegado la hora de esconderse. Loki se consideraba a sí mismo el más inteligente de los dioses, y sabía que sus bromas muchas veces no eran bienvenidas, así que hacía tiempo que había preparado un pequeño escondite por si tenía que desaparecer un tiempo. Aunque nunca había pensado que fuera a necesitarlo como residencia permanente.
Se trataba de una cabaña en las montañas, una habitación lo bastante grande como para vivir en ella cómodamente, pero lo suficientemente pequeña como para que no fuera fácil verla si no se la estaba buscando. En cada una de las pareces había una puerta que mantenía siempre abiertas de modo que pudiera dominar todo el panorama a su alrededor.
Si alguien se acercaba tendría tiempo suficiente para ejecutar su plan de escape: huir hasta el cercano río Franang y esconderse entre sus cascadas transformado en salmón. Aunque fueran capaces de seguirle hasta allí, Loki estaba seguro de que no podrían atraparlo mientras se mantuviera dentro del agua.
En realidad estaba casi seguro.
Un día tras otro de reclusión hacen fácil que cualquier pequeño detalle se convierta en un pensamiento recurrente y acabe transformado en una obsesión. En el caso de Loki era un objeto que había visto en casa de Aegir, la red con la que su esposa Ran atrapaba a los ahogados. ¿Podría utilizarse también para atrapar peces? ¿Sería posible esquivarla convertido en salmón? Incapaz de seguir viviendo con la incertidumbre y buscando alguna forma de mantenerse ocupado, Loki decidió fabricando él mismo una red. La llevaría al río, la probaría y aprendería a esquivarla.
Estaba tan absorto en su creación que distrajo un momento su vigilancia. En el peor momento. Cuando alzó la vista vio en la distancia la partida de caza. Al frente iban Thor y Odín. A pesar de su sitación Loki no pudo evitar esbozar una sonrisa: al menos no podría decir que no le tomaban en serio.
—¿Habéis encontrado algo?
—¡No! —se oyó responder a Thor desde el exterior.
Odín volvió a recorrer la habitación sin poder disimular su rabia.
—El demonio se ha escapado —dijo sin dirigirse a nadie en particular.
—No puede estar lejos, el fuego aún está vivo.
Odín se volvió hacia Kvasir que miraba pensativo el hogar.
—Podría estar en cualquier parte —dijo agitando las manos—. Ahora mismo podría estar ahí fuera disfrazado, riéndose en nuestras mismas narices.
Se sentó en la silla que solía ocupar Loki en el centro de la habitación. A su alrededor las cuatro puertas apuntaban cuatro direcciones de huida distintas. El enfado le hizo volver a ponerse en pie.
—Vamos fuera con los demás—dijo—, aquí ya no hay nada que hacer. Maldito demonio, cuando le ponga las manos encima...
Kvasir le interrumpió con un gesto. Si hubiera sido cualquier otro Odín hubiera aprovechado ese gesto tan poco respetuoso para volcar sobre él toda su frustración. Pero había aprendido a respetar los momentos de razonamiento de Kvasir, así que hizo un esfuerzo por contenerse.
Kvasir seguía con la vista fija en el fuego, removiendo la lumbre con un pedazo de madera, como si pretendiera encontrar a Loki entre las brasas. Casi todos los dioses le consideraban el más sabio entre ellos, con la
únicas excepciones de Loki y el propio Odín, que aún así no dudaban en
reconocerle el segundo lugar por detrás de ellos mismos.
—Ahí fuera no hay nada —dijo Thor apareciendo a través de una de las puertas—. ¿Qué quieres que hagamos ahora?
Odín lo hizo callar con el mismo gesto que había empleado Kvasir, señalando a continuación hacia el hogar. Thor miró a Kvasir, luego a Odín y quedó en silencio, sin saber muy bien qué se esperaba de él. Al poco empezó a pasar su peso de un pie a otro, incómodo. Volvió a mirar a Odín que repitió el gesto de silencio. Encogiéndose de hombros se puso a contemplar él también el fuego, mandando al siguiente dios que se asomó desde fuera, extrañado ante la falta de sonido desde el interior.
Cuando Kvasir desvió los ojos del hogar a su alrededor había un círculo de dioses silenciosos que se rascaban la cabeza, bostezaban o miraban a los demás intentando adivinar a qué estaban jugando.
—Ya sé dónde está —dijo con una sonrisa en su rostro.
Ajeno a lo que ocurría en el que había sido su escondite, Loki nadaba nerviosamente a lo largo del río Franang. Llevaba casi dos horas en el agua y no había señales de sus perseguidores. ¿Habría logrado engañarlos? Se impulsó fuera del agua, un salmón más en medio de la corriente, buscando más allá de las orillas. Nada. Empezaba a considerar la idea de volver a su forma habitual cuando en un nuevo salto los vió. En ese momento lo desagradable que podía llegar a ser sentir sudores fríos en medio de una corriente helada. Había visto lo que portaban los dioses: entre varios llevaban, reconstruida, su red.
Los cazadores se convirtieron en pescadores, repartiéndose a lo largo de la ribera. Allá donde veían cualquier signo de vida lanzaban sus lanzas, y si lograba escapar llamaban a los que habían quedado en reserva con la red, cuya forma y objetivo había deducido Kvasir a partir de los restos que aún quedaban en el fuego. Loki intentó ocultarse entre las rocas del fondo del arroyo, pero sus claras aguas acabaron delatándole. Para él fue fácil esquivar los torpes intentos del primero de sus perseguidores, pero este llamó pidiendo ayuda y pronto la red rompió la superficie del agua, buscándolo. Pronto fue evidente que el invento no funcionaba tan bien si el pez contaba con cierta inteligencia. Cada vez que recogían la red Loki se escabullía entre las piedras del fondo y el aparejo acababa deslizándose por encima suya.
Tras varios intentos infructuosos Kvasir perfeccionó el invento añadiéndole unas cuantas piedras en el borde para impedir a Loki deslizarse por debajo. Entonces empezó a hacerlo por encima: cada vez que recogían la red Loki aprovechaba su habilidad como salmón para saltar y pasaba por encima de ella. Y tras cada intento falllido aprovechaba para nadar unos metros hacia la desembocadura. Aunque tenía que deternerse a menudo para esconderse de las lanzas que le arrojaban sus perseguidores, pronto resultó evidente que si no hacían algo pronto acabaría llegando al mar y quedaría fuera de su alcance.
Odín convocó a Thor y Kvasir mientras ordenaba al resto que siguiesen ostigando a Loki. Este no podía descuidarse un solo instante para no quedar ensartado, pero por primera vez desde que vio llegar a sus perseguidores empezó a sentirse optimista. Finalmente la red no había resultado un adversario tan terrible y en sus sentidos de pez empezaba a notar la proximidad del agua salada.
Entonces los vio llegar: agrupados en ambas orillas los dioses sujetaban la red formando una muralla que le separaba del mar y que se acercaba paso a paso. Idiotas. Si eso era lo mejor que se les ocurría entonces eran aún más inútiles de lo que pensaba. Tensando sus músculos de pez aceleró hacia la red y, justo antes de estrellarse contra ella, cambió su trayectoria hacia arriba para franquearla con un limpio salto.
Siendo en ese momento atrapado por Thor, que había estado agazapado expectante al otro lado de la red. Loki se agitó, sacudió y forcejeó, pero fue incapaz de liberarse de las manos del dios. Tan fuerte lo sujetó Thor que desde ese día el cuerpo de todos los salmones tiene un marcado estrechamiento justo antes del nacimiento de la cola.
Finalmente, perdida la esperanza, Loki abandonó su disfraz para enfrentarse a su destino.
Poco, y nada agradable, es lo que queda de esta historia. Los dioses volcaron su rabia sobre Loki con la excusa de vengar el asesinato de Baldr, pero la verdadera razón de su ensañamiento fueron las revelaciones que había vertido durante su breve momento de triunfo en la cena de Aegir. Aunque habían querido minimizar el valor de sus palabras atribuyéndolas a la mala fe del dios, lo cierto es que esa noche Loki había deslizado en sus oídos un veneno que emponzoñó Asgard.
Es imposible saber cuántas de las peleas domésticas, o de las miradas de desconfianza entre antiguos amigos ocurridas los días siguientes se debieron a las bajezas desveladas por Loki. Pero fue a él a quien se le atribuyó la causa de cada insulto, cada gesto de desprecio, cada malentendido. Pronto capturarlo se convirtió en el objetivo más importante, con la secreta esperanza de que su castigo sirviera para exhorcizar los demonios que había creado.
La partida de caza llevó a Loki a una profunda gruta, donde esperaban el resto de dioses que querían ser testigos de su sufrimiento. Allí tenían retenidos a los dos hijos que Loki había tenido con su esposa Sigyn. Ante la mirada de su padre los dioses convirtieron a uno de ellos en lobo y lo lanzaron sobre su indefenso hermano. Luego se inclinaron sobre el cadáver desgarrado y tomaron sus intestinos, que usaron para amarrar a Loki sobre unas rocas puntiagudas, convirtiéndolos después en cadenas de hierro.
A continuación se separó del grupo la diosa del invierno, Skadi, que traía con ella una serpiente como las que se usan en el Helheim para martirizar las almas de los traidores y asesinos. Tras maldecir a Loki la colocó sobre él, asegurándose de que el veneno que rebosaba de su boca callese sobre la cabeza del dios. Tras ello volvió con los demás a contemplar como se agitaba y bramaba de dolor al recibir las primeras gotas.
A medida que consideraban satisfecha su ansia de venganza los dioses fueron abandonando la gruta, dejando a sus espaldas los gritos del dios del fuego. Cuando se marchó el último hacía tiempo que Loki ya no era consciente de nada más que del dolor que causaba el ácido al caer sobre su rostro.
Y, de repente, el castigo cesó.
Loki y Sigyn, por Marten Eskil Winge (Wikipedia) |
Allí siguen, solos, bajo tierra, mientras en la superficie pasan las estaciones. Cada cierto tiempo el veneno rebosa el cuenco que sujeta Sigyn y debe apartarlo para vaciarlo, sin poder evitar que algunas gotas caiga sobre la cabeza de su esposo. El dolor entonces es tan grande que Loki se agita forzando sus cadenas, sacudiéndose con tal fuerza que la tierra entera tiembla, causando terremotos.
Y con cada día que pasa Loki va destilando su resentimiento, esperando. Pues está escrito que un día logrará romper sus cadenas y se alzará para guiar contra los dioses un ejército reclutado entre los gigantes y los héroes condenados al Helheim. Así dará inicio al Ragnarök, la confrontación final que dará fin al mundo tal y como hoy lo conocemos.
Pero eso es una leyenda distinta que se contará en su momento.
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ResponderEliminar¡Ahh, lo siento Anónimo! ¡Le he dado a "Eliminar" en lugar de a "Responder" por error y ahora no me deja deshacer!
EliminarGracias por el comentario, en cualquier caso, me alegro que te gustase.