Después de treinta años de desvelos, de darlo todo por él, de esperarlo despierta cuando salía con los amigotes, se ha ido de casa. Y no es que se haya ido con otra, que eso lo entendería. ¡No! encima tiene la poca vergüenza de decirme:
- Mamá, es que necesito espacio. Ya soy mayor.
¡Mayor! Pero ¡¡¿dónde va esa criatura con 30 añitos?!! Ahora, que yo se lo he dicho, ¿eh?
-Parece mentira, dejarme tan pronto, hay que ser mal hijo…
Y me dice:
- Pues Jesucristo se fue de casa con 30.
- ¡Y mira cómo acabó! ¡No llegó a los 34!
En fin… Ya lo voy llevando mejor… Pero el día que se fue, yo creí que me daba algo. El niño allí, recogiendo sus cositas. Cuatro chorradas, porque… ¿Qué se va a llevar el pobre, si no tiene nada suyo? ¡Pues todo lo nuestro! Pero fui yo la que se lo dije:
- Anda, tonto, llévate la tele pequeñita… y la minicadena… y el DVD… y ¡la lavadora!
¡Pero es más bueno! Ahí ya me dijo:
- No, mamá, la lavadora, no… que no tengo ascensor. Ya me la traes tú cuando vengas a verme.