Pues señor, érase una vez un joven cordobés, llamado Luis, que se encontró una noche en una posada con un caballero desconocido que se hacía llamar el Marqués del Sol.
Pusiéronse a jugar a cartas y el forastero ganó sin cesar, mientras que Luis, ansioso de tomar el desquite, perdía onza a onza toda su fortuna. Empezó perdiendo el dinero, luego se jugó el caballo y lo perdió; a continuación su espada y la perdió.
Finalmente, desesperado, dijo:
- ¡Ya no me queda más que mi alma! ¡Me la juego!
Y la perdió también.
Levantóse el forastero para marcharse y el joven, recobrando el buen sentido y dándose cuenta de su locura, exclamó:
- Caballero, me ha ganado usted mi espada, mi caballo y mi fortuna... Son suyas las tres cosas; consérvelas y que le duren mucho, pero devuélvame mi alma.
- Se la devolveré, - replicó el otro - cuando haya gastado usted este par de zapatos.
Y el Marqués del Sol, entregando a Luis un par de zapatos de hierro, se marchó, llevándose su alma.