Seguimos con el repaso a las versiones nórdicas de los dioses que dieron nombre a los días de la semana inglesa. Hoy es turno del Wednesday, palabra que tiene origen en el Woden's Day o día de Woden, equivalente anglosajón del Odín nórdico. Como se está convirtiendo en costumbre primero hablaré un poco sobre el dios en general, para luego centrarme en contaros una de sus leyendas, tal y como yo la imagino. Terminaremos con el destino aguarda al dios cuando llegue el Ragnarok.
El padre de todos
Con este apodo, el padre de todos, es como suele aparecer citado Odín en las sagas nórdicas. La razón no es que fuera el padre de bastantes dioses, incluyendo algunos de los más conocidos como Thor, Tyr o Baldr (cada uno de una madre distinta), sino porque también es uno de los tres dioses que crearon la raza humana al inicio de los tiempos.
Odín es un dios de la guerra, al que se encomendaban los vikingos antes de entrar en combate, pero también es el dios de la sabiduría, el sacrificio o la poesía. Entre sus aficiones está liderar la cacería salvaje y, sobre todo, acudir a los campos de batalla donde decide, a partir de los gestos de valor de los héroes, a qué bando conceder la victoria. Aunque cierta vez el dios Loki le echó en cara anteponer sus inclinaciones personales al mérito de los combatientes.
Odín retratado por Johannes Gehrts con sus cuervos, lobos y lanza (fuente). |
Finalizado el combate se retira seguido por las almas de los guerreros, recogidos por su séquito de valkirias, camino del Valhalla. En este gigantesco salón los guerreros se divertirán luchando entre ellos y disfrutando de grandes banquetes hasta que sean convocados para unirse a los dioses en la batalla final contra gigantes y criaturas del mal, el Ragnarok.
Odín ocupa el lugar de honor en Asgard, el mundo de los dioses, en un trono situado junto al de su esposa Frigg. Desde allí vigila los hechos de hombres, dioses y gigantes con la ayuda de sus dos cuervos, Hugin (pensamiento) y Munin (memoria). Además también cuenta con Sleipnir, un veloz caballo de ocho patas, y con los lobos Geri y Freki (voraz o codicioso). Entre sus posesiones más preciadas están el anillo Draupnir, que cada nueve días se divide en ocho más y Gungnir, una lanza que cuando se arroja nunca falla su blanco, y tan sagrada que los juramentos que se hacen sobre ella no pueden violarse.
Uno de los rasgos más destacados del dios es que es tuerto; sacrificó uno de sus ojos para beber de la fuente que custodiaba el gigante Mimir. A cambio recibió el don de la sabiduría y la capacidad de preveer el futuro (aunque según la leyenda el conocimiento del futuro de Odín puede deberse también a consultas a oráculos). Este don se convierte también en una maldición, ya que Odín es consciente de que llegará el fin de su raza en el Ragnarok.
Odín caracterizando como en una representación de 1914 (fuente). |
Al margen de su vertiente guerrera no es raro que Odín prefiera utilizar el
ingenio, el disfraz y la mentira para salirse con la suya. Le gusta caracterizarse como un viajero que recorre las tierras de
hombres y gigantes apoyado en su callado, luciendo una gran barba blanca, envuelto en una capa azul y tocado con un sombrero, una
imagen en la que Tolkien reconoció haberse inspirado para crear a
Gandalf el Gris.
Así es como aparece, por ejemplo, en la leyenda que os traigo hoy, el Grímnismál. Originalmente un poema que pone en boca de Odín un repaso a la cosmogonía nórdica y la organización de Asgard para terminar con un repaso de los nombres que ha tomado el dios. Un tema un poco árido pero que gana interés por añadidos posteriores en los que se cuenta en qué situación se hallaba Odín al recitar el texto. Lo que os cuento a continuación es una versión bastante libre que, aunque respeta los hechos fundamentales, incluye mi propia interpretación de las motivaciones de los dioses, siendo un ejemplo de lo peligroso que es que los dioses se aburran y de como una riña conyugal en el cielo puede acabar influenciando a los reyes de la tierra.
Grímnismál, o como los caprichos de los dioses marcan el destino de los reyes
Odín era un dios bastante activo. Cuando no estaba recorriendo los campos de batalla con sus Valkirias, se disfrazaba para visitar el mundo de los hombres o burlar a algún gigante. Hasta que llegaba el invierno. Entonces los caminos se volvían difíciles, la mar peligrosa y los hombres dejan a un lado sus diferencias en espera de mejor tiempo. Incluso los gigantes se limitaban a enviar tormentas de
hielo, y su hijo Thor ya le había dejado muy claro que él solo se
bastaba
para ocuparse de eso, gracias.
Y Odín se aburría. Siempre tenía la opción de pasar por el Valhalla a ver a los muchachos. Compartir fanfarronadas con los héroes era divertido. Durante un rato. Incluso él tenía un límite al número de veces que podía escuchar cómo tal o cual guerrero derrotó práctimente solo a tal o cual ejército. Eso a pesar de que muchas de esas historias solían acabar antes de tiempo cuando alguien se levantaba gritando que él había estado allí y lo recordaba de otra forma, y que si quería se lo demostraba ahora mismo, lo que solía dar paso al tradicional lanzamiento de jarras y a la no menos tradicional pelea multitudinaria que acababa con el suelo sembrado de moribundos en espera de ser mágicamente curados para continuar la fiesta un día más.
Pero de todo Asgard quien peor llevaba el aburrimiento de Odín era su esposa Frigg. Llegaba un momento en que la sufrida diosa ya no sabía si era peor echarlo de menos cuando pasa semanas fuera en alguna de sus búsquedas, o de más cuando recorría la casa arriba y abajo gruñendo como un lobo enjaulado.
La única distracción en las largas noches de invierno era sentarse en el Hlidskjalf (ahora intentad leerlo en voz alta), el trono desde donde se divisaban los nueve mundos de la mitología nórdica. Del mismo modo que una pareja de hoy en día recorre los canales de su televisor, así Odín y Frigg vigilaban las vidas de los hombres, pasando de un reino a otro y comentando los últimos chismes, traiciones y amoríos de reyes y héroes.
Fue en una de estas ocasiones cuando fijaron su atención en los hijos del rey Hrauthung. Agnar, el mayor, contaba entonces con diez inviernos y era un joven callado que había dado numerosas muestras de su buen juicio. A Frigg le agradaba y estaba convencida que con la guía adecuada podría llegar a ser un gran rey. Inmediatamente Odín empezó a glosar las virtudes de su hermano menor Geirrod, de ocho inviernos, cuyo carácter más belicoso le ayudaría a ensanchar las fronteras de su padre de tal forma que sus hazañas serían cantadas durante muchas generaciones.
Se inició una discusión. A la valentía, Frigg oponía la prudencia; al respeto ganado en el campo de batalla, el cuidar que las tierras estuvieran bien cuidadas y el ganado se multiplicara. Y cuando Odín habló de conseguir botín para enriquecer al pueblo, Frigg opuso la preocupación de las mujeres que no saben si sus maridos volverán del combate, y eso si realmente están allí y no haciéndose el machito delante de alguna giganta. Odín, al que empezaba a no gustarle hacia dónde se dirigía la conversación, tuvo entonces un rapto de inspiración: "Frigg, ya sé lo que vamos a hacer este invierno".
Frigg y Odín sentados en el Hlidskjalf, en una ilustración del Grímnismál de Lorenz Frølich (fuente). |
Ajenos al interés que despertaban entre los dioses, Agnar y Gerriod seguían con sus vidas. Un día que habían salido a pescar empezó a soplar un fuerte viento y pronto el cielo se cubrió de nubes negras. Era uno de los riesgos de hacerse a la mar en esa época del año, pero eran jóvenes y hábiles y no estaban lejos de la orilla.
Pero sus esfuerzos fueron en vano. El viento los empujaba cada vez más lejos de la orilla mientras que una densa lluvia les impedía ver a su alrededor. Cuando pasó la tormenta los hermanos estaban completamente perdidos. Junto a ellos se alzaba una isla desconocida hacia la que remaron con sus últimas fuerzas.
Probablemente hubieran muerto de frío y agotamiento abandonados en aquella orilla de no haberlos encontrado un anciano que andaba buscado una cabra extraviada. El pastor los llevó a la cabaña que compartía con su mujer y les dio de comer y beber. Habían tenido suerte, les dijeron, aquella era la única isla por los alrededores, y ellos sus únicos habitantes. La anciana pareja ofreció a los jóvenes compartir su hogar hasta que llegara la primavera y fuera seguro volver a echarse a la mar.
Supongo que estas alturas ya habréis adivinado que la pareja de ancianos eran en realidad Odín y Frigg, dispuestos a aprovechar el invierno para convertir a los niños en futuros grandes reyes. Cada cual a su manera, claro: Odín llevó a Gerriod a excursiones y cacerías que curtieron y moldearon al guerrero que llevaba dentro, mientras que Frigg plantaba sus enseñanzas sobre la justicia y el buen gobierno dentro de Agnar.
Cuando llegó la hora de partir ambos tenían razones para sentirse orgullosos de sus pupilos. Tras abrazarse y darse unos últimos consejos los dioses contemplaron como la barca desaparecía en la distancia. Después cruzaron una mirada de desafío y desaparecieron.
Los dioses son criaturas caprichosas, capaces de obsesionarse con algo para ignorarlo completamente al instante siguiente. Así sucedió con los hijos del rey Hrauthung; nada más llegar a Asgard Odín y Frigg ya estaban absortos en otros asuntos que les hicieron olvidar el tiempo pasado en la isla.
Hasta una tarde en que ambos estaban sentados en el Hlidskjalf. Acababan de tener una fuerte discusión y, aunque ahora estaban en silencio, la tensión era tan palpable que los criados pasaban de puntillas para no darles una excusa para descargar su mal humor. En ese momento Odín soltó una carcajada tan súbita que la doncella que cuidaba del fuego estuvo a punto de acabar dentro del hogar.
—¡Ja!
Frigg giró ligeramente la cabeza, con más reproche que curiosidad.
—¡Ja! —repitió el dios— ¿Recuerdas el invierno que pasamos en aquella isla? ¿Los hijos del rey Hrauthung?
Frigg se limitó a fruncir el ceño. No le gustaba la expresión de su marido.
—Pues mira quién se sienta ahora en el trono de su padre.
El joven Gerriod destacaba en un salón repleto de hombres que comían y bebían ruidosamente, festejando otra victoria del rey, otro botín más, otro pueblo obligado a pagar tributo.
—Me pregunto dónde estará su hermano. ¿Cómo se llamaba? ¿Asgar? ¿Osgan?
—Agnar —respondió fríamente Frigg.
—Ah, sí, Agnar. Veamos, ¿dónde estará...? ¡Ja!
Frigg miró donde le indicaba su marido. En el interior de una cueva Agnar cuidaba de los hijos que había tenido con una de las habitantes de Jotunheim, el mundo de los gigantes.
—¡Se ve que sus súbditos se le habían quedado pequeños! —gritó Odín entre carcajadas.
No es que a Frigg le importase la suerte de su antiguo pupilo, a quien había olvidado hace tiempo. Pero sabía que si no hacía nada Odín se la echaría en cara la siguiente vez que discutieran. Le vinieron a la cabeza los susurros que habían cruzado Odín y Gerriod en su despedida. Seguro que ahí había gato encerrado. Sin cambiar su expresión probó a improvisar un contraataque.
—Lo sabía. No te había dicho nada por no disgustarte.
—¿Disgustarme? ¿Por qué? —Frigg notó como su marido picaba el anzuelo. Era tan previsible.
—No quería que te entristecieras al ver en lo que se había convertido tu protegido.
—¿Se puede saber de qué estás hablando? Es un rey poderoso, sus súbditos le adoran y sus enemigos tiemblan ante su nombre—aunque aún mantuviera su sonrisa el dios estaba obviamente a la defensiva.
—Sí, sí, sus súbditos no tienen queja, desde luego. Yo pensaba en sus huéspedes.
—¿Qué pasa con sus huéspedes?
La cultura vikinga consideraba la hospitalidad como un importante deber. De ahí el enfado de Odín cuando escuchó de Frigg como el rey trataba a los viajeros, acogiéndolos de mala gana y echándolos si la comida no era lo bastante abudante.
—Incluso ha mandado azotar a quienes no se marchaban inmediatamente —terminó Frigg su afectado relato.
—¡Mentira! ¡Imposible! —Odín se había erguido ahora en toda su ira, una visión que era capaz de detener el corazón de los hombres y que como consecuencia indirecta había causado que todos los criados del castillo súbitamente recordase que tenían algo importante que hacer en la cocina. O en la despensa. O que había que ir a recoger agua al río. A algún río lejano.
—¡Yo mismo te demostraré que no son más que mentiras! —y mascullando entre dientes se retiró a sus aposentos dando por terminada la discusión.
A su espalda Frigg sonreía. Esta primera parte había sido sencilla, ahora había que poner en marcha la siguiente fase.
Odín, el errante, de Georg von Rosen (fuente). |
A la mañana siguiente un Odín bajo su disfraz de caminante entraba con paso firme en los dominios del rey Gerriod. Estaba disfrutando del paseo; los olores del campo y el frío de la mañana habían ayudado a despejar el mal humor con el que había abandonado Asgard, y ahora sólo esperaba volver a ver a su pupilo para desmentir las calumnias de Frigg.
Reparó que a la entrada de la aldea unos hombres se dedicaban a azuzar a una pareja de perros contra los caminantes. En otro momento quizás se habría detenido a enseñarles una lección, pero ese día tenía otras cosas en la cabeza. Ya los había dejado atrás cuando una mano le sujetó del hombro.
—Abuelo, tiene que venir con nosotros.
Odín consideró brevemente la posibilidad de demostrarle a aquel tipo lo equivocado que estaba. A no ser, claro está, que su abuelo fuera capaz de arrancarle los pulmones del pecho con sus manos desnudas. Se contuvo al escuchar que el rey los esperaba. ¿Entonces realmente era así como trataba su discípulo a los viajeros? Frunciendo el ceño se dejó conducir hacia el gran salón.
Gerriod no tenía mucho mejor humor. Esa mañana le habían despertado con la noticia de que estaba en camino un poderoso mago que pretendía embrujarlo. En condiciones normales se habría reído de semejante historia, pero dudaba que los mensajeros que se desvanecían tras dar su aviso pudieran considerarse como algo normal.
La misteriosa mensajera era una de las doncellas de Frigg, que estaba decidida a que su marido no fuera bien atendido durante su visita. Instruida por su ama había facilitado una forma de reconocer al hechicero: ningún perro se atrevería a molestarle. Y al parecer el hombre al que estaban conduciendo ante él había hecho que con su sola presencia dos fieras bestias semisalvajes agacharan la cabeza y metieran el rabo entre las piernas.
A su preocupación ayudaba que Gerriod no tenía la conciencia tranquila. Más allá de los pequeños detalles sobre asesinatos y saqueos que no suelen quitar el sueño a los reyes de cualquier época y lugar, se encontraba el modo en el que había conseguido su reino. Odín y Frigg desconocían que cuando estaban a punto de desembarcar, de vuelta en las tierras de su padre, el joven Gerriod había interpretado a su manera el consejo de su mentor de aprovechar cualquier oportunidad que le trajera el destino. Llegando a la costa había saltado de la barca empujándola de vuelta al mar, mientras le gritaba a su sorprendido hermano que se fuera al infierno. No le había costado que su padre, con la alegía de recuperar al menos a uno de sus dos hijos, creyera la historia de que Agnar había fallecido en el mar mientras que él había sobrevivido a duras penas al llegar a una isla desierta. Aún así la pérdida de su hermano todavía le ocasionaba algún resquemor en su ánimo normalmente jovial, hasta el punto en que le había puesto su nombre a su hijo mayor a modo de postrera (e inútil) disculpa.
Cuando le presentaron ante el rey Odín ya había perdido toda la ilusión por volver a ver a su pupilo. No podía dejar de pensar en la sonrisa que pondría Frigg si estaba contemplando la escena. Cuando el rey le
interrogó se limitó a decir que se llamaba Grimnir y que estaba allí
por asuntos que eran sólo suyos. Sin saberno no hacía más que reforzar las sospechas de Gerriod, que mandó que le ataran entre dos de los fuegos del salón y no le dieran agua ni comida hasta que se decidiera a soltar la lengua.
Odín y el joven Agnar, por George Wright (fuente). |
Ocho días tuvo el rey a Odín prisionero en su salón. Cada día el rey volvía a interrogarlo y cada día recibía por respuesta el silencio. El comportamiento del extraño, al que ni los fuegos ni la falta de comida y agua parecían afectar, intrigaba y enfadaba cada vez más a Gerriod. Se convirtió en una obsesión que le impedía disfrutar de la bebida o la compañía.
El octavo día Gerriod estalló. Tras otro interrogatorio infructuoso decidió acabar definitivamente con el problema. Ordenó que aumentaran los fuegos. El aire del salón reververaba por el calor, haciendo ondular la figura del anciano. La conversación fue disminuyendo hasta que el único sonido fue el crujido de los troncos al quemarse. Todos estaban tan pendientes del rey y su prisionero que no se dieron cuenta de la figura que se levantaba hasta que no estuvo entre los fuegos. Se trataba de Agnar, el hijo de Gerriod, que acercaba un odre con agua al anciano mientras le pedía disculpas por el comportamiento de su padre.
Cada vez más enfadado Gerriod vio como el anciano empezaba a hablar con su hijo. Decidido a acabar con aquella situación absurda tendió la mano hacia su espada. Mientras, el murmullo del anciano iba ganando en volumen y sus primeras palabras empezaron a ser distinguibles desde su mesa.
Era un cántico, una historia de Asgard y los dioses con la que Odín instruía a Agnar como recompensa por su buena obra. El salón fue quedando en silencio mientra la voz del anciano crecía, describiendo el orden que regía el mundo. Las llamas flotaban alrededor del anciano y el joven sin tocarlos, llenando las paredes del salón de sombras que bailaban al son de una voz que cantaba la gloria de los dioses y condenaba a morir por su propia espada aquellos que se habían atrevido a encadenar al propio Odín.
La revelación de quién era en realidad su prisionero golpeó a Gerriod. Se hirguió para implorar su perdón, con tal mala fortuna que su túnica se enredó en la mesa haciéndole caer sobre su propia espada, que se había deslizado fuera de su funda.
Cuando el resto de los presentes despertó de su trance el anciano había desaparecido y el cuerpo del rey yacía desangrado en el suelo. Corto fue el duelo, no por falta de cariño hacia aquel cuyo valor había ampliado las fronteras del reino, sino por temor a rendir homenaje a quien había sido castigado por el gran padre. Este mismo temor hizo que nadie se opusiera a la coronación del joven Agnar.
Aunque si le hubieran preguntado al dios quizás hubiera estado más inclinado a cambiar de heredero, sobre todo porque durante mucho tiempo su esposa Frigg aprovecharía la menor ocasión para felicitarse de que, finalmente, el trono hubiera acabado en manos de un Agnar.
El destino de Odín
Está escrito que cuando Heimfal suene su cuerno, anunciando la llegada del ejército de gigantes y critauras del mal, Odín se pondrá a la cabeza de dioses y guerreros del Valhalla para guiarlos a la batalla que dará fin al mundo tal y como lo conocemos.
Nada podrá hacer ese día Odín para escapar a su destino, encarnado en el terrible lobo Fenris. Valientemente cargará contra él solo para encontrar la muerte entre sus gigantescas fauces, siendo inmediatamente vengado por su hijo Vali.
En la llanura de Vigrid encontrará su final el gran padre, en el momento álgido de un conflicto al que tantas energías había gastado en intentar evitar.
Imagen del Ragnarok por Friedrich Wilhelm Heine (fuente). |
Fuentes
Aparte de las habituales visitas a las páginas correspondientes de Wikipedia (la inglesa, principalmente), mi fuente principal sobre los mitos nórdicos proviene de dos libros que están en dominio público (en
inglés):
- Asgard and the gods; tales and traditions of our northern ancestor, de Wilhelm Wägner.
- Myths of northern lands, narrated with special reference to literature and art, de Hélène Adeline Guerber.
Además para el Grímnismál me he consultado la traducción de la Edda prosaica que aparece en la web Camino Nórdico.
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