jueves, 9 de septiembre de 2010

Un año

Eso es lo que lleva funcionando este blog. Aunque en los archivos haya entradas anteriores, en realidad son de un anterior "intento", que fui importando posteriormente manteniendo la fecha de su publicación original. 

La primera entrada de La Canción de Malapata fue este hermoso Piropo de Jaime Roos, el 9 de septiembre de 2009 (os prometo que hasta ahora mismo no me había dado cuenta de que era el 9/9/09). Y así hasta las casi trescientas que tiene ahora.

Mi idea original era explayarme un poco más sobre lo que ha sido para mí este primer año de blog pero, lo que tiene dejar las cosas para última hora, las fuerzas que me quedaban las he terminado de gastar en la entrada anterior (que en este año sólo me he saltado una vez el corto de los jueves, que cayó en viernes, pero fue por no saber en qué día estaba. Y los que me conocen sabéis eso que no es tan raro en mí).

Así que dejamos esa entrada tan bonita de todo lo que ha significado para mí teneros ahí en frente y demás ñoñería sentimental para el año que viene... si llegamos. 

Hasta entonces, os veo por aquí.

Malapata

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Visto de ese modo...

Una de las principales dificultades para ver en el terremoto de Lisboa (1755) la ira de Dios: la mayoría de las iglesias de Lisboa quedaron destruidas; el Bairro Alto, donde estaban los prostíbulos resultó indemne.

Adolfo Bioy Casares, en De jardines ajenos (aunque en este caso el jardín era propio).

lunes, 6 de septiembre de 2010

Itimad

Invisible tu persona a mis ojos, está presente en mi corazón.
Te envío mi adiós, con la fuerza de la pasión, con lágrimas de pena, con insomnio.
Indomable soy, tú me dominas y encuentras la tarea fácil.
Mi deseo es estar contigo siempre. ¡Ojalá pudieras concederme ese deseo!
Asegúrame que el juramento que nos une no se romperá con la lejanía.
Dentro de los pliegues de ese poema, escondí tu dulce nombre, Itimad.
El Reino de Sevilla fue una de las taifas más importantes de la España musulmana del S. XI. Uno de sus reyes fue Al-Mutamid, que reunió a su alrededor una corte de literatos y poetas, en la que se valoraba especialmente la habilidad para improvisar versos.

Según cuenta la leyenda, cierto día Al-Mutamid paseaba con su amigo y antiguo tutor Abenamar junto al Guadalquivir. Atardece, y el sol se refleja sobre el río. El rey se siente inspirado y lanza un verso, desafiando a su amigo a terminarlo:
El viento teje lorigas en las aguas
Abenamar reflexiona, pero antes de que sea capaz de contestar llega hasta ellos una voz femenina:
¡Qué coraza si se helaran!
Al girarse comprueban sorprendidos que el verso proceden de una joven esclava que se dirige con su borrico de vuelta a Triana.  El rey queda prendado de la belleza e ingenio de la joven, de nombre Romaiquía, y la lleva consigo a palacio. Poco después, ante el asombro de la corte, se casa con ella, adoptando la nueva reina el nombre de Itimad.

A pesar de su humilde origen, Itimad se integra fácilmente en la corte sevillana. Ambos reyes se profesaron siempre un profundo amor, intercambiándose versos apasionados como el que encabeza esta entrada. No hubo deseo de su esposa que Al-Mutamid no se apresurara a complacer, hasta el punto en que sus súbditos acabaron manifestando su descontento.

La leyenda nos cuenta como una vez Al-Mutamid encontró a Itimad triste y melancólica. La razon: a pesar de tenerlo todo en palacio, la antigua esclava echaba de menos cuando pisaba el lodo con sus compañeras para fabricar ladrillos. Según cuenta D. Juan Manuel en el Libro de los ejemplos del Conde Lucanor y de Patronio:
"El rey, para complacerla, mandó llenar de agua de rosas un gran lago que hay en Córdoba; luego ordenó que lo vaciaran de tierra y llenaran de azúcar, canela, espliego, clavo, almizcle, ámbar y algalia, y de cuantas especias desprenden buenos olores. Por último, mandó arrancar la paja, con la que hacen los adobes, y plantar allí caña de azúcar. Cuando el lago estuvo lleno de estas cosas y el lodo era lo que podéis imaginar, dijo el rey a su esposa que se descalzase y que pisara aquel lodo e hiciese con él cuantos adobes gustara."
En otra ocasión en que la reina volvió a mostrar su tristeza, al preguntarle el rey Itimad se quejó de que, por muchas que fueran su riquezas, no podría nunca gozar de la contemplación de un paisaje nevado. Al-Mutamid quedó rumiando aquello, pues no había en su reino lugar donde la reina pudiese ver la nieve. 

Pasa el tiempo. Buscando distraer a su esposa de su melancolía Al-Mutamid la lleva a visitar los palacios de  Córdoba. Una mañana Itimad despierta contemplando desde su ventana un paisaje blanco. Llena de alegría corre a buscar a su esposo para anunciarle la nevada. Al-Mutamid se sienta con ella a contemplar la vista. Sonríe; ha hecho traer de la vega de Málaga más de un millón de almendros para plantarlos en la sierra cordobesa que acaban de florecer.

Fuentes:

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