sábado, 27 de noviembre de 2010

Los listos del taller

Esta semana han querido cobrarme 168 euros por algo que costaba ocho.

Todo empezó cuando llevé el coche a revisión al taller de al lado de mi casa. Entre otras cosas, uno de los faros delanteros se encendía y apagaba aleatoriamente. Al darme la factura de las reparaciones, el mecánico me dijo: "El faro tiene el casquillo quemado. No he podido arreglártelo porque hace falta que la pieza sea original, pero si me la traes te lo pongo en un momento". Así que llevé el coche al taller Opel Divisa de Bellavista, Sevilla, y le dije al técnico que me atendió: "Vengo por el faro, por lo visto hay que cambiar el casquillo, que no va bien". Y el buen señor, sin molestarse siquiera en mirar el faro o el casquillo en cuestión me dice: "Ah, no, hay que cambiar el faro entero, vaya usted a recambios para que le digan por cuanto le sale y si lo tenemos aquí o no".

Total, que me voy a recambios y el caballero a cargo me dice: "Pues para ese coche pueden ser varios modelos, habría que mirar el número que tiene dentro del faro. Según el modelo puede ser..." y empieza darme precios, el más barato a 168 euros. Y cuando le digo que el coche está ahí al lado, que podemos ir a mirar qué modelo de faro es y salir de dudas, pasa de mí y sigue con la lista de precios. 

Un poco molesto decidí irme al taller Opel Suauto del Polígono Carretera Amarilla. Nada más contarle al mecánico por qué estaba allí me pidió que le abriese el capó y a los 10 minutos tenía un casquillo nuevo y el faro funcionaba estupendamente. Precio total: 8 euros.

Por un lado me alivió haberme ahorrado 160 euros, pero por otro me molestó mucho que intentaran cobrarme una reparación que no era necesaria. Sólo me queda el consuelo de soltarlo aquí (aparte de comentarlo a todas mis amistades, claro) por si alguien se ve en alguna parecida.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Après le Pluie y Le Royaume

Hoy dos cortos de animación por el precio de uno, dos obras llenas de imaginación surgidas como proyectos fin de carrera en la escuela de imagen francesa Gobelins.

En primer lugar Après la Pluie (2008) de Charles-André Lefebvre, Manuel Tanon-Tchi, Louis Tardivier, Sébastien Vovau y Emmanuelle Walker.


Vía Buscando a Errtu.

Y a continuación Le Royaume (2010), realizado por Nuno Alves Rodrigues, Oussama Bouachéria, Julien Chheng, Sébastien Hary, Aymeric Kevin, Ulysse Malassagne y Franck Monier.


Vía Fubiz.

martes, 23 de noviembre de 2010

Por encima de todo

Cuando alguien consigue convertir un anuncio de encimeras en algo hermoso hay que reconocérselo. Y justamente eso es lo que consigue Alex Roman con este anuncio para la marca Silestone producido por The Mushroom Company.


El alicantino Alex Roman saltó a la notoriedad en la red por su cortometraje The Third & The Seventh, un diálogo entre fotografía y arquitectura formado por hermosas imágenes renderizadas. En Dimensión 2.5 tenéis una entrevista con él.

El anuncio lo descubrí gracias a Fubiz.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Una elección complicada

El puesto político más alto al que podía optar un ciudadano de la República de Venecia era el de Dogo o Dux La primera elección para el cargo tuvo lugar en el año 697, y marca el nacimiento de la República. Inicialmente todos los ciudadanos podían intervenir en la asamblea que escogía al Dogo (honor que, salvo renuncia, era vitalicio). Sin embargo el sistema se fue complicando, al tiempo que se eliminaba el voto popular para dejarlo en manos de la oligarquía, hasta que el S. XIII se había convertido en algo, cuando menos, llamativo.

Flag of Most Serene Republic of Venice
Bandera de la Serenísima República de Venecia.
El día de la elección el miembro más joven de la Signora (un consejo de estado 7 miembros incluyendo al Dogo) iba a rezar a San Marcos. Una vez su alma en paz, debía detener al primer joven que se encontrase al salir de la Basílica y llevarlo consigo al palacio del Dogo, donde se encontraban reunidos los miembros del Gran Consejo (480 representantes de ciertas familias de la nobleza) de más de treinta años. Este joven recibía el nombre de ballotino, y era la mano inocente que debía sacar las papeletas en los sorteos que tendrían lugar a lo largo del día.

En el primero de los sorteos la primera elección se seleccionaban 30 miembros del Gran Consejo. Un nuevo sorteo reducía este número a 9, los cuales debían elegir a 40 con la condición de que cada uno de ellos debía recibir al menos siete votos. Una vez elegidos los 40 se celebraba un nuevo sorteo que reducía su número a 12, que a su vez elegirían otros 25, que debían recibir al menos 9 votos. De estos 25 el ballotino debía escoger los nombres de 9, que a su vez votaban a otros 45, con al menos 7 nominaciones cada uno. Otra vez se ponía en acción el ballotino, que debía reducir este número hasta 11, que volvían a votar a 41, con 9 o más votos cada uno. Estos 41, al fin, serían los que debían elegir al nuevo Dogo.

Resumiendo un poco, el proceso sería el siguiente:

Gran Consejo -> sorteo votación -> 30 -> sorteo -> 9 -> votación -> 40 -> sorteo -> 12 -> votación -> 25 -> sorteo -> 9 -> votación -> 45 -> sorteo -> 11 -> votación -> 41 -> votación -> Dogo.

Parece un poco complicado, ¿no? Y más teniendo en cuenta que esto eran sólo los preliminares, todavía faltaba la elección del Dogo en sí.

Originalmente el número de electores en esta última fase era de 40, pero se aumentó en uno más desde que cierta vez tuvo lugar un empate a 20 (habría que haber visto la cara de los electores cuando se anunció el empate después de todo lo que llevaban montado hasta ese momento). Los 41 asistían a misa e, individualmente, juraban que actuarían de manera honesta y adecuada, por el bien de la República. Luego eran encerrados en el palacio, cortando toda comunicación con el exterior y vigilados día y noche por una fuerza especial de marineros hasta que hicieran su trabajo.

Cada elector escribía el nombre de su candidato en un papel y lo dejaba en la urna. Se elaboraba entonces una lista con todos los candidatos propuestos, independientemente de el número de nominaciones de cada uno. Cada nombre de la lista se escribía en una papeleta y se colocaban en otra urna, de la que se extraía uno. Si el candidato elegido estaba presente, se retiraba junto con cualquier elector que llevara el mismo apellido, y los restantes procedía a discutir su idoniedad. Después, se le llamaba de vuelta para responder a las preguntas que los electores quisieran hacerle y para defenderse de cualquier acusación.

Procesión del Dogo de Venecia.
Tras esto se efectuaba una votación: si obtenía 25 votos ¡enhorabuena, eres el nuevo Dogo! En otro caso se extraía un nuevo nombre de la urna, y así sucesivamente.

¿Qué razón tenían los venecianos para desarrollar un sistema de voto tan complicado (por llamarlo de alguna manera)? El motivo hay que buscarla en el comportamiento de los primeros dogos. Estos tuvieron la malsana costumbre de asociar a sus hijos al cargo esperando convertir el cargo en hereditario.

Tras estas primeras experiencias los venecianos fueron poco a poco modificando el método de elección, con el objetivo de evitar que ninguna familia o persona utilizase su dinero, influencia, poder o fama (por ejemplo, un general victorioso) para hacerse con el poder. Podríamos pensar que tal vez se pasaran un poco de rosca, pero lo cierto es que, con medidas como esta, Venecia fue la única república italiana que consiguió mantener sus instituciones a salvo de tiranos durante sus once siglos de existencia.

Fuente: Historia de Venecia de John Julius Norwich.
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