martes, 31 de mayo de 2011

Esto no es CSI

Lo que sigue es un fragmento del libro Homicidio, de David Simon.

"La televisión nos ha dado el mito de la caza frenética, de la persecución a toda velocidad, pero en realidad no existe nada así; de lo contrario, al Cavalier le saltaría una biela al cabo de una docena de manzanas y te encontrarías rellenando un formulario 95, que presentarías a tu oficial al mando explicándole por qué habías causado la muerte prematura de un cuatro cilindros propiedad de la ciudad. Y no hay peleas a puñetazo limpio ni tiroteos: los días gloriosos en que se podía tumbar a alguien cuando se acudía a solucionar una disputa doméstica o en los que se disparaba un tiro o dos en algún atraco a alguna gasolinera terminaron cuando dejaste la patrulla y fuiste al centro de la ciudad. Los policías encargados de los asesinatos siempre llegan allí después de que los cuerpos hayan caído, y cuando un inspector de homicidios sale de la oficina, tiene que esforzarse para no dejarse su pistola en el cajón superior derecho de su mesa. Y, desde luego, no hay momentos totalmente perfectos en los que un inspector, siendo un asombroso científico con sobrenaturales poderes de observación, se inclina para ver mejor un fragmento manchado de alformbra, sacad de él una fibra característica de pelo cobrizo caucasiano, reúne a sus sospechoso en un salón exquisitamente amueblado para inmediatamente decirles que el caso está resuelto. Lo cierto es que quedan muy pocos salones exquisitamente amueblados en Baltimore, e incluso, si quedasen más, los mejores inspectores de homicidios admitirán que en noventa de cada cien casos lo que salva la investigación es la abrumadora predisposición de asesino a la incompetencia o, cuando menos, al error garrafal.

La mayor parte de las veces el asesino deja testigos vivos o incluso se jacta ante terceros del crimen que ha cometido. En un número sorprendente de casos se puede manipular al asesino -especialmente si no está familiarizado con el sistema de justicia penal- para que confiese en las salas de interrogatorio. Mucho menos habitual es que una huella latente tomada de un vaso o de la empuñadura de un cuchillo encaje con alguna registrada en la base de datos del Printrak, pero la mayoría de los inspectores pueden contar con los dedos de una mano los casos que han sido resueltos por el laboratorio. Un buen policía va a la escena del crimen, reúne todas las pruebas que puede, habla con la gente con la que tiene que hablar y, con un poco de suerte, descubre los errores más evidentes que ha cometido el asesino. Y para hacer sólo eso y hacerlo bien, hace falta mucho talento e instinto."

---

David Simon, durante su época como redactor en el Baltimore Sun, obtuvo permiso para acompañar durante un año a los inspectores del departamento de homicidios de Baltimore, experiencia que cristalizó en el libro Homicidio. Me resultó llamativo estos párrafos en que compara la verdadera labor policial con la que se ve a veces en la ficción, ya que precisamente David Simon acabaría siendo creador y guionista de varias series de televisión, entre ellas The Wire (considerada por muchos como la mejor serie de la historia de la televisión), cuyos estupendos guiones deben mucho al conocimiento de Simon de la policía y, en general, la sociedad de Baltimore.

domingo, 29 de mayo de 2011

sábado, 28 de mayo de 2011

El viejo guardián - Tradicional japonés

(Esta es una historia que conocí hace bastante tiempo, pero me había olvidado de ella hasta que hace poco he regalado a una amiga un libro de cuentos que lo contenía. Lo he visto aparecer con diferentes títulos, como Yon y su abuelo o Incendio en los arrozales. Antes de intentar reproducirlo de memoria he preferido traeros la versión que he encontrado en BVH, extraída de un libro de leyendas de 1938.)

¡Qué gusto daba mirar desde lo alto de los barcos que resbalaban sobre el mar como un espejo! El pequeño Yon se sentía feliz en la cima de aquel monte. Sin padres, había ido a vivir con su abuelo en aquella casita de la montaña, en medio de los campos de arroz, dorados como el oro. Gozaba allí de aire puro y sol y libertad como los pájaros. Podía correr y jugar alegremente. ¡Qué bien se vivía en aquella paz campesina!

El pueblecito estaba allá abajo, a lo largo de la costa, frente al mar incendiado del sol. Yon veía las casas, pequeñitas, blancas, limpias; todo el pueblo como un lindo juguete. Y a los hombres y a los niños los veía como hormigas grandes y hormigas pequeñas.

Entre el monte y el mar sólo había una estrecha faja de tierra donde los hombres construyeron sus casas. Los campos cultivados estaban en aquella planicie de la montaña, húmeda y fértil, donde vivía Yon. El abuelo era el guardián de los extensos arrozales del pueblo.

El niño amaba los grandes campos de arroz. Siempre estaba dispuesto a ayudar en el trabajo de abrir las acequias de riego, y nadie como él ahuyentaba los pájaros en la época de la siega. Yon se sentía feliz. Abuelo lo quería mucho. Vivían los dos en la casita menuda y limpia, y estaba seguro de que los otros niños le tendrían envidia. Aquel viejo fuerte y serio era el mejor de todos los hombres.

Un día en que las espigas amarillas brillaban al sol, el viejo guardián miraba a lo lejos, al horizonte del mar. Su mirada era fija y llena de sorpresa. Una especie de nube grande y negra se elevaba en el confín como si el agua se revolviera contra el cielo. El viejo seguía mirando fijamente. De pronto, se volvió hacia la casa y grito:

-¡Yon!, ¡Yon!, trae del fuego una rama encendida.

El pequeño Yon no comprendía el deseo de su abuelo, pero obedeció al momento y salió corriendo con una tea en la mano. El viejo había cogido otra y corría hacia el arrozal más próximo.

Yon le seguía sorprendido. ¿Sería posible? Y al ver horrorizado que tiraba la tea hecha llamas en el campo de arroz, gritó:

-¡Qué haces,abuelo! ¡Qué quieres hacer!

-¡De prisa,de prisa,Yon, prende fuego a los campos!

Yon quedó inmóvil. Pensó que su abuelo había perdido la razón, y todo su cuerpo se llenó de espanto. Pero un niño japonés obedece siempre, y Yon tiró la antorcha llamenate entre las las espigas.

Primero fue una lumbre débil donde se retorcían los tallos resecados; después se extendió el fuego en llamaradas rojas, y bien pronto fueron los arrozales una inmensa hoguera. La montaña se elevaba hasta el cielo en una columna de humo.

Desde allá abajo, los habitantes del pueblecito vieron sus campos incendiados y, dando gritos de rabia, corrieron desesperados, trepando por los senderos tortuosos del monte; subiendo,subiendo hasta agotar las fuerzas. Nadie quedaba atrás. También las mujeres subían con los niños a la espalda. Al llegar al llano y ver los extensos arrozales devastados, la indignación se oyó en un grito de furia:

-¿Quién ha sido? ¿Quién es el incendiario?

El viejo guardián se adelantó a los hombres y dijo con serenidad:

-¡Yo he sido!

Yon sollozaba.

Un grupo los rodeó en actitud amenazadora, gritando.

-¿Por qué lo han hecho? ¿Por qué?

El viejo se volvió severo y extendió la mano señalando el horizonte.

-Mirad allá- dijo.

Al fondo, donde unas horas antes la gran superficie del mar era plana como un espejo, se levantaba ahora hasta el cielo una espantosa muralla de agua. Una ola oscura y gigantesca avanzaba amenazadora desde el confín.

Hubo un momento de horror. Ni un grito... Los corazones latían con fuerza.

La muralla de agua avanzó hasta la tierra con un ronco bramido, se volcó sobre la costa deshaciéndolo todo, invadiéndolo todo, y fue a romperse, en un trueno desgarrado y furioso, contra la montaña... Una ola más. Después otra más débil... Luego, el mar se fue retirando con un rugido sordo.

La tierra apareció revuelta y socavada. El pueblecito había desaparecido, deshecho y arrastrado por aquella ola inmensa.

El viejo guardia miró satisfecho a todos los habitantes bien seguros en la cima del monte.

Su presencia de ánimo los había salvado de la invasión del mar.

jueves, 26 de mayo de 2011

Redes sociales en corto

Las redes sociales nos rodean, se han vuelto parte de la vida de muchos y han cambiado nuestra forma de comunicarnos e informarnos. El mundo del cortometraje no podía permanecer ajeno a esta evolución, dando lugar a obras centradas en las redes sociales o en las que estas son parte importante de la historia. Hoy os traigo cuatro de ellas, todos ellas con menos de un año, en una lista que no pretende ser exhaustiva sino, como de costumbre, simplemente traeros algunos de los cortos que me han gustado últimamente.

Empezamos con La red social (¿2011?) de Ángel Pazos, la historia de un solitario con muchos amigos que sufre una intrusión en su espacio del mundo real. El corto fue finalista en la IX edición del Notodofilmfest.


Luego una pequeña incursión en el humor con Pequeño catálogo de nuevas patologías (2011), de Moisés Romera y Marisa Crespo, que descubrí en Sala de proyección. Difícil no sentirse identificado con alguno de los casos.


En tercer lugar Fakebook (¿2011?), de Daniel Eceolaza, estudiante de tercer año de comunicación audiovisual que ganó con este cortometraje la décimo tercera edición del Festival de Cortos AdN. Alguien nos pide amistad en una red social, pero pronto la situación empieza a volverse inquietante. Lo descubrí en La vida es corta.


Y para terminar, In Memorian (2011), de Hugo Baena, otro de los finalistas del IX Notodofilmfest. En el mundo de las redes sociales a menudo es más importante la apariencia que la realidad, incluso en las situaciones más extremas.

miércoles, 25 de mayo de 2011

V de Vader

Hoy es el Día del Orgullo Friki, así que me he puesto a buscar entre mis favoritos qué podía publicar para unirme a las celebraciones y he encontrado este original alfabeto ilustrado con los personajes de La guerra de las galaxias que ví hace un tiempo en Oculoid. A continuación os incluyo mis favoritos (que vienen a ser los personajes clásicos, los de la trilogía original), pero podéis ver el resto de letras en la página de Brandon Peat.

Ah, y no olvidéis que hoy también es el Día de la Toalla.


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...